EL CRISTO OMNISUFICIENTE



por John Fletcher

1729-1785

Sí, “hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley así como los profetas”.
Basados en nuestras propias experiencias, declaramos que ha venido el Mesías, y que su mera naturaleza es amor encarnado, y que su placer es la felicidad eterna de los hombres. Él es “el señalado entre diez mil” profetas, sacerdotes, reyes y salvadores; Él es todo un encanto. Nuestras almas le entregamos confiados en la veracidad de su palabra y nuestra fe; por lo tanto, con gozo humilde, declaramos que hoy Él contesta oraciones y libra de la muerte las almas de los pecadores tal como, por gracia lo hacía en los días de su carne.
Basados en las pruebas que miles de veces con éxito hemos hecho, le proclamamos Ayuda para los desamparados, Esperanza para los desesperados, Salud para los enfermos, Fuerza para los débiles, Riquezas para los pobres, Paz para los atribulados, Consuelo para los afligidos, Luz para los asentados en tinieblas, Compañero para los solitarios, Amigo para los sin amigos, Camino para los desorientados, Sabiduría para los ignorantes, Justicia para los impíos, Santificación para los que lloran, Gloria para los sencillos, y en una sola palabra, Salvación para los perdidos.
A pesar de ser el Creador del hombre y de los ángeles, Él se condescendió a nacer de mujer, con tal de que los h i j o s malvados y degenerados de Adán, pudiesen nacer de nuevo – nacer de Dios. A pesar de que Él mismo se vistió del desteñido vestido de nuestra carne y se cubrió con el velo de n u e s t r a p o b r e humanidad a fin de que nosotros fuésemos investidos de la gloria de su naturaleza divina.
A pesar de que en Él se halló “la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”, Él trabajaba con tal de que nosotros descansáramos, aguantaba hambre y sed a fin de que nosotros probáremos el maná escondida, comiéremos el pan de la vida y bebiéramos juntamente con Él, el místico vino del reino de su Padre.
Con su palabra omnipotente, Él reviste los collados con verdor, y cubre a millones de sus criaturas de pelaje bello y valioso, o de escamas relucientes y de plumaje brillante, pero ¡oh, condescendencia infinita! Él se condescendió ser desvestido de su propia ropa espléndida a fin de que nosotros fuésemos vestidos con el manto de justicia y vestidura de salvación.
A pesar de que sus riquezas eran infinitas como Él mismo lo era, y a pesar de que los cielos eran su trono y la tierra era estrado de sus pies, Él se hizo pobre, no teniendo donde recostar su cabeza, a fin de que nosotros fuésemos ricos en fe en esta vida y herederos de su reino después.
A pesar de que Él era, ahora es, y siempre será, la alegría de los seres celestiales y el objeto de su adoración sublime, Él de su propia voluntad aceptó ser despreciado de los hombres a fin de que nosotros honrados por Dios; Él fue varón de dolores y experimentado en quebranto, a fin de que nosotros regocijáremos de gozo inefable y lleno de gloria.
A pesar de ser el Legislador Supremo y Juez del Universo, amor sin igual le hizo dejarse ser juzgado e injustamente condenado delante del tribunal de Pilato a fin de que nosotros fuésemos perdonados, absueltos y apremiados delante de su tribunal majestuoso. A pesar de que arcángeles echan sus coronas a sus pies, Él ser permitió ser burlado, menospreciado, escupido, latigado y por fin coronado con una corona de espinas, a fin de que nosotros recibiésemos una corona incorruptible de justicia y gloria.
Señor de los ejércitos es su nombre y merece ser llamado Admirable, Consejero, Padre Eterno, Dios fuerte, Príncipe de Paz. Sobre su hombro reposaba el principado. Pero a cuestas cargó
Él la pesada, indigna cruz del malhechor, a fin de que nosotros fuésemos redimidos de la maldición de la ley. Así fue ordenado: “Adórenle todos los ángeles de Dios”; sin embargo Él, cual
malhechor, fue crucificado con tal de que nosotros como osados, rebeldes y abominables pecadores, fuésemos hechos reyes y sacerdotes de Dios.
Pero eso no es todo. Habiendo, por la gracia de Dios, gustado la muerte por todos, resucitó – resucitó – ¡resucito! habiendo triunfado sobre la muerte.
¡Oh profundidad del misterio de la fe! ¡Oh la anchura, la longitud y la altura del amor de Cristo! Toda su humillación formidable, toda su exaltación asombrosa, todo su amor inmenso, era a favor de nosotros. Su encarnación incomprensible nos reconcilió con Dios; su amplísima expiación nos compró nuestra gratuita justificación; su muerte tan cruel es la fuete de nuestra vida inmortal; su resurrección es la seguridad nuestra de gloria celestial y su ascensión, el triunfo de nuestras almas.

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