Clamor a un avivamiento genuino y personal


Por Richard Baxter

Yo no sé lo que los otros piensan, pero de mi parte, me avergüenzo de mi ignorancia, y me admiro de mí mismo, porque no he tratado las almas de los otros y la mía como almas que esperan el gran día del Señor; y porque tengo espacio para casi cualquier otros pensamientos y palabras; y porque tales asuntos asombrosos no toman completamente mi mente.
Me admiro de cómo puedo predicar sobre esto sin pasión y descuidadamente; y cómo puedo dejar a los hombres solos en sus pecados; y como no voy atrás de ellos, rogándoles, por el amor del Señor, que se arrepientan, no importa la forma que reciban el mensaje, y cual sea la pena y dolor que me cueste a mí.
Muy pocas veces salgo del púlpito sin que mi conciencia me golpee por no haber sido más fervoroso y serio. Ella no me acusa tanto por la falta de ornamentos y elegancia, ni por dejar pasar una palabra errada; sino que me pregunta “¿Como puedes hablar de vida y de la muerte con un corazón así? ¿Cómo puedes predicar sobre el cielo y el infierno de una forma tan relajada y descuidada? ¿Crees en lo que dices? ¿Lo tomas en serio o en broma? ¿Cómo puedes decir a las personas que el pecado es algo así, y que tanta miseria está sobre ellas y delante de ellas, y no eres afectado con esto? ¿Tú no deberías llorar sobre personas así, y no deberían tus lágrimas interrumpir tus palabras? ¿Tú no deberías clamar en alta voz, y mostrarles a ellos sus transgresiones, e implorar a ellos y rogarles como una cuestión de vida y muerte?
Y, por mí mismo, como estoy avergonzado de mi corazón descuidado y torpe, y de mi modo de vida inútil y lento, así como, el Señor sabe, estoy avergonzado de cada sermón que he predicado; cuando pienso sobre lo que estoy hablando, y quien me envió, y que la condena y salvación de los hombres es completamente relacionada en él, estoy listo a temblar por temor de que Dios me juzgará como un malo administrador de Sus verdades y de las almas de los hombres, e imagino que en mi mejor sermón yo sea culpado por la sangre de ellos.
Pienso que no debemos hablar cualquier palabra a los hombres, en asuntos de tamañas consecuencias, sin lágrimas o con la mayor seriedad que podamos alcanzar; ya que somos tan culpables del pecado que reprobamos, debería ser de esa forma.
Verdaderamente, este es el sonido de la conciencia que suena en mis oídos, y a pesar de eso, mi alma adormilada no quiere ser despertada. ¡Oh! Qué cosa es un corazón endurecido e insensible. ¡Oh, Señor, sálvanos de la plaga de la infidelidad y de la dureza de corazón de nosotros mismos! ¿Cómo podríamos ser instrumentos aptos para salvar a los otros del error? Oh, haz en nuestras almas aquello que Tú nos usarías para hacer en las almas de los otros.
Traducido por Wiarly Muñoz G. 21 de septiembre de 2010.

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