Por Charles Wesley
“Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos.”
El Señor te está llamando por mi boca y te exhorta a conocerte a ti mismo, espíritu caído, y tu verdadero estado y condición. ¿Qué tienes, dormilón? levántate y clama a tu Dios. Levántate y clama a tu Dios— quizá El tendrá compasión de ti y no perecerás. Una gran tempestad se levanta en tu derredor y te estás sumergiendo en las profundidades de la perdición, en el océano de los juicios divinos. Si quieres escapar de ellos, arrójate en ellos; “júzgate a ti mismo, para que el Señor no te juzgue.”
¡Despiértate, despiértate! Levántate ahora mismo, no sea que tomes de la mano de Jehová el vaso del vino de su furor. Anímate y tómate del Señor, el Señor de la Justicia, grande para salvar.” “Sacúdete del polvo” o al menos déjate sacudir por el temblor de los juicios del Señor. Despiértate y grita con el carcelero: “¿Qué es menester que yo haga para ser salvo?” y no descanses hasta que creas en el Señor Jesús con la fe que es su don por influencia del Espíritu Santo.
Si a alguno me dirijo más especialmente que a otros, es a ti ¡oh alma! que no te crees aludida en esta exhortación. Tengo un mensaje de Dios para ti y en su nombre te amonesto a que huyas de “la ira que vendrá.” Mira, pues, tu retrato, oh alma indigna, en Pedro allí en el oscuro calabozo, entre los soldados, cargado de cadenas y vigilado por los guardias de la prisión. La noche casi ha pasado y se aproxima la mañana cuando habrás de ser llevada al patíbulo; y en tan tremendas circunstancias aún duermes—estás profundamente dormida en brazos del demonio, a la orilla del precipicio, en las garras de la eterna destrucción.
Que el ángel del Señor se acerque a ti y brille la luz en tu prisión. Que puedas sentir la mano fuerte del Señor que te levanta y su voz que te dice: “Cíñete, y átate tus sandalias…Rodéate tu ropa y sígueme.”
Despiértate, oh espíritu inmortal, de tu sueño de felicidad mundana. ¿No te creó Dios para Él mismo? No podrás descansar sino hasta que descanses en Él. Vuélvete ¡oh pobre descarriado! Apresúrate a entrar otra vez en tu arca. Este no es tu hogar. No pienses edificar aquí tabernáculos.
No eres sino extranjero y peregrino sobre la tierra; la criatura de un día que se precipita a un estado inalterable. Apresúrate pues, que la eternidad se aproxima, la eternidad que depende de este momento, una eternidad de gozo o de sufrimiento.
“Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos.”
El Señor te está llamando por mi boca y te exhorta a conocerte a ti mismo, espíritu caído, y tu verdadero estado y condición. ¿Qué tienes, dormilón? levántate y clama a tu Dios. Levántate y clama a tu Dios— quizá El tendrá compasión de ti y no perecerás. Una gran tempestad se levanta en tu derredor y te estás sumergiendo en las profundidades de la perdición, en el océano de los juicios divinos. Si quieres escapar de ellos, arrójate en ellos; “júzgate a ti mismo, para que el Señor no te juzgue.”
¡Despiértate, despiértate! Levántate ahora mismo, no sea que tomes de la mano de Jehová el vaso del vino de su furor. Anímate y tómate del Señor, el Señor de la Justicia, grande para salvar.” “Sacúdete del polvo” o al menos déjate sacudir por el temblor de los juicios del Señor. Despiértate y grita con el carcelero: “¿Qué es menester que yo haga para ser salvo?” y no descanses hasta que creas en el Señor Jesús con la fe que es su don por influencia del Espíritu Santo.
Si a alguno me dirijo más especialmente que a otros, es a ti ¡oh alma! que no te crees aludida en esta exhortación. Tengo un mensaje de Dios para ti y en su nombre te amonesto a que huyas de “la ira que vendrá.” Mira, pues, tu retrato, oh alma indigna, en Pedro allí en el oscuro calabozo, entre los soldados, cargado de cadenas y vigilado por los guardias de la prisión. La noche casi ha pasado y se aproxima la mañana cuando habrás de ser llevada al patíbulo; y en tan tremendas circunstancias aún duermes—estás profundamente dormida en brazos del demonio, a la orilla del precipicio, en las garras de la eterna destrucción.
Que el ángel del Señor se acerque a ti y brille la luz en tu prisión. Que puedas sentir la mano fuerte del Señor que te levanta y su voz que te dice: “Cíñete, y átate tus sandalias…Rodéate tu ropa y sígueme.”
Despiértate, oh espíritu inmortal, de tu sueño de felicidad mundana. ¿No te creó Dios para Él mismo? No podrás descansar sino hasta que descanses en Él. Vuélvete ¡oh pobre descarriado! Apresúrate a entrar otra vez en tu arca. Este no es tu hogar. No pienses edificar aquí tabernáculos.
No eres sino extranjero y peregrino sobre la tierra; la criatura de un día que se precipita a un estado inalterable. Apresúrate pues, que la eternidad se aproxima, la eternidad que depende de este momento, una eternidad de gozo o de sufrimiento.
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