El que cuenta la siguiente historia, es miembro de una iglesia de 100 asistentes en un país donde no hay libertad de religión. Él asume la culpa de que en algunas aldeas de su área no hay ni un cristiano.
Hace cuarenta años cuando se cerraron todas las casas de oración y prohibieron todos los cultos, un hermano anciano llegó a su aldea. Él quería juntar todas las iglesias del área, pero no fue posible.
Sin embargo, el hermano joven dijo al anciano:
"Si tú llevas la responsabilidad de la persecución, trataremos de juntarlas".
El anciano le pidió que lo hospedara por algunos días. Él oró todo el día, y al atardecer él tomó una taza de té y comió un pedazo de pan, haciéndolo así por diez días. Entonces él dijo:
"Ensilla tu caballo. Vamos a visitar las aldeas vecinas".
Era invierno. Cuando llegaron a la frontera de la primera aldea, el anciano bajó del trineo, se hincó de rodillas en la nieve, alzó las manos y oró:
"Señor, no me permiten entrar en esta aldea, pero tampoco puedo pasarlo por alto, porque los habitantes aquí están perdidos. Por esta gente también tú has derramado tu sangre. Establece aquí una iglesia".
Así era su oración en cada aldea. Entonces preguntó si había otras aldeas en esa área. El joven tenía mucho frío, y el caballo estaba cansado.
"Sí, hay tres", él respondió. Pero él no estaba dispuesto a llevar más lejos al anciano.
En estas tres aldeas hoy día, no hay ningún creyente. Iglesias cristianas están funcionando en cada una de las otras aldeas. Hoy, el hermano joven ya tiene cuarenta años más, y él dice:
"Si solamente hubiera sabido yo el poder en la oración que tuvo ese hermano, le hubiera llevado en mis brazos a la última aldea".
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