LA UNCION Y LA PREDICACION

Por Edward McKendree Bounds

Habla por la eternidad.
Sobre todas las cosas cultiva tu propio espíritu.
Una palabra que hables con tu conciencia clara y tu corazón lleno del Espíritu de Dios vale diez mil palabras enunciadas en incredulidad y pecado.
Recuerda que hay que dar gloria a Dios y no al hombre.
Si el velo de la maquinaria del mundo se levantara, cuánto encontraríamos que se ha hecho en respuesta a las oraciones de los hijos de Dios.
Robert McCheyne

La unción es la cualidad indefinible e indescriptible que un antiguo y renombrado predicador escocés describe de esta manera: "En ocasiones hay algo en la predicación que no puede aplicarse al asunto o a la expresión, ni puede explicarse lo que es ni de dónde viene, pero con una dulce violencia taladra el corazón y los afectos y brota directamente del Señor.
Si hay algún medio de obtener este don es por la disposición piadosa del ardor".
La llamamos unción.
Esta unción es la que hace la Palabra de Dios "Viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón".
Esta unción es la que da a las palabras del predicador precisión, agudeza y poder y la que agita y despierta las congregaciones muertas.
Las mismas verdades han sido dichas en otras ocasiones con la exactitud de la letra, han sido suavizadas con el aceite humano; pero no ha habido señales de vida, no ha habido latido del pulso; todo ha permanecido quieto como el sepulcro y como la muerte.
Pero si el predicador recibe el bautismo de esta unción, el poder divino está en él, la letra de la Palabra ha sido embellecida y encendida por esta fuerza misteriosa, y empiezan las palpitaciones de la vida, la vida que recibe a la vida que resiste. La unción penetra y convence la conciencia y quebranta el corazón.
Esta unción divina es el rasgo que separa y distingue la genuina predicación del evangelio de todos los otros métodos de presentar la verdad que abren un abismo espiritual entre el predicador que la posee y el que no la tiene.
La verdad revelada está apoyada e impregnada por la energía divina.
La unción sencillamente pone a Dios en su palabra y en su predicador.
Por medio de una grande, poderosa y continua devoción la unción se hace potencial y personal para el predicador; inspira y clarifica su inteligencia, le da intuición, dominio y poder; imparte al predicador energía del corazón que es de más valor que la energía intelectual; por ella brotan de su corazón la ternura, la pureza, la fuerza.
Esta unción produce los frutos de amplitud de miras, libertad, pensamiento vigoroso, expresión sencilla y directa.
A menudo se confunde el fervor con esta unción.
El que tiene la unción divina será fervoroso en la misma naturaleza espiritual de las cosas, pero puede haber una gran cantidad de fervor sin la más leve mezcla de unción.
El fervor y la unción se parecen desde algunos puntos de vista.
El entusiasmo puede fácilmente confundirse con la unción.
Se requiere una visión espiritual y un sentido espiritual para discernir la diferencia.
El entusiasmo puede ser sincero, formal, ardiente y perseverante. Emprende un fin con buena voluntad, lo sigue con constancia y lo recomienda con empeño; pone fuerza en él.
Pero todas estas fuerzas no van más alto que lo mero humano.
El hombre está en ellas, todo lo que es el hombre completo de voluntad y corazón, de cerebro y genio, de voluntad, de trabajo y expresión hablada.
Él hombre se ha fijado un propósito que lo ha dominado y se esfuerza por alcanzarlo. Puede ser que en sus proyectos no haya nada de Dios o haya muy poco por contener tanto del hombre.
Hará discursos en defensa de su propósito ardiente que agraden, enternezcan o anonaden con la convicción de su importancia; y sin embargo, todo este entusiasmo puede ser impulsado por fines terrenales, empujado únicamente por fuerzas humanas; su altar hecho mundanamente y su fuego encendido por llamas profanas.
Se dice de un famoso predicador de mucho talento que construía la Escritura tan a su modo, que se "hizo muy elocuente sobre su propio exégesis".
Así los hombres se hacen excesivamente solícitos en sus propios planes o acciones.
Algunas veces el entusiasmo es egoísmo disimulado.
¿Qué es unción? Es lo indefinible que constituye una predicación.
Es lo que distingue y separa la predicación de todos los discursos meramente humanos.
Es lo divino en la predicación.
Hace la predicación severa para el que necesita rigor; destila como el rocío para los que necesitan ser confortados.
Está bien descrita como una "espada de dos filos, templada por el cielo, que hace doble herida, una muerte al pecado, otra de vida al que lamenta su maldad; provoca y aplaca la lucha, trae conflicto y paz al corazón".
Esta unción desciende al predicador no en su oficina sino en su retiro privado. Es la destilación del cielo en respuesta a la oración.
Es la exhalación más dulce del Espíritu Santo. Impregna, difunde, suaviza, filtra, corta y calma. Lleva la Palabra como dinamita, como sal, como azúcar; hace de la Palabra un confortador, un acusador, un escrutador, un revelador; hace al creyente un culpable o un santo, lo hace llorar como un niño y vivir como un gigante; abre su corazón y su bolsillo tan dulcemente y al mismo tiempo tan fuertemente como la primavera abre sus hojas.
Esta unción no es el don del genio.
No se encuentra en las salas de estudio.
Ninguna elocuencia puede traerla.
Ninguna industria puede lograrla.
No hay manos episcopales que puedan conferirla.
Es el don de Dios, el sello puesto a sus mensajeros.
Es el grado de nobleza impartido a los fieles y valientes escogidos que han buscado el honor del ungimiento por medio de muchas horas de oración esforzada y llena de lágrimas.
El entusiasmo es bueno e impresionante; el genio es grande y hábil.
El pensamiento enciende e inspira, pero se necesita el don más divino, una energía más poderosa que el genio, la vehemencia o el pensamiento para romper las cadenas del pecado, para convertir a Dios los corazones extraviados y depravados, para reparar las brechas y restaurar la iglesia a sus antiguas prácticas de pureza y poder. Sólo la unción santa puede lograr esto.
¿Cómo? Por el Espíritu Santo morando en toda su plenitud en la vida del ministro del evangelio.
Es una obra de Dios.
Biografía de E. M. Bounds
“Lo que la Iglesia necesita hoy ni es más ni mejor maquinaria ni tampoco nuevas ni más organizaciones y métodos nuevos, sino hombres por los cuales el Espíritu Santo puede usar – hombres de la oración, hombres poderosos en oración. El Espíritu Santo no fluye por medio de métodos, sino por medio de hombres. No viene sobre maquinaria, sino sobre hombres. No unge planos, sino hombres – hombres de Dios.” – E. M. Bounds
(1835-1913)
Ministro metodista y escritor, nacido en Shelby County, Missouri. Estudió derecho y fue admitido como abogado a la edad de 21 años. Después de practicar leyes por tres años, empezó a predicar en una Iglesia Metodista Episcopaliana. Después de la Guerra Civil, fue pastor.
Este pastor metodista oraba desde 4 A.M. hasta las 7 A.M.
cada día antes de trabajar. Viviendo en el tiempo de la Guerra Civil en los Estados Unidos, escribía libros y tuvo un ministerio de evangelista. Estudió las Escrituras y era muy impresionado con los escritos de Juan Wesley.
Empezó de predicar a la edad de 14 años hasta que murió a 77 años de edad. En 1861 fue arrestado por soldados de la Unión (norte) y fue detenido con otros civiles en un reclusorio federal por un año y medio. Luego fue suelto en un intercambio de prisioneros, servía como ministro en la Confederación (el sur).

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