Tu Dios es mas grande

“No se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia; y las costas esperarán su ley” Isaías 42:4

John Paton y su esposa llegaron a la isla de Aniwa, a unos 1800 kilómetros de Australia, en 1865. Su propósito era predicar el evangelio a los caníbales. Por cinco años John había tratado de evangelizar a los nativos de otra isla vecina llamada Tanna, pero varias veces esos caníbales habían tratado de matarlo. Por eso los Paton se cambiaron a Aniwa, y vivieron quince años allá. Actualmente, Tanna y Aniwa son islas de la república de Vanuatu.
Cuando llegaron, John decidió hacer su casa en un terreno plano, pero tuvo que quitar unos montones de tierra. Ningún nativo se atrevió a ayudarle a quitar esos montones. Dentro de los montones, John halló huesos humanos. Los nativos explicaron, “Es que allá en Tanna, comen a sus enemigos con todo y huesos, pero nosotros no comemos los huesos.” Años después, el jefe Namakei confesó a John que ellos no le habían avisado del significado real de esos huesos, pensando que los Paton iban a incurrir en una maldición, y que los espíritus los iban a matar. ¡Entonces los nativos estaban planeando quedarse con todas las posesiones de los misioneros! Cuando los Paton no murieron ni se enfermaron, los nativos esperaron para ver lo que iba a suceder cuando los misioneros comieran los plátanos (guineos) que plantaron allí.
Cuando no se enfermaron, entonces los nativos los respetaban mucho, sabiendo que el “Dios” de los misioneros era más poderoso que los ídolos de la isla.
Es bueno recordar esto: en cualquier cultura, los misioneros tienen que predicar el mensaje de Jesucristo y demostrar que su Dios es más poderoso que los dioses de esa cultura. Si no lo pueden demostrar, esa gente no va a creer en el Dios que predican los misioneros. La gente puede aceptar la “religión” cristiana con sus actividades y cultos, pero no abandonarán su fe en sus dioses antiguos. La gente solamente se convierte de corazón cuando entienden que Jesucristo es más grande que todas las cosas.
¿Cuáles son los “dioses” de esta cultura latina? ¿En qué cosas confía la gente? ¿Han demostrado los cristianos que su Dios es más poderoso que esas cosas?
En una cultura que cree en el poder del dinero, hay que demostrar que hay algo que provee más seguridad que las riquezas: las promesas de un Dios que no puede mentir.
En una cultura que cree en los títulos y la ciencia del hombre, es necesario demostrar que existe otra preparación superior a la de los evolucionistas: El conocimiento de la Biblia produce jóvenes más inteligentes, misericordiosos y creativos.
En una cultura que cree en las armas, es necesario demostrar que existe otra protección mejor que la fuerza de la violencia: el poder de Dios que acampa alrededor de los que le temen.
En una cultura que cree en el adulterio, es necesario demostrar que existe otra relación íntima que es superior a las relaciones ilícitas: el matrimonio cristiano.
Al llegar los españoles a las Américas, no demostraron la superioridad de la fe en Jesucristo. No demostraron una vida virtuosa que se sostiene por la bendición del Dios verdadero.
Solamente reemplazaron las imágenes de los indígenas con imágenes católicas.
Aniwa era una isla sin agua. Los nativos no usaban agua para bañarse, pues tenían el mar. No usaban agua para lavar ropa, pues no tenían ropa.
Solamente la ocupaban para tomar, y había un pequeño lago que se llenaba de agua dulce cuando llovía, entre diciembre y abril.
John Paton vio la necesidad de buscar otra fuente de agua. Pensó en cavar un pozo.
Esta idea fue una locura total para los nativos. ¿Sacar lluvia de la tierra? Nunca habían imaginado tal cosa. Todo el mundo sabía que agua dulce caía del cielo. Por supuesto, bajo la tierra el agua sería muy sucia. Se rieron a carcajadas.
John empezó el trabajo. Nadie quería ayudar al “Misi” (misionero) porque estaban convencidos de que estaba loco. No querían que los demás se rieran de ellos. Pero al fin aceptaron trabajar cuando John les ofreció anzuelos de acero como paga.
Cuando el pozo tenía cuatro metros, un lado del pozo se derrumbó. Afortunadamente, John no estaba dentro del pozo, porque sucedió de noche. El jefe se espantó mucho y dijo, “Te vas a matar, Misi, y luego otros van a decir que te matamos. Entonces van a llegar las naves de la Gran Reina (de Inglaterra), y nos van a fusilar.”
Ningún nativo se atrevió a ayudarle a John después de esto. Un ayudante de la misión le ayudó a sacar la tierra del pozo.
Día tras día, John seguía trabajando. Sus manos se llenaron de ampollas. Le dolía todo el cuerpo. Cuando llegó a los diez metros de profundidad, vio que la tierra empezó a estar húmeda. Dijo al jefe, “Creo que mañana mi Dios va a darnos agua en el pozo. Vénganse a ver.”
El jefe respondió, “¡No, Misi! No sigas cavando porque vas a llegar al mar, vas a caer para abajo y los tiburones te van a comer. ¡No lo hagas!”
Al amanecer, John siguió sacando tierra, y después de otro metro, un chorro de agua empezó a entrar. Gritó, “¡Rápido, dame un vaso, una cubeta, o cualquier cosa!” Lo probó. Era agua dulce.
Mandó el agua arriba en la cubeta al jefe, quien la probó.
Exclamó, “¡Lluvia! ¡De veras, es lluvia! Lluvia bajo la tierra! Pero ¿cómo supiste?”
Después dijo John que ese pozo logró convencer a los nativos más que darles doctrina por muchos años. El jefe Namakei proclamó, “Ningún dios de Aniwa ha contestado como el Dios del Misi.
Si él puede sacar lluvia de la tierra, como acabamos de ver con nuestros propios ojos, entonces creo también que todas las cosas que Misi nos dice son ciertas.” Los nativos empezaron a venir a oír la palabra de Dios, y empezaron a cambiar su manera de pensar.
Igualmente, Jesucristo enseñaba cómo vivir una vida justa, y demostraba que Dios contesta las oraciones de los obedientes.
La vida de los justos es diferente, y esa diferencia ilumina a los perdidos, trayéndolos a la salvación. “El fruto del justo es árbol de
vida; y el que gana almas es sabio.” (Prov. 11:30.)
El pueblo de Aniwa siempre resolvía los argumentos con violencia: se mataban unos a otros. John sabía que un día iban a intentar matarle a él también, porque el asesinato simplemente era parte de su manera de pensar. El formuló un plan para estos casos que dio resultados maravillosos. Las veces que intentaron matarlo, este plan le salvó la vida. Cuando veía que un nativo levantaba su hacha para atacarlo, John corría hacia el nativo para abrazarlo, y el pobre nativo enojado no sabía qué hacer. John lo abrazaba hasta que bajaba su arma. Después le hablaba calmadamente para saber por qué estaba tan molesto.
De esta manera John les demostró que existe otro poder más grande que la violencia: el amor.
Algunos de los jefes hicieron grandes esfuerzos para que la nueva creencia de los misioneros no fuera aceptada en sus territorios. Uno de ellos, después de declararse contra la misión, inmediatamente cayó enfermo y murió. A causa de eso, el hermano del fallecido trajo una banda de salvajes para atacar la misión un día domingo. No logró hacer nada ese día, y dentro de pocos días, él también se enfermó y murió. Por supuesto, los nativos creyeron que los cristianos estaban matándolos con su “magia cristiana”. Querían vengarse. Prendieron fuego al campo y quemaron palmas y árboles frutales de la misión.
Entonces los jefes hicieron una gran reunión. Muchos de ellos querían matar a los de la misión. Otros querían la paz.
Finalmente se paró un jefe. “Basta ya de todo esto,” dijo.
“Oíganme todos ahora. Saben que si matan a los misioneros, las naves de la Gran Reina vendrán. Y ahora, miren esto—”
En su mano derecha tenía una lanza larga. Extendió la izquierda para que todos pudieran ver las conchas blancas amarradas allí, la señal de su promesa al jefe Nowar de la isla de Tanna.
“Por estas conchas,” declaró solemnemente, “juré que yo defendería la vida del misi y su familia. Yo y mis hombres lo haremos.
Pero oigan esto. Si de todos modos el misi o su esposa o sus hijos mueren, ¡sepan que las tribus salvajes de Tanna vendrán en sus barcos para vengarse aun antes de que lleguen las naves de la Gran Reina!”
Los Paton sobrevivieron muchos ciclones en las islas que en aquel tiempo se llamaban las Nuevas Hebridas.
Permaneció parado un momento más, exhibiendo las conchas blancas delante de todos. Un murmullo se oyó, y decidieron seguir la paz.
El Dios de los cristianos puede hacer que aun sus enemigos estén en paz con ellos. Los ídolos y las riquezas no pueden hacer eso.
Cuando Moisés sacó a los hijos de Israel de Egipto, tuvo que mostrar que su Dios era más poderoso que los dioses de los egipcios. De la misma manera, Dios obra por medio de sus siervos para hacer lo que los dioses de los incrédulos no pueden hacer.

Comentarios