Por D.L. Moody
"El que a mi viene no le echo fuera."Juan 6:37
George Whitefield estaba predicando en su tabernáculo en Londres, rodeado de una multitud y gritó en alta voz: "El Señor Jesús salva a los que el diablo desecha."
Dos pobres y desventuradas mujeres paradas afuera en la calle le oían, porque su voz argentina resonaba en el espacio. Mirándose la una a la otra, dijeron: Está hablando de nosotras." Lloraron y a la vez se regocijaron. Se acercaron y se asomaron a la puerta y miraban el rostro del mensajero sincero y ferviente, quien, con las lágrimas corriendo en raudal por sus mejillas, rogaba encarecidamente al pueblo que entregase sus corazones a Dios. Una de ellas le mandó un recado.
Aquel día más tarde, estando sentado a la mesa de Lady Huntington, quien era una amiga íntima suya; alguien le dijo:
"Señor Whitefield ¿no traspasó usted un poco los límites cuando usted dijo que el Señor salvará a los que el diablo desecha?"
Sacando el recado de su bolsa, lo entregó a la señora y le dijo: "Favor de leer en alta voz lo que dice."
La señora leyó: "Señor Whitefield, hoy afuera de su Tabernáculo estaban paradas dos pobres mujeres perdidas, y oyeron que usted decía que el Señor salvaría a los que el diablo desecha. Echamos mano a eso como nuestra última esperanza, y le dirigimos este recado para decirle que ahora nos regocijamos creyendo en el Señor, y que desde esta buena hora haremos lo posible para servirle a quien ha hecho tanto por nosotras."
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