AMOR POR DIOS



Acerca de la vida de Federico Faber
El más alto grado del amor de Dios no es intelectual, sino espiritual. Dios es espíritu, y únicamente el espíritu del hombre puede llegar a conocerlo en realidad. El fuego divino debe arder en las profundidades del espíritu del hombre. Al no ser así, el amor del hombre no puede ser verdadero amor de Dios. Los grandes en el Reino de Dios son aquellos que lo han amado a Él en el espíritu más que otros. Nosotros sabemos quiénes han sido éstos, y les rendimos el tributo de nuestra admiración. Basta que nos detengamos un minuto a pensar en ellos para que sus nombres desfilen ante nosotros con un perfume de mirra, casia y áloe.
Federico Faber fue una de esas almas que ansiaba conocer a Dios, y vivir cerca de él, como el corzo ansia las aguas para beber de ellas. Y la manera en que Dios se revela al corazón que le busca, inflama toda la vida del hombre, con un deseo tal de adorarle que rivaliza con el de los mismos serafines. El amor que siente por Dios se extiende a las otras personas del Dios trino, pero sabe sentir un amor especial por cada una de ellas. A Dios el Padre le canta:
Solo el pensar en ti, mi Dios,
¡cuánto placer me da!
Solo tu nombre mencionar,
trae felicidad.

Padre de Cristo, don de amor,
bien puedo imaginar
La dicha inmensa que dará
tu rostro contemplar.

EL amor por Jesucristo que sentía Federico Faber era tan intenso que amenazó con consumirlo; ardía en él como una dulce y santa locura, y fluía de sus labios como oro derretido. Dice en uno de sus sermones, "Dondequiera que miremos en la iglesia, allí está Jesús. El es el principio, el medio y el final de todo. No hay nada bueno, nada santo, nada hermoso, nada deleitable, que El no lo dé a sus siervos. Nadie necesita ser pobre, porque si él lo quiere, Jesús puede ser suyo. Nadie necesita abatirse, porque Jesús es el gozo del cielo, y lo que él más desea, es entrar en los corazones tristes. Podemos exagerar muchas cosas, pero jamás las obligaciones que tenemos para con él, ni la abundancia del amor que él tiene para nosotros. Podemos estar toda la vida hablando de Jesús, y aún no agotaríamos todo lo bello que podemos decir de él. La eternidad no bastará para llegar a conocerlo por completo, ni para alabarle por todo lo que ha hecho por nosotros. Pero eso no importa, porque de todos modos estaremos siempre con él, y no queremos hacer otra cosa." Luego, dirigiéndose al Señor, dice:

Te amo tanto, Salvador,
prendado estoy de ti.
Tu amor es fuego abrasador
que me consume a mí.


El ardiente amor de Federico Faber se extendía al Espíritu Santo. No solo reconocía la igualdad del Espíritu con el Padre y el Hijo, sino que también lo celebraba en sus cantos y oraciones. Se inclinaba literalmente, hasta tocar el suelo con su frente cuando celebraba un férvido culto a la tercera Persona de la Trinidad. En uno de los grandes himnos que dedicó al Espíritu Santo, dice:'
Espíritu Santo, sin par tu incomparable amor jamás lo podré yo explicar al pobre pecador.
Aun a riesgo de cansar al lector, he hecho estas acotaciones para señalar que Dios es tan maravilloso, tan completamente deleitoso, que sin ninguna otra cosa más que su presencia, puede satisfacer los más exigentes anhelos de la naturaleza humana, por más exigente que ésta sea. La adoración y el culto que Faber practicaba (y él pertenece a esa gran compañía que nadie puede contar) no es de las que se adquieren por el mero conocimiento intelectual. Los corazones capaces de quebrantarse hasta lo sumo, movidos por el amor al Dios trino y único, son aquellos que han estado en presencia de la Deidad, y la han contemplado con ojos despejados. Los hombres de corazón quebrantado son incomprensibles para la gente común. Ellos hablan habitualmente con autoridad espiritual. Han estado en la presencia de Dios, y hablan de lo que han visto allí.

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