USANDO NUESTRA ESPADA CORRECTAMENTE

Por William Mc Donald
“...y habló precipitadamente con sus labios”


(Sal 106:33).

Cuando el pueblo de Israel se quejó por la falta de agua en Cades, Dios le dijo a Moisés que bastaba con que le hablara a la roca para que de ella el agua fluyera como manantiales. Pero el pueblo tenía harto a Moisés a tal grado que les dijo: “¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?” Entonces Moisés golpeó a la roca dos veces con su vara. Por sus palabras airadas y acción desobediente no santificó a Dios ante el pueblo y el resultado fue que perdió el privilegio de introducir a los hijos de Israel a la tierra prometida (Num_20:1-13).

Es fácil que un hombre de celo ardiente sea destemplado contra otros creyentes. Está autodisciplinado, pero los demás todavía necesitan que se les lleve en brazos; está bien instruido, mas los demás aún son ignorantes.

Pero lo que debemos aprender es que aun así estos pertenecen al pueblo amado de Dios, y que el Señor no tolerará que se les denigre o insulte. Una cosa es predicar la Palabra de Dios con tal poder que la gente quede convencida de pecado y vuelva en sí, y otra totalmente distinta es regañarles severamente como una expresión de irritación personal. Esto priva al hombre de las recompensas más grandes de Dios.

Cuando se enumera a los hombres ilustres de David en 2 Samuel 23, hay un nombre que brilla por su ausencia. Es el nombre de Joab, el jefe del ejército de David. ¿Por qué falta su nombre? Se ha sugerido que la razón es que Joab utilizó la espada contra algunos de los amigos de David. Si esto es así, el incidente es toda una advertencia para nosotros cuando nos sentimos tentados a emplear nuestra lengua como espada contra el pueblo de Dios.

Cuando Santiago y Juan, los hijos del trueno, querían hacer bajar fuego del cielo sobre los samaritanos, Jesús les dijo: “Vosotros no sabéis de qué espíritu sois” (Luc_9:55). Qué oportuna viene a ser la reprensión cuando hablamos precipitadamente con nuestros labios contra aquellos que son Suyos no sólo por creación (como fueron los samaritanos), sino también por medio de la redención.

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