El poder de la fe y la oracion


Por Charles Spurgeon

Una vez, un americano que poseía esclavos, en ocasión de la compra de un esclavo, le preguntó al vendedor: “Dígame honestamente cuáles son sus defectos.” El vendedor respondió: “No tiene ningún defecto que yo sepa, excepto uno, y es que ora.” Ah,” exclamó el comprador, “eso no me gusta, sé de algo que lo curará muy pronto de ese mal.”
Así que a la siguiente noche Cuffey (así se llamaba el esclavo) fue sorprendido en la plantación por su nuevo amo mientras oraba pidiendo por su nuevo dueño, su esposa y su familia. El hombre escuchó y por el momento no dijo nada. Pero a la mañana siguiente llamó a Cuffey y le dijo: ”No quiero discutir contigo, hombre, pero no aceptaré oraciones en mi propiedad. Así que abandona esa práctica.” “Mi amo,” respondió él esclavo, “No puedo dejar de orar. Yo debo orar.” “Si insistes en orar te enseñaré a hacerlo.”
“Mi amo, debo continuar haciéndolo.” “Bien, entonces te daré veinticinco azotes cada día, hasta que dejes de hacerlo.” “Mi amo, aunque me azotes cincuenta veces, debo orar.” “Pues si con esa insolencia respondes a tu amo, los recibirás de inmediato.” Así que atándolo, le propinó veinticinco azotes y le preguntó si iba a orar de nuevo. “Sí, mi amo, debemos orar siempre, no podemos dejar de hacerlo.” El amo lo miró asombrado. No podía entender cómo un pobre hombre podía continuar orando, cuando parecía no hacerle ningún bien y sólo le traía persecución. Le contó a su esposa lo sucedido.
Su esposa le dijo: “¿Por qué no permites que el pobre hombre ore? Cumple muy bien con su trabajo. A ti y a mí no nos interesa el tema de la oración, pero no hay nada de malo en dejarlo orar, sobre todo si continúa haciendo bien su trabajo.” “Pero a mí no me gusta,” respondió el amo. “Me he espantado tremendamente. ¡Si hubieras visto cómo me veía!” “¿Estaba enojado?” “No, eso no me hubiera molestado. Pero después de haberlo azotado, me miró con lágrimas en los ojos como si tuviera más lástima de mí que de él mismo.”
Esa noche el amo no pudo dormir.
Daba vueltas en la cama de un lado a otro. Recordó sus pecados. Recordó que había perseguido a un santo de Dios. Saltando de su cama exclamó “¿Esposa, puedes orar por mí?” “Nunca he orado en mi vida” respondió ella, “No puedo orar por ti.” “Estoy perdido,” dijo él, “si alguien no ora por mí. Yo no puedo orar por mi mismo.” “No conozco a nadie en la plantación que sepa orar, excepto a Cuffey,” dijo la esposa. Hicieron sonar la campana y trajeron a Cuffey. Tomando la mano de su sirviente negro, el amo dijo: “Cuffey, ¿puedes orar por tu amo?” “Mi amo” respondió el esclavo, “he estado orando por ti desde que mandaste azotarme y tengo la intención de seguir haciéndolo siempre.”
Cuffey se arrodilló y derramó su alma en lágrimas y tanto la esposa como el marido fueron convertidos. Ese negro no hubiera podido hacer esto sin fe. Sin fe no hubiera podido sostener su decisión, y hubiera exclamado:
“Mi amo, en este momento dejo de orar. No me gusta el látigo del hombre blanco.” Pero debido a que perseveró por su fe, El Señor lo honró y le dio el alma de su amo en recompensa.

Comentarios