El testimonio de F. B. Meyer



En el siglo XIX, hubo un predicador famoso en Inglaterra: su nombre era F. B. Meyer. Era un hombre muy brillante. Si alguna vez usted ha leído sus libros, su inglés es tan bueno, que cuando él habla sobre agua usted puede oír el agua fluyendo. Él entonces era un joven predicador muy exitoso en Edimburgo, Escocia. Pero una vez lo visitó un joven llamado C. T. Studd. Tal vez usted no conozca este nombre, pero en su tiempo todos en Inglaterra conocían a Studd; él era estudiante en Cambridge y el mejor jugador de cricket de Inglaterra. Venía de una familia millonaria, pero el Señor lo llamó a predicar el evangelio a China.
Antes de que él fuera a China, visitó varios lugares y llegó a Edimburgo, el lugar donde Meyer era pastor. Meyer lo recibió, y él pasó una noche allí. Era noviembre, y noviembre en Edimburgo es muy frío. Y temprano por la mañana Meyer notó que había luz en el cuarto de Studd. Y como buen anfitrión, se preguntó qué habría pasado, tal vez su invitado estaba enfermo. ¿Qué hacer? Era muy temprano para tocar a la puerta, así que esperó, pero la luz seguía encendida. Finalmente llamó, y una voz le dijo que entrara. Él entró en el cuarto y vio a Studd sentado allí, envuelto en una frazada a causa del frío. Meyer dijo: «Usted se levanta realmente temprano». Y él contestó: «Oh, yo amo al Señor, estoy escudriñando la Palabra; estoy buscando órdenes para obedecer». Eso conmovió el corazón de Meyer.
Cuando nosotros leímos las Escrituras, ¿qué buscamos? Buscamos promesas. ¿Y qué evitamos? Los mandamientos. Pero, ¿qué buscaba este joven? Buscaba los mandamientos, porque él amaba al Señor y quería obedecerle. Eso tocó profundamente a Meyer, y dijo: «Hermano, ¿cómo podría yo ser como usted? Usted tiene algo que yo no tengo». Y Studd le preguntó: «¿Se ha dado usted mismo al Señor?». Decirle a un pastor: «¿Se ha dado usted mismo al Señor?» parece un insulto. Y Meyer respondió: «Por supuesto, yo le he dado mi vida al Señor». Entonces Studd dijo: «¡Ah!, ¿ha entregado usted toda su vida al Señor? ¿Le ha dado al Señor cada detalle de su vida?». Meyer dijo: «Nunca he hecho eso». Así que Studd le dijo: «Vaya y hágalo».
F. B. Meyer amaba al Señor, así que empezó a considerar cada detalle de su vida; sus talentos naturales, su éxito, los entregó uno por uno al Señor. Vio al Señor viniendo hacia él, extendiendo su mano y diciéndole: «Dame todas las llaves de tu vida». Meyer le dio al Señor un manojo de llaves, grandes y pequeñas, de cada cuarto de su vida. Pero él se guardó una llave pequeña, de un cuarto pequeño, y el Señor le preguntó: «¿Eso es todo?». «Oh», dijo él, «eso es todo, salvo esta llave pequeña; por favor, permíteme quedarme con ella». Pero el Señor dijo: «No». «Oh Señor, si me permites guardar esta llave, yo doblaré mis esfuerzos para servirte». El Señor dijo: «No», y empezó a darse la vuelta y a abandonarlo. Meyer estaba desesperado, así que clamó: «Hazme quererlo. Yo no quiero, pero dame el deseo de quererlo». Y entonces el Señor volvió y tomó esa llave pequeña, y le dijo a Meyer: «Si yo no soy el Señor de todo, no soy el Señor de nada». Costó tiempo al Señor abrir todos esos cuartos, limpiarlos y purificarlos, pero él usó poderosamente a Meyer.

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