Sométase al Consolador



Por David MacIntyre

Es de primordial importancia que en todos los ejercicios en la cámara secreta nos sometamos a las influencias benditas del Consolador, por quien somos capacitados exclusivamente para orar con aceptación. Ralph Erskine da una importante advertencia con respecto a esto. En su diario de oración escribe bajo la fecha 23 de enero de 1733: “Esta mañana tuve un despertar en oración, y me sentí fortalecido para esperar en el Señor. Al principio de mi oración discerní un entusiasmo por afirmar que Dios en Cristo es la fuente de mi vida, la fuerza de mi vida, el gozo de mi vida; y que no tenía ninguna vida que mereciera ese nombre, a menos que él mismo fuera mi vida. Pero entonces, reflexionando sobre mi propio pecado, vileza y corrupción, empecé a admitir mi impiedad; pero por el momento, la dulzura de mi estado de ánimo me falló, y pasó. De esto, creo, puedo sacar esta lección: que ninguna dulce influencia del Espíritu debe ser usada con el pretexto de obtener un estado de ánimo, que en realidad debe estar basado en la humillación; de otra manera, el Señor puede ser provocado a retirarse.”
Cuando Thomas Boston se encontró en el peligro de ceder a la vanagloria, le dio una mirada a sus negros [pecaminosos] pies. Es muy posible que hagamos lo mismo, pero nunca al punto de perder nuestra seguridad de que somos hijos de Dios, o nuestro sentido de lo precioso que es Cristo. Como Rutherford nos recuerda: “En el cielo no hay ‘música de la ley’ [o sea, temas de juicio]: allí todo su canto es: ‘Digno es el Cordero’”. Y la sangre del rescate ha expiado TODO PECADO.
Los creyentes de tiempos pasados solían observar con gratitud las ocasiones cuando recibían poder para mostrar “un dolor bondadoso, penitencial por el pecado.” En otras ocasiones lamentaban lo apagado que estaban. No obstante, nunca se les ocurrió que la frialdad de sus sentimientos debería inducirlos a dejar de orar ante Dios. Al contrario, coincidían “con un guerrero laborioso y exitoso ante el trono de gracia”, quien se había decidido a que “él nunca dejaría de enumerar y confesar sus pecados hasta que su corazón se derritiera arrepentido y con dolor potente.”

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