JOHN G. PATON, EL REY DE LOS CANÍBALES



Hubo once hijos en la familia en la cual nació John Gibson Paton. Vivían en la pintoresca aldea escocesa, y su casa era muy humilde. El padre de John tenía una pequeña fábrica de calcetines. Antes de cumplir los doce años, John tuvo que dejar la escuela, para empezar a trabajar en casa, aprendiendo el oficio de su padre. Aun cuando su lugar de trabajo era su propia casa, la jornada de trabajo era tan larga como en cualquier fábrica. Al igual que su padre, John permanecía sentado frente a la máquina desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche.
Desde el día en que aceptó a Cristo como su Salvador, John Paton alentó una ambición primordial: Ser misionero.
Sabía que esto requería mucha preparación, de modo que invirtió mucho tiempo estudiando en sus libros. Después de algún tiempo había ahorrado, de sus ganancias, lo suficiente como para ir a una escuela en la ciudad.
Mientras estudiaba en la Academia Dumfries, John decidió dejar a un lado el oficio de su padre, y buscar un empleo que le permitiera dedicar más tiempo al estudio. Un día, le fue ofrecido un empleo muy bueno con el gobierno. Se le dijo que lograría una promoción si se comprometía a quedarse con el grupo por siete años cuando menos. Hasta le ofrecieron pagarle mientras tomaba un curso de estudio especial. La oferta era muy tentadora, pero siete años le parecía un tiempo muy largo, y John sabía que debía ir al campo misionero.
"Puedo prometer quedarme solo tres o cuatro años", dijo John.
"¿Por qué?. ¿Por qué solo tres o cuatro años? Le preguntó el director de aquella dependencia del gobierno.
"Porque he prometido mi vida a otro Maestro", respondió John.
¿A quién?
Al Señor Jesucristo. Quiero prepararme para servirle lo más pronto posible.
Esta respuesta enfureció tanto al director, que inmediatamente despidió a John de su empleo.
Cuando el rector de la Academia a la cual asistía John se enteró del asunto, le permitió que siguiera estudiando sin tener que pagar la pensión. Sin embargo, en vista de que no contaba con ninguna entrada mientras estudiaba, John decidió declinar tan bondadosa oferta. Antes bien, se buscó un trabajo por algunos meses, ayudando un agricultor en la cosecha. Después regresó a la academia, pero se enfermó, y de nuevo se vio obligado a dejar sus estudios.
En cuanto recuperó suficientes fuerzas como para volver al trabajo, alquiló una casa y en ella estableció una escuela. No obstante, conservaba todavía la esperanza de que le era posible regresar a la universidad para completar sus estudios. Cuando hubo ahorrado lo suficiente retornó a estudiar, pero el dinero se le acabó antes de que pudiera completar el curso. Esto le sucedió por cuanto le había prestado algo de su dinero a otro estudiante, más pobre que él, el cual no pudo pagarle. Una vez más, John Paton tuvo que abandonar sus estudios.
Nuevamente se dedicó a enseñar, haciéndolo esta vez en una escuela parroquial. La asistencia subió tanto, al punto que los alumnos se apiñaban en el aula. La escuela llegó a tener tanto prestigio, que los encargados de ella decidieron nombrar a un maestro que tuviera mayor preparación.
Al dejar dicha escuela, John fue invitado para ser misionero de la Misión de la Ciudad de Glasgow. Aceptó gozosamente, y durante los diez años siguientes trabajó entre la gente que vivía en algunos de los peores barrios de la ciudad. Durante ese tiempo estuvo hecho también cargo de una iglesia. Todo eso le sirvió de preparación para su obra misionera en las islas del Pacífico. En marzo de 1858, John fue ordenado como misionero y, pocas semanas después, juntamente con su joven esposa, Mary Ann Robson, se embarcó hacia las islas da las Nuevas Hébridas, en el Océano Pacífico.
Después de una travesía larga y agotadora, John Paton y su esposa finalmente llegaron a Tanna, una isla habitada por caníbales, para dar comienzo a su obra misionera. A pesar de los peligros, estos jóvenes misioneros no buscaron evasivas ni pretextos. Sabían que el lugar de mayor peligro es también el lugar de mayor necesidad espiritual. Se habían ofrecido para este ministerio porque Dios los había llamado para ello.
Su primera tarea fue la de aprender el idioma. Escuchando la conversación de la gente, y haciendo muchas preguntas, Paton fue aprendiendo cómo se llamaban algunos objetos, y a la larga aprendió el idioma, luego, su deseo fue traducir la Biblia a la lengua nativa y enseñarles a los habitantes de Tanna a leer.
Pero no todas las cosas le iban bien. Al poco tiempo su esposa murió de paludismo, y quince días después falleció también su pequeño hijo. Como resultado Paton se sentía muy sólo. Sin embargo, sabía que Dios lo había enviado a las Nuevas Hébridas, y no podía olvidarse de su ministerio.
A menudo la vida de Paton peligraba. Varias tribus de la región determinaron darle muerte. Cada vez que moría algún aldeano, la gente le echaba la culpa al misionero.
"Es Tu Dios", le decían. "Tenemos que matarte".
Dos de los problemas comunes en aquella región eran el robo y la mentira. Los nativos se llevaban todo lo que querían, aun cuando perteneciera a Paton. Cuando eran descubiertos, negaban haberlo hecho y rehusaban devolver el artículo robado. Debido a este problema, Paton perdió mucho del equipo que había traído consigo.
La vida misionera de John G. Paton era llena de peligros y dificultades. Vivía bajo una constante amenaza. Aun las personas que parecían ser amigos suyos, la atacaban de cuando en cuando. Después de cuatro años de predicar y sufrir, Paton regresó a Escocia por un breve tiempo. Allí dedicó todo su tiempo a hablar a la gente sobre las necesidades del campo misionero. Instaba a los jóvenes a salir como misioneros, y urgía a los demás a que contribuyeran para la obra. Como resultado de sus súplicas pidiendo obreros, cuatro jóvenes se ofrecieron para la obra misionera en las Nuevas Hébridas. Cuando estuvo listo para regresar a las islas, en enero de 1865, Paton no iba solo, puesto que entretanto se había casado con Margarita Whitecross.
Los esposos Paton reanudaron su obra en las Nuevas Hébridas en Aniwa, una pequeña isla cerca de Tanna, enfrentándose nuevamente con dificultades y peligros sin número. En este lugar Paton tuvo que aprender otro idioma, pero halló que los métodos que había usado en Tanna, también resultaban eficaces en Aniwa. Algunos de los habitantes entendían el idioma de Tanna, y con la ayuda de ellos, su progreso fue mucho más rápido.

Paulatinamente, y con la ayuda de Dios, fueron ganando la confianza de los habitantes; y así continuaron con su ministerio, hasta que varias personas se convirtieron a Cristo en diversas partes de la isla. Pero los enemigos también seguían obstaculizando la obra. Además, también intervinieron los elementos de la naturaleza. Un huracán tropical, que arrancó árboles desde sus raíces, demolió las chozas que Paton había levantado. Paton tuvo que empezar de nuevo su obra de construcción.
Otra necesidad apremiante era de agua dulce para tomar y para lavar. Paton empezó a cavar un pozo, diciéndole a la gente que finalmente encontraría agua. Los nativos se rieron de él, pensando que había perdido su cordura. "La lluvia viene del cielo", decían. Pero Paton siguió cavando. Un día después de mucho trabajo, finalmente halló tierra mojada. Sabía que el día siguiente encontraría agua. Así que reunió a la gente, y le pidió que lo observaran mientras producía agua de la tierra.
"¡Lluvia de la tierra!", exclamó la gente. "¿Cómo lo lograste?". John les dijo que Dios la había provisto en respuesta a la oración. El pozo hizo más que la predicación, para romper el yugo del paganismo en Aniwa. Más tarde, cuando no llovió por mucho tiempo, ese pozo salvó de la muerte de la gente.


Después de algún tiempo de haberse estado reuniendo con los creyentes en los hogares, John Paton les animó a que construyeran un templo. Los cristianos se entusiasmaron con la idea, y comenzaron a levantar el edificio. Sin embargo, no bien hubieron terminado la construcción, un huracán azotó la isla, y destruyó por completo el templo. Al principio la gente se desalentó, pero el fin el cacique dijo: "No seamos como niñitos que lloran por sus arcos y flechas quebradas. Más bien, construyamos otro templo mejor para Dios". Una vez más, los habitantes unieron sus fuerzas y edificaron un templo más grande y más hermoso que el anterior, y lo dedicaron exclusivamente para adorar a Dios. Paton celebró la Cena del Señor por primera vez en la nueva casa de adoración, en 1869. Posteriormente, le dio a la gente de Aniwa el primer himnario en lengua nativa.
Paton y su esposa también construyeron dos orfanatos, uno para varones y otro para niñas. Muchos de los jóvenes que se criaron en esos orfanatos, llegaron después a ser evangelistas y maestros, llevando el evangelio a sus propias aldeas.
El 28 de enero de 1907, a la edad de ochenta y tres años, John G. Paton acabó su obra terrenal. Otros misioneros tomaron su lugar; entre ellos, un hijo suyo, llamado Francisco. Cuando la gente vio llegar a los nuevos misioneros, dijeron: "¿Cómo es esto? Ahuyentamos a los misioneros. Destruimos sus casas y robamos sus casas. Si a nosotros nos hubieran tratado de esa manera no hubiéramos regresado. Pero estas personas regresaron par contarnos acerca de Cristo. Si su Dios les da poder para hacer todo esto, nosotros también debemos adorarle".
Así que la obra de John G. Paton, en las Islas de las Nuevas Hébridas siguió adelante, a pesar de que su vida terrenal había terminado.

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