TRABAJAR Y ORAR



Por Orlando Boyer

Se dice que Martín Lutero tenía un amigo íntimo, cuyo nombre era Miconio. Al ver a Lutero sentado días tras días, trabajando en el servicio del Maestro, Miconio quedó apenado y le dijo: “puedo ayudar más, donde estoy; permaneceré aquí orando en cuanto tu perseveras incansablemente en la lucha”. Miconio oró días seguidos por Martín. Pero mientras perseveraba en oración, comenzó a sentir el peso de su propia culpa. Cierta noche soñó con el Salvador, que le mostró las manos y los pies. Le mostró también la fuente en la cual el purificara todo el pecado. “¡Sígueme!” le dijo el Señor, llevándolo para un alto monte de donde apuntó para el sol naciente. Miconio vio una planicie que se extendía hasta el horizonte distante. Esa vasta planicie estaba cubierta de ovejas, de muchos millares de ovejas blancas. Solamente había un hombre, Martín Lutero, que se esforzaba por apacentarlas a todas. Entonces el Salvador le dijo a Miconio que mirara para el poniente, miró y vio inmensos campos de trigo blancos para la siega. El único segador, que lidiaba para segarlos, estaba casi exhausto, pero igualmente persistía en su tarea. En esa altura, Miconio reconoció al solitario segador, su buen amigo, ¡Martín Lutero! Al despertar del sueño, tomó esta resolución: “¡No puedo quedarme aquí orando mientras Martín se fatiga en la obra del Señor. Las ovejas deber ser pastoreadas; los campos tiene que ser cosechados, Heme aquí, Señor, envíame a mí!” Fue así que Miconio salió para compartir la labor de su fiel amigo.
Jesús nos llama para trabajar y orar. Es de rodillas que la Iglesia de Cristo avanza.
Extraído del libro “Heróis da Fé” de Orlando Boyer

Traducido por Wiarly Muñoz G. 06 de febrero de 2010

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