GANANDO A UN HERMANO

Por William McDonald
“...ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano”


(Mat 18:15b).

Alguien dijo o hizo algo que te ofendió o molestó de alguna manera. La Biblia dice que vayas y le reprendas, pero no quieres hacerlo; es muy difícil.

De modo que comienzas a darle vueltas al asunto. Empiezas a repasar lo que te ha hecho y como en tu opinión él tiene toda la culpa. Cuando debes estar trabajando, pasas lista a cada uno de los detalles, y tus jugos gástricos se vuelven sulfurosos. En lugar de dormir, revives el molesto incidente, y la presión sube en la caldera. La Biblia dice que vayas y le reprendas, pero te sientes incapaz de hacerlo.

Piensas una y otra vez cuál sería la mejor manera de hacerle llegar anónimamente el mensaje. Esperas que le suceda algo que le haga avergonzarse por lo que ha hecho. Pero esto no sucede. Sabes lo que debes hacer, pero sientes temor del trauma de una confrontación cara a cara.

De modo que ahora la situación te daña a ti mucho más que a él. Al ver tu apariencia sombría la gente sabe que algo te molesta. Cuando habla contigo, tu mente vaga en otro mundo. Tu trabajo se ve afectado porque estás preocupado. Por estar tan distraído tu eficiencia también ha disminuido. Y a pesar de esto, la Biblia aún te dice: “ve y repréndele estando tú y él solos”. Haciendo un tremendo esfuerzo de voluntad, te has abstenido de hablarle a nadie más acerca de esto, pero sientes que la presión se ha vuelto insoportable. Al final haces lo que no debes: cedes y le cuentas a un amigo, solamente para orar, por supuesto. En lugar de darte la esperada comprensión, te dice: “¿Por qué no vas y hablas con el que te ha ofendido?”

¡Ya está! Decides que el momento ha llegado. Después de ensayar lo que vas a decir, obedeces la Palabra y le reprendes. El que te ofendió lo toma sorprendentemente bien, se apena por lo que ha sucedido, y te pide perdón. La entrevista termina con oración.

Marchándote, sientes que se te ha quitado de encima una tremenda carga. Tu estómago cesa de agitarse y tu metabolismo vuelve a la normalidad. Te aborreces por no haber obedecido las Escrituras con presteza.

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