Por David Wilkerson
Hace años, Dios puso en mi corazón empezar un hogar para niños en Long Island. En verdad, sentía que Dios estaba detrás de esta obra. Aun así, después de tan sólo dieciocho meses, los oficiales del estado impusieron reglamentos de tal restricción sobre el funcionamiento de un hogar, que no tuvimos otra opción que cerrarlo.
Habíamos conseguido cuatro niños durante el breve tiempo que estuvimos funcionando. Después de cerrar, perdí contacto con ellos. Siempre pensé que dicha gestión fue uno los mayores fracasos de todos los tiempos. Durante más de tres décadas, me preguntaba por qué Dios permitió que avancemos con ello.
Recientemente, recibí una carta de un hombre llamado Clifford, él me contó la siguiente historia:
“Hermano David, yo fui uno de los cuatro niños recibidos en el hogar en Long Island. Sus tutores fueron muy amorosos y tiernos. Nos enseñaban la Biblia y nos llevaban a la iglesia. Un día nos llevaron a una iglesia que estaba teniendo una campaña de avivamiento en una carpa. Yo estaba todo amargado e indispuesto. Fue allí, bajo la carpa, que el Espíritu Santo comenzó a llamar a mi corazón. Oí al predicador decir: “Jesús te ama”. Todos los años de dolor, confusión y desesperanza afloraron. Me puse de rodillas y oré. Eso fue hace treinta y cinco años. Ahora Dios me ha llamado a predicar y me está llevando al ministerio a tiempo completo. Este “gracias” ha estado hirviendo en mí todo este tiempo. Sólo quiero agradecerle por preocuparse. Yo sé lo que es el amor de Dios”.
La carta de este hombre me demuestra que nada de lo que hagamos para Cristo es en vano. Ese hogar de niños no fue un fracaso, porque un perdido y confundido niño judío descubrió el significado del amor de Dios
Hace años, Dios puso en mi corazón empezar un hogar para niños en Long Island. En verdad, sentía que Dios estaba detrás de esta obra. Aun así, después de tan sólo dieciocho meses, los oficiales del estado impusieron reglamentos de tal restricción sobre el funcionamiento de un hogar, que no tuvimos otra opción que cerrarlo.
Habíamos conseguido cuatro niños durante el breve tiempo que estuvimos funcionando. Después de cerrar, perdí contacto con ellos. Siempre pensé que dicha gestión fue uno los mayores fracasos de todos los tiempos. Durante más de tres décadas, me preguntaba por qué Dios permitió que avancemos con ello.
Recientemente, recibí una carta de un hombre llamado Clifford, él me contó la siguiente historia:
“Hermano David, yo fui uno de los cuatro niños recibidos en el hogar en Long Island. Sus tutores fueron muy amorosos y tiernos. Nos enseñaban la Biblia y nos llevaban a la iglesia. Un día nos llevaron a una iglesia que estaba teniendo una campaña de avivamiento en una carpa. Yo estaba todo amargado e indispuesto. Fue allí, bajo la carpa, que el Espíritu Santo comenzó a llamar a mi corazón. Oí al predicador decir: “Jesús te ama”. Todos los años de dolor, confusión y desesperanza afloraron. Me puse de rodillas y oré. Eso fue hace treinta y cinco años. Ahora Dios me ha llamado a predicar y me está llevando al ministerio a tiempo completo. Este “gracias” ha estado hirviendo en mí todo este tiempo. Sólo quiero agradecerle por preocuparse. Yo sé lo que es el amor de Dios”.
La carta de este hombre me demuestra que nada de lo que hagamos para Cristo es en vano. Ese hogar de niños no fue un fracaso, porque un perdido y confundido niño judío descubrió el significado del amor de Dios
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