Cuán pocos aman la cruz de Cristo


Tomás de Kempis


¿Por qué buscas descanso, habiendo nacido para el trabajo?
Disponte más a la paciencia que a la consolación y a llevar la cruz más que a la alegría.
Pues ¿Qué hombre mundano no tomaría con gusto la consolación y alegría espiritual, si siempre la pudiese obtener?
Pues las consolaciones espirituales exceden a todas las delicias del mundo y a los deleites de la carne.
Todos desean gozarse con Él, pocos quieren padecer algo por Él. Muchos siguen a Jesús hasta la fracción del pan; pero pocos hasta beber el cáliz de la Pasión.
Muchos veneran sus milagros, pocos siguen la ignominia de la Cruz. Muchos aman a Jesús, cuando no hay adversidades. Muchos le alaban y bendicen, cuando reciben de Él algunas consolaciones, mas si Jesús se escondiere, o los dejare, o los abandonare un instante, luego se quejan, o abaten excesivamente.
Pero los que aman a Jesús por Jesús, y no por algún propio consuelo suyo, tanto le bendicen en toda tribulación y angustia como en el mayor consuelo. Y aunque nunca más les quisiese dar consuelo, con todo siempre le alabarían y quisieran siempre darle gracias. ¡Oh!, ¡ cuánto puede el amor puro de Jesús, sin mezcla de ningún interés o propio amor!
¿Por ventura, no deben ser llamados mercenarios todos los que buscan siempre consolaciones? ¿Por ventura, no prueban que son más amadores de sí mismos que de Cristo, los que continuamente piensan en su interés y provecho? ¿Dónde se hallará quién quiera servir a Dios gratuitamente?
Pocas veces se halla alguno tan espiritual, que esté desprendido de todas las cosas.
Pues, ¿quién hallará un verdadero pobre de espíritu, despojado de toda criatura?
De mayor estima es que todas las preciosidades traídas de lejos y de los últimos términos del mundo (Prov. 31, 10).
Si el hombre diere todo el caudal de su casa, aun no es nada. Y si hiciere gran penitencia aun es poco. Y si poseyere todas las ciencias, aun está lejos. Y si tuviere gran virtud y muy fervorosa devoción, todavía le falta mucho, esto es, una cosa que le es sumamente necesaria.
Y ésta ¿cuál es? Que, dejadas todas las cosas, se deje a sí mismo y salga de sí totalmente, sin retener nada del amor propio. Y cuando conociere que ha hecho todo lo que debe hacer, piense que aun no ha hecho nada.
No tenga en mucho que le puedan tener por grande, sino llámese sinceramente siervo inútil, como dice la Verdad: Después que hubiereis hecho todas las cosas que se os han mandado, decid: siervos inútiles somos (Lc 17, 10). Entonces podrá ser verdaderamente pobre y desnudo de espíritu, y decir con el Profeta: Porque me veo solo y pobre (Sal. 24, 16). Sin embargo, ninguno es más rico, ninguno más poderoso, ninguno más libre, que aquel que sabe dejarse a sí mismo y todas las cosas y ponerse en el último lugar.

Del camino real de la santa Cruz (Capitulo XII)
. A muchos parecen duras estas palabras: Renúnciate a ti mismo y lleva tu cruz y sigue a Jesús (cfr. Mt. 16, 24). Pero mucho más duro será oír aquella postrera palabra: Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno (Mt. 25, 41). Pues los que ahora oyen y siguen de buena voluntad la palabra de la Cruz, no temerán entonces oír la palabra de la eterna condenación. Esta señal de la Cruz estará en el cielo cuando el Señor venga a juzgar. Entonces todos los siervos de la Cruz, que se conformaron en vida con el Crucificado, se llegarán a Cristo Juez con gran confianza.

¿Por qué, pues, temes tomar la Cruz por la cual se va al Reino?
En la Cruz está la salud, en la Cruz la vida; en la Cruz la protección contra los enemigos; en la Cruz la infusión de la suavidad soberana; en la Cruz la fortaleza del corazón; en la Cruz la alegría del espíritu; en la Cruz está la suma virtud; en la Cruz la perfección de la santidad. No está la salud del alma, ni la esperanza de la vida eterna, sino en la Cruz.
Toma, pues, tu Cruz; sigue a Jesús e irás a la vida eterna. Él te precedió llevando su Cruz y murió en la Cruz por ti, para que tú también lleves tu cruz y desees morir en Cruz. Porque si con Él murieres, también vivirás juntamente con Él, y si fueres compañero en la pena, lo serás también en la gloria.
Mira que todo consiste en la Cruz y todo está en morir y no hay otro camino para la vida y verdadera paz interior, sino el de la santa Cruz y cotidiana mortificación. Anda por donde quieras, busca lo que quisieres y no hallarás más alto camino arriba, ni más seguro abajo, que el camino de la santa Cruz.
Dispón y ordena todas las cosas según tu querer y parecer; y no hallarás sino que siempre has de padecer algo, o de grado o por fuerza; y así siempre hallarás la Cruz. Pues, o sentirás dolor en el cuerpo, o padecerás tribulación en el espíritu.
Unas veces te dejará Dios y otras te mortificará el prójimo, y lo que es más, muchas veces tú mismo te serás gravoso; ni podrás librarte ni aliviarte con ningún remedio; sino que conviene que sufras hasta cuando Dios quisiere.
Porque Dios quiere que aprendas a sufrir la tribulación sin consuelo, y que te sujetes del todo a Él, y te hagas más humilde con la tribulación. Ninguno siente tan de corazón la pasión de Cristo, como aquel a quien le haya cabido padecer penas semejantes. Así pues, la Cruz está siempre preparada, y te espera en todas partes.
No puedes escapar, anda a donde quisieres; porque a cualquier parte que huyas, llevas contigo a ti mismo, y a ti mismo siempre hallarás. Vuélvete arriba, vuélvete abajo; vuélvete afuera, vuélvete adentro: en todo hallarás Cruz; y es necesario que en todo lugar tengas paciencia, si quieres gozar la paz interior, y merecer perpetua corona.
Si de buena voluntad llevas la Cruz, ella te llevará y te conducirá al fin deseado; en donde será el fin de padecer, aunque aquí no lo sea. Si contra tu voluntad la llevas, la haces más pesada y te abrumas más a ti mismo; y no obstante es preciso que la sufras. Si desechas una Cruz, sin duda hallarás otra, y tal vez más pesada.
¿Piensas tú escapar de lo que ninguno de los mortales pudo? ¿Qué Santo ha habido en el mundo sin Cruz ni tribulación? Pues ni Jesucristo, Señor Nuestro, estuvo una sola hora sin dolor en este mundo mientras vivió.
Era conveniente, dijo, que el Cristo padeciese y que resucitase de entre los muertos al tercer día y entrase así en su gloria (Lc 24, 46 y 26). ¿Y cómo buscas tú otra senda sino este camino real, que es el de la santa Cruz?
Toda la vida de Cristo fue Cruz y martirio; y ¿tú buscas para ti descanso y gozo? Yerras, yerras, si algo buscas que no sea sufrir tribulaciones; porque toda esta vida mortal está llena de miserias y rodeadas de cruces.
Y cuanto más altamente alguno aprovechare en espíritu, tanto más pesadas cruces hallará muchas veces; porque la pena de su destierro crece más con el amor.
No obstante, éste tal así afligido de tantos modos, no está sin alivio de consuelos; porque siente acrecerle muy grande fruto de sufrir su Cruz. Porque cuando de voluntad se sujeta a ella, todo el peso de la tribulación se convierte en confianza del divino consuelo.
Y cuanto más se quebranta la carne por la aflicción, tanto más se fortifica el espíritu por la gracia interior.
Y algunas veces, en tanto es confortado del afecto de la tribulación y adversidad, por el amor de la conformidad con la Cruz de Cristo, que no quiere estar sin dolor y sin tribulación: porque se cree tanto más acepto a Dios, cuanto mayores y más graves cosas pudiere sufrir por Él.
Esto no es propio de virtud humana, sino gracia de Cristo; que tanto puede y obra en la carne frágil, que lo que naturalmente siempre aborrece y huye, lo emprenda y ame con fervor de espíritu.
No es propio de la condición humana llevar la Cruz, amar la Cruz, castigar el cuerpo y sujetarlo a servidumbre: huir las honras, sufrir con gusto las afrentas, despreciase a sí mismo y desear ser despreciado: tolerar todo lo adverso y dañoso y no desear prosperidad alguna en este mundo. Si confías en ti mismo, nada de todo esto podrás hacer.
Mas si confías en el Señor, Él te enviará fortaleza del cielo y se sujetarán a tu dominio el mundo y la carne. Y no temerás a tu enemigo el diablo, si estuvieres armado con la fe y marcado con la Cruz de Cristo.
Disponte, pues, como bueno y fiel siervo de Cristo, para llevar varonilmente la Cruz de tu Señor, crucificado por tu amor.
Prepárate a sufrir muchas adversidades y diversas molestias en esta vida miserable; porque así estará contigo Cristo donde quiera que fueres; y de verdad que le hallarás en cualquier parte que te escondieres.
Así conviene que sea y no hay otro remedio para evadirse de la tribulación de los males y del dolor, sino el que te resignes. Bebe afectuosamente el cáliz del Señor, si deseas ser su amigo y tener parte con Él.
Deja en manos de Dios las consolaciones, hagaÉEl mismo con ellas como más le agradare. Tú, empero, prepárate para sufrir las tribulaciones y estímalas por grandísimos consuelos, porque los sufrimientos o penas de la vida presente no son de comparar con la gloria venidera (Rom. 8, 18), aun cuando tú solo pudieses sufrirlo todo.
Cuando llegares a tal punto, que la tribulación te sea dulce y agradable por amor de Cristo, piensa entonces que te va bien, porque hallaste el paraíso en la tierra. Mientras que te sea grave el padecer y procures huirlo, cree que te va mal y donde quiera que fueres, te seguirá la tribulación.
Si te dispones para hacer lo que debes, esto es, padecer y morir, luego te irá mejor y hallarás paz.

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