ORACIONES CONTESTADAS

Por D. L. Moody

En el capítulo quince de Juan y en el versículo siete, encontramos quiénes son los que reciben contestación a sus oraciones: "Si permanecéis en Mí, y mis Palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y os será hecho." Ahora bien, en el capítulo cuatro de Santiago, en el versículo tres, hallamos que algunos no reciben respuesta a sus oraciones: "Pedís, y no recibís, porque pedís mal." Hay, pues, muchas oraciones no contestadas porque los motivos que las impulsaron no eran rectos; no habían cumplido, los que las hicieron, la Palabra de Dios. Es bueno que nuestras oraciones no sean contestadas cuando pedimos mal.

Si nuestras oraciones no son contestadas, es posible que hayamos orado sin un buen motivo; o que no hayamos orado según las Escrituras. Así que no desmayemos, aunque no recibamos respuesta a la oración en la forma que deseamos.

Un hombre fue una vez a George Muller y le dijo que quería que él orara en favor suyo pidiendo cierta cosa. El hombre afirmó que ya había pedido a Dios muchas veces que le concediera la petición, pero que Dios no había considerado oportuno concederla. Mr. Muller tomó un cuaderno suyo y le mostró en él, el nombre de una persona por la cual había estado orando desde hacía veinticuatro años. La oración, añadió Mr. Muller, no había sido contestada todavía; pero Dios le había dado la seguridad de que aquella persona se convertiría y su fe se anclaba allí.

A veces hallamos que nuestras oraciones son contestadas inmediatamente, incluso mientras estamos orando; otras veces, la respuesta se demora. Pero especialmente cuando pedimos misericordia, ¡cuán pronto viene la respuesta! Miremos a Pablo cuando exclama: "Señor, ¿qué quieres que haga?" La respuesta llegó al instante. Vemos también al publicano que fue al templo a orar y recibió una respuesta inmediata. El ladrón en la cruz oró: "¡Señor, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino!", y recibió respuesta inmediatamente, allí mismo. Hay muchos casos similares en la Biblia, pero hay otros de personas que tuvieron que orar durante mucho tiempo y con frecuencia. El Señor se deleita en oír a sus hijos que le hacen peticiones, refiriéndole sus tribulaciones, y por ello deberíamos esperar el momento que El decide es el apropiado para la respuesta. Nosotros no sabemos cuál es.

Había una madre en Connecticut que tenía un hijo en el ejército, y que, al partir, la dejó desconsolada, porque no era cristiano. Día tras día elevaba su voz en oración para el muchacho. Al cabo de un tiempo supo que había sido llevado al hospital y que murió allí, pero no pudo averiguar nada con relación con su muerte. Pasaron los años, y un día un amigo de la familia pasó por su casa en viaje de negocios. Allí vio la fotografía del muchacho en la pared. La miró y dijo: "¿Conocíais a este muchacho?" La madre contestó: "Este muchacho era mi hijo. Murió en la última guerra." El hombre dijo: "Yo le conocía muy bien; estaba en mi compañía." La madre entonces le preguntó: "¿Sabe usted algo respecto a sus últimos días?" El hombre contestó: "Yo estaba en el hospital, y este chico murió en paz, triunfante en su fe." La madre había perdido ya la esperanza de saber nada más del chico; pero antes de partir, ella misma tuvo la satisfacción de saber que sus oraciones habían prevalecido ante Dios.

Creo que hallaremos muchas de nuestras oraciones contestadas cuando llegaremos al cielo, y que ahora creemos que no han recibido respuesta. Si la oración de fe es verdadera Dios no puede negarnos lo que pedimos. En una ocasión, en una reunión a que asistí, un caballero me indicó a un individuo y me dijo: "¿Ve a este hombre? Este es uno de los dirigentes de un club de infieles." Me senté a su lado y el infiel me dijo: "Yo no soy cristiano. Usted ha estado tratando de embaucar a toda esa gente y hacerles creer, especialmente a esas viejecitas, que recibe respuestas a la oración. ¿Por qué no lo prueba conmigo?" Hice oración por él, y cuando me levanté, el infiel me dijo con mucho sarcasmo: "¡No estoy convertido todavía!" Le contesté: "Pero aún tiene tiempo." Más tarde recibí una carta de un amigo diciéndome que aquel hombre se había convertido y estaba trabajando en las reuniones.

Jeremías oró y dijo: "¡Ah, Señor Jehová! He aquí Tú has hecho los cielos y la tierra con tu gran poder y brazo extendido, y no hay nada demasiado difícil para ti." No hay nada demasiado difícil para Dios: esto es un buen emblema. Creo que ahora es una buena oportunidad para bendición en el mundo, y podemos esperar grandes cosas. Mientras que la bendición se derrama a nuestro alrededor, levantémonos y participemos en ella. Dios ha dicho: "Llámame y te constestaré, y te mostraré cosas grandes y poderosas que no conoces." Llamemos, pues, al Señor y oremos para que estas cosas puedan ser hechas por amor a Cristo, no a nosotros.

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