Escuchando Para Oir La Voz De Dios



Por A. B. Simpson

Hace veinte años, un amigo puso en mi mano un pequeño librito, que llegó a ser uno de los puntos que cambiaron mi vida. Se llamaba «Paz verdadera.» Era un antiguo mensaje medieval, y contenía sólo un pensamiento, y era éste: que Dios estaba esperando en lo más profundo de mí ser para hablar conmigo si tan sólo pudiera yo estar quieto lo suficiente para oírlo a Él. Yo pensé que esto sería un asunto muy fácil.
Así que, comencé a tratar de estar quieto. Pero apenas había yo comenzado cuando como estruendosa avalancha de voces alcanzaron mis oídos, mil notas de clamor de dentro y fuera, hasta que no pude oír nada sino su ruido y estruendo. Algunas de ellas eran mis propias preguntas; algunas de ellas mis propias aflicciones; algunas de ellas mis propias oraciones. Otras eran sugerencias del tentador y las voces del alboroto y confusión del mundo. Nunca antes hubieron tantas cosas para hacerse, decirse, pensarse; y en todas direcciones fui jalado y empujado y saludado con ruidosos exigencias e indecible inquietud.
Me parecía necesario escuchar algunas de ellas, mas Dios dijo: «Estad quietos, y conoced que yo soy Dios» (Salmos 46:10). Entonces vino el conflicto de pensamientos por el día siguiente con sus deberes y aflicciones; mas Dios dijo: «Estad quietos.»
A medida que aprendía poco a poco a obedecer, y cerrar mis oídos a todo sonido, descubrí que después de un tiempo, cuando las otras voces cesaron y yo cesé de escucharlas, había una voz apacible y delicada en lo profundo de mi espíritu.
A medida que yo escuchaba, la voz se me convirtió en el poder de oración, en la voz de la sabiduría, y en el llamado del deber, resultando en que yo no necesitaba pensarlo tan intensamente, ni orar con tanto fervor, o confiar con tanta dificultad. Pero aquella voz apacible y delicada del Espíritu Santo en mi corazón, era la oración de Dios en mi alma secreta, y la respuesta de Dios a todas mis preguntas.

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