Biografía de Jonathan Edwards

Jonathan Edwards nació en un hogar pastoral en lo que ahora se conoce como South Windsor, Connecticut, en 1703. Cursó estudios en Yale en 1720. Y comenzó su primer pastorado en Northampton, Massachussets desde el 1727 hasta el 1750. Edwards era un predicador muy distinto a lo que estamos acostumbrados a ver hoy en día. No era fogoso ni de mucho carisma. Sin embargo era un hombre piadoso, humilde y un estudioso profundo de las Escrituras. No era tampoco un fanático de las manifestaciones emocionales que se pretenden vender hoy en día como avivamientos. Edwards era muy cuidadoso en este aspecto. Veamos esta cita de sus escritos:
“Muchas personas piadosas en esta y en otras épocas, se han expuesto a sí mismas a terribles engaños por el hecho de dar demasiado peso a sus impulsos e impresiones como si fueran revelaciones inmediatas de Dios, profecías del futuro o instrucciones para dirigirles en lo que van a hacer o a dónde van a ir.”
Como vemos, Edwards reconocía el gran peligro a que se expone aún la gente piadosa que ama a Dios, cuando pierden de perspectiva la verdadera y más segura revelación. También estaba bien consciente de que en medio de un despertar espiritual genuino, Satanás podía intentar sembrar confusión por medio de falsificaciones y manifestaciones dirigidas a apartar la mirada de la gente del verdadero consejo de Dios. En su escrito Religious Affections, Edwards explica cómo había personas que comenzaban a reír a carcajadas, a caer en trances y convulsiones, de tal manera que interrumpían la exposición del mensaje de Dios. En más de una ocasión tuvo que ordenar que estas personas fueran sacadas del área, para poder continuar con su mensaje. Durante el Gran Despertar, sin embargo, ocurrieron eventos claramente sobrenaturales donde millares eran quebrantados al punto que caían de rodillas gimiendo por sus pecados y clamando por la misericordia de Dios. Este tipo de manifestación Edwards no la desalentó, ni la estorbó. Por el contrario, reconocía que las mismas eran resultado de la obra poderosa y sobrenatural que el Espíritu Santo estaba haciendo en los pecadores.
El primer Gran Despertar fue tan exitoso, en gran parte se debe a la seriedad, piedad y celo por las Escrituras que había en aquellos hombres de Dios. Las manifestaciones ocurrían, no porque Edwards preparara un ambiente, o creara un espectáculo exaltando al hombre. Era totalmente lo opuesto, aquellos siervos de Dios sencillamente exponían el mensaje de la Palabra con claridad, sencillez y fidelidad. Eran hombres de una humildad e integridad. Eran también hombres que practicaban una relación con Dios extremadamente íntima. Jonathan Edwards podía pasar largas horas y días enteros a solas en oración y meditación de las Escrituras.
En sus escritos, Jonathan Edwards muestra cuán claramente se debían distinguir las manifestaciones corporales, de una genuina y permanente obra del Espíritu Santo en los corazones de las personas. Edwards no rechazaba estas manifestaciones (que llamaba afecciones religiosas), pues muchas de ellas eran el resultado de una genuina experiencia espiritual. Pero sí entendía que no necesariamente una cosa iba junto a la otra. Por eso escribió:
“Resulta evidente que hay la posibilidad de que ocurran grandes afecciones religiosas en algunos individuos que parezcan manifestaciones de gracia divina y tengan los mismos efectos en el cuerpo, pero se hallan muy lejos de producir cambios en sus temperamentos, en sus mentes y en el curso de sus vidas.”
Como podemos ver, para este hombre de Dios, la marca inconfundible de una genuina experiencia con Dios se traducía en vidas cambiadas, no en meras emociones. Incluso cuando relata lo que fue ocurriendo a lo largo del Gran Despertar, nos dice:
“Al comienzo del verano de 1742 pudimos observar un cierto auge en estas afecciones religiosas. En el otoño e invierno siguiente, las mismas aumentaron de una manera sorprendente. Pero muchos de los que tuvieron las mismas han ido decayendo en su fervor religioso, y algunos de los jóvenes especialmente, han perdido su vigor en la religión y gran parte de la solemnidad y seriedad en sus espíritus. Por otro lado muchos otros quienes no mostraron las afecciones, han caminado en pos de la santidad, y muestran estar cerca de Dios, manteniendo una vida piadosa y disfrutando los frutos de su graciosa presencia.”
Edwards señala este descenso en las manifestaciones corporales, según fueron pasando los meses. Y en especial acentúa el hecho de que muchos de los que las experimentaron no perseveraron eventualmente en la fe cristiana. Otros, sin embargo, que no gimieron, ni cayeron de rodillas, ni gritaron, ni se contorsionaron, sí mostraron fruto de la gracia divina en sus vidas. ¿Quería afirmar con esto Jonathan Edwards que estas manifestaciones no eran genuinas? Claro que no. Muchas evidentemente sí lo eran. Lo que quería plantear el predicador del Gran Despertar es que las mismas no eran una señal inequívoca de la obra de gracia divina en el corazón de una persona.
La palabra de Dios era proclamada y el Espíritu Santo quebrantaba las vidas de tal forma que muchos caían de rodillas o gritaban de terror cuando les era revelada su precaria condición espiritual. No era un elemento de trance o estado alterado de conciencia, sino todo lo opuesto: la gente estaba muy consciente del mensaje de Dios y sus implicaciones.
El sermón clásico del Primer Gran Despertar, predicado por Jonathan Edwards se tituló Pecadores en las manos de un Dios airado. En él expuso a las multitudes congregadas en las afueras de Northampton la terrible expectación de juicio que se cierne sobre el pecador, y su única esperanza posible que radica en la justicia de Cristo. Antes de terminar, cientos de personas yacían de rodillas en el suelo clamando y gimiendo a Dios por misericordia y perdón. En todo esto no hubo ni un solo elemento inducido o manipulado, sino únicamente el poderoso mensaje de la Palabra de Dios, respaldado sobrenaturalmente por la gracia divina. ¡Cuánto necesitamos eso en nuestros días!
En Inglaterra, Escocia, Estados Unidos, y más recientemente en la China y en la India los genuinos despertares espirituales han traído como resultado una iglesia renovada, con un profundo celo misionero y evangelístico. En Gran Despertar del siglo XVIII en Nueva Inglaterra trajo consigo una explosión misionera nunca antes vista hasta ese momento. Produjo hombres del calibre de Guillermo Carey, Whitefield y otros. Tampoco se circunscribió a una sola denominación, sino a todas las iglesias y congregaciones de la región.
El Gran Despertar trajo también una pasión por las Sagradas Escrituras como no se había visto hasta entonces. Según narra el historiador y periodista de la época John Dwight: “Se podía ver a las multitudes ávidas de conocer más de la Palabra de Dios, reuniéndose en cualquier lugar para escudriñar las Escrituras y comentarlas. En algunas plantaciones del condado de Hampshire, durante los recesos, se podían apreciar a los obreros reunidos para estudiar las Escrituras y orar los unos por los otros”.
A diferencia de esto, Jonathan Edwards identifica la obra del Espíritu Santo de la siguiente forma: “el espíritu que opera en tal forma que causa en los hombres un mayor aprecio a las Santas Escrituras, y los establece más aún en la verdad divina, es el Espíritu de Dios.” Para Jonathan Edwards la señal de una obra genuina del Espíritu de Dios era precisamente una mayor devoción a las Escrituras como fuente de revelación y de verdad.
En la primavera del 1747, Edwards notó que muchos seguidores entusiastas del avivamiento comenzaron a estimular y a promover ciertas señales y manifestaciones, llegando al punto de casi arruinar lo que había ocurrido hasta el momento. Edwards se indignó y denunció estos males de una manera enérgica y firme. Así lo relata el biógrafo Ian H. Murray:
“Él comenzó a notar que la causa principal del retroceso venía precisamente de los supuestos ‘amigos del avivamiento’ que estaban permitiendo que la religión pura y genuina se mezclara con el fuego salvaje del entusiasmo carnal, y que el Espíritu Santo estaba contristándose por el lugar que se le había dado a Satán.”
Como podemos ver, Jonathan Edwards estaba muy consciente de los peligros que podían arruinar el verdadero avivamiento con falsificaciones que provenían del mismo Satanás. Y el mayor de ellos era lo que Murray llama “el entusiasmo carnal”. Me llena de asombro y admiración la enorme sabiduría espiritual y discernimiento de Edwards en este asunto.
Un hombre como Jonathan Edwards en la actualidad, sería tildado de un antiespiritual, un legalista, o en el mejor de los casos un “agua-fiestas”. Pero Edwards entendía claramente que todo lo que en última instancia pretenda opacar la gloria de Dios y su Palabra, no puede provenir del cielo, sino del infierno.
Un testigo, Stephen Williams, escribió en su diario “Fuimos a Enfield a donde conocimos al querido Señor Edwards de Northampton quien predicó un sermón muy estremecedor de los textos, Deuteronomio 32:35, y antes de que el sermón terminara había grandes gemidos y gritos llenaban toda la casa… ` ¿Qué haré para ser salvo? ` `O, me estoy yendo al infierno` ` ¿Qué puedo hacer por Cristo?, ` y así sucesivamente. Así que el ministro se vio obligado a parar… ¡si los gritos y los alaridos eran asombrosos!
Williams continúa, “Después de esperar algún tiempo hasta que la congregación estuviese quieta, y así finalmente la oración fue hecha por el Señor W. y después descendimos del púlpito y conversamos con las personas, en varios lugares, el poder asombroso de Dios fue visto, varias almas fueron convertidas esa noche, y ¡Oh cuán alegres y agradables se veían sus rostros.”

¿Por qué nos debería interesar un teólogo de hace 250 años hoy en día?

Edwards fue primordialmente un teólogo del avivamiento. Nadie más se compara con su penetrante discernimiento. El ministerio de Edwards fue formado en el auge del avivamiento, y escribió cientos de páginas defendiéndolo y analizándolo. “Él era primordialmente un teólogo del avivamiento…un teólogo de experiencias, o como otros lo han descrito `un teólogo del corazón`,” escribió Martyn Lloyd-Jones. En el libro Afectos Religiosos escudriña la naturaleza de la conversión.
Edwards es importante porque la eternidad saturaba sus pensamientos. Él constantemente guía a sus lectores al cielo, el infierno, y el trono blanco de Cristo. Su perspectiva era eterna, y su discernimiento es maravilloso. Aquellos que leen a Edwards pierden su temor a la muerte. Se regocijan en la esperanza y la gloria de Dios, y se estremecen al ver los horrores de la condenación. Los escritos de Edwards van a aumentar su concepto de la eternidad y seguramente transformará su ministerio.
Edwards conocía y amaba a un Dios grande. Cualquier cosa que usted pueda pensar de Dios, va ser más grande, más franco, y más satisfactorio después de leer a Edwards.
El adjetivo favorito de Edwards para Dios era “dulce.”
Edwards entendía la pequeñez y fragilidad humana. Él manejaba la verdad de que el hombre debe verse pequeño a sus propios ojos para ser feliz o útil para Dios. Su persistente lógica bíblica acorrala a sus lectores hasta que ellos se rinden, reconociendo felizmente su pecaminosidad mientras se regocijan cada vez más en la bondad de Dios. No es lo sofisticado de los escritos de Edwards lo que atrae a tantos admiradores, es lo penetrante de sus escritos. Divide coyunturas y tuétanos, orienta a los hombres hacia Dios y Su suficiencia y no hacia ellos mismos. Descubra a Jonathan Edwards por usted mismo. “El elemento del Espíritu Santo es más prominente en Edwards que en cualquier otro de los puritanos”.
El discernimiento de Edwards es un gran tónico que necesita la Iglesia Presente. Sus tesoros son nuestros.
“Ningún otro hombre es más relevante para la condición actual del cristianismo que Edwards. Quien desee sabe acerca del avivamiento verdadero, Edwards es el hombre a consultar” (D. Martyn Lloyd-Jones).

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