CONFESANDO A CRISTO

Por D. L. Moody

Un joven se dio de alta en el ejército, y fue enviado a su regimiento. La primera noche se hallaba en el cuartel con quince otros jóvenes, que pasaban el tiempo con barajas y apuestas. Antes de acostarse, se arrodilló y oró, y sus compañeros empezaron a maldecirle e injuriarle, tirándole sus zapatos.
Así seguía noche tras noche, y por fin el joven consultó al capellán, refiriéndole lo que le sucedía y pidiéndole su consejo.
"Bien," contestó el capellán, "no estás en tu propia casa ahora, y los otros tienen igual derecho contigo en el cuartel. Les enfurece oírte orar, y el Señor puede oírte perfectamente bien, si dices tus oraciones en la cama; así no los provocarás."
Por varias semanas el capellán no vio al joven, pero un día le encontró y le preguntó.
"¿Siempre seguiste mi consejo?"
"Sí Señor, lo seguí por dos o tres noches."
"¿Qué sucedió?"
"Bien" dijo el joven. "Me sentí como perro castigado, y la tercera noche salté de la cama, me arrodillé y oré."
"Bien," preguntó el capellán, ¿qué efecto tuvo esto?
El joven soldado contestó: "Cada noche ahora tenemos una reunión de oración, tres de mis compañeros han sido convertidos y estamos rogando a Dios por el resto."
¡Oh! amigos míos, estoy tan cansado de un cristianismo flaco, débil, anémico. Que seamos decididamente para Cristo; que no seamos trompetas de sonido incierto. Si el mundo quiere calificarnos de tontos, que lo haga. Es por un tiempo muy corto; el día de la coronación se acerca. ¡Gracias a Dios por el privilegio que tenemos de confesar a Cristo!


Tomado del Libro Una vida vencedora por D. L. Moody Editorial Moody

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