El dolor que Dios provoca



Por Jeanne Guyon

¡Oh Señor! Con que rigor castigas a los más fieles, a los más tiernos y más amados de entre tus hijos. No estoy diciendo que Él lo haga de una forma externa, pues esto sería inadecuado para tratar con los defectos más sutiles en un alma que Dios está a punto de purificar radicalmente. Los castigos que se pueda infligir a sí misma, más que otra cosa, son gratificantes y refrescantes. En realidad, la manera en la que Él disciplina a sus elegidos debe sentirse, o mejor dicho, es imposible de concebir de lo terrible que es. En mi intento de explicarla, sería ininteligible, excepto para las almas experimentadas.
Es una quemazón interna, un fuego secreto enviado por Dios para purgar y expulsar el defecto, y que origina un dolor extremo, hasta que se completa esta purificación. Es como una articulación dislocada, que es un tormento incesante hasta que el hueso se vuelve a colocar en su sitio. Este dolor es tan agudo, que el alma haría cualquier cosa para satisfacer a Dios en cuanto al defecto, y preferiría ser hecha pedazos antes que soportar el tormento. A veces el alma corre a otros, y abre su estado para poder encontrar consuelo. Al hacer esto ella frustra los designios de Dios hacia ella. Es de vital consecuencia saber qué uso se hace de la aflicción. Todo el avance espiritual de uno depende de ello. En estas estaciones de angustia interna, oscuridad y luto, deberíamos cooperar con Dios, soportar esta tortura consumidora hasta sus últimas consecuencias (mientras continúa) sin intentar incrementarla o mitigarla; sobrellevarla pasivamente sin buscar satisfacer a Dios por nada que podamos hacer por nosotros mismos. Mantenerse pasivo en un tiempo así es extremadamente difícil, y requiere gran firmeza y coraje. Conocí a algunos que nunca llegaron más adelante en el proceso espiritual porque se impacientaban y buscaban medios de consuelo.

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