Testimonio de una reunión de oración

Por D.L. Moody

Quiero que comprendáis, amigos, que lo que explico no es lo que hice yo, sino lo que hizo Dios. ¡Sólo Dios podía hacerlo! Yo había ya renunciado a toda esperanza, como un caso perdido. Pero es por la gran misericordia de Dios que estoy aquí esta noche, y os digo que Cristo es capaz de salvar del todo a todos los que acuden a Dios por medio de Él.

La lectura de las "peticiones de oración" para la salvación de los alcohólicos me conmovió muy profundamente. Me parecieron un eco de las muchas ocasiones en que se hicieron "peticiones" de oración en mi favor. Y, por experiencia sé que hay una gran cantidad de familias que necesitan hacer semejantes peticiones.

Por tanto, si lo que puedo deciros sirve para dar ánimo a vuestro corazón, estimular a un buen padre o madre a que sigan orando por sus hijos, o ayudar a alguno que se ha sentido él mismo más allá del alcance de la esperanza, daré gracias a Dios por ello.

Yo tuve muchas oportunidades. Mis padres amaban al Señor Jesús, e hicieron todo lo que pudieron para criarme por el buen camino; y durante algún tiempo yo mismo pensé que sería un cristiano. Pero me aparté de Cristo y me alejé más y más de Dios y de las buenas influencias.

Estaba en la Escuela Secundaria cuando comencé a beber. Muchas veces había ya bebido con exceso a los 17 años, pero tenía aún bastante sentido de dignidad, que me impidió ir cuesta abajo hasta que cumplí los 23; pero a partir de entonces hasta los 26 ya fue diferente. En Cambridge seguí bebiendo más y más, perdí todo sentido de respeto de mí mismo y me asocié con la peor clase de compañeros.

Me fui alejando más y más de Dios, hasta que mis amigos, los que eran cristianos y los que no lo eran, consideraron y me dijeron que había poca esperanza para mí. Toda clase de personas me habían rogado que me moderara, pero yo aborrecía las reprensiones. Me daba asco todo lo que olía a religión, y me burlaba de sus consejos o palabras ofrecidas en esta dirección.

Mi padre y mi madre habían muerto los dos sin verme volver al Señor. Oraron por mí en tanto que vivieron, y al final, mi madre, me preguntó si no iba a seguirla a ella para verla en el cielo. Para calmarla le dije que sí. Pero no tenía la intención de hacer nada; y pensé, cuando hubo fallecido, que ella no tenía idea de mi modo de pensar y sentir. Después de su muerte fui de mal en peor, y me fui hundiendo en el vicio. El vicio de la bebida se fue apoderando de mí. Aunque no estaba aún en la «cuneta» como se suele decir, mi alma estaba tan baja como la de los que viven en las pensiones miserables de los barrios bajos.

Fui de Cambridge a una ciudad en el norte, donde trabajé para un procurador; y luego a Londres. Mientras estaba en Londres, los señores Moody y Sankey vinieron a la ciudad en la que yo vivía; y una tía mía, que todavía estaba orando por mí después de la muerte de mi madre, vino a verme y me dijo:

"Quisiera pedirte un favor".

Mi tía había sido muy amable conmigo y ya sabía lo que quería. Me dijo:

"Que vayas a oír a los señores Moody y Sankey".

"Muy bien", le dije. "Esto es una ganga para mí, porque iré con tal que me prometas que no vas a pedirme otra vez que vaya. ¿Conforme?"

"Conforme", me respondió. Así que fui para cumplir mi parte del trato.

Esperé hasta que el sermón hubo terminado, y vi al señor Moody que bajaba del púlpito. Se había ofrecido ferviente oración en mi favor, y mi tía y él se habían puesto de acuerdo en que el sermón sería aplicable a mi situación y que al terminar él vendría a hablar conmigo inmediatamente. El señor Moody se dirigió hacia nosotros; pero yo pensé que había sido muy listo cuando, antes que el señor Moody pudiera dirigirse a mí, había dado vuelta alrededor de mi tía y me había escabullido del edificio.

Me fui apartando más y más de Dios después de esto; y no creo que una sola vez orara durante dos o tres años. Fui a Londres, y las cosas fueron empeorando. A veces trataba de enderezarme. Hice un gran número de resoluciones. Me prometí a mí mismo, y también a mis amigos que no bebería una copa más. Mantuve la decisión durante unos días, y en una ocasión, durante seis meses; pero la tentación volvía con más fuerza cada vez, y me apartaba más y más del camino recto. Cuando estuve en Londres descuidé mis asuntos y todo lo que debería haber hecho, y me hundí más en el pecado.

Uno de mis amigos me dijo:

"Si no cambias te vas a matar tú mismo".

"Por qué?", le pregunté.

"Te estás matando porque no puedes beber tanto como has venido bebiendo".

"Bueno, contesté, no creo que pueda cambiarlo". Había llegado a un punto en que no creía que pudiera hacer nada para aliviar mi situación.

El contar estas cosas me da pena, y al relatarlas Dios sabe que solamente siento vergüenza. Lo explico porque tenemos un Salvador; y si el Señor Jesucristo pudo salvarme a mí, también puede salvarte a ti.

Las cosas siguieron así hasta que al fin perdí control de mí mismo.

Había estado bebiendo y jugando al billar un día, y por la noche regresé a mis habitaciones. Decidí quedarme allí un rato, y luego volver a salir, como de costumbre. Antes de salir, sin embargo, empecé a pensar, y esta idea se aferró a mi cabeza: "Cómo va a terminar todo esto?". "Oh, pensé, ¿qué significa todo esto? ¡Sé dónde va a acabar, en mi destrucción eterna, la del cuerpo y la del alma!" Me di cuenta de que estaba matándome -mi cuerpo-; y sabía también cuál iba a ser el resultado para mi alma. Pensé que era imposible que pudiera salvarme. Pero me vino una idea persistente: "¿Hay algún medio de escapar?". "No, me dije, he tomado ya muchas resoluciones. No puedo dejar de beber. Me es imposible".

En aquel momento vinieron a mi mente unas palabras de la Biblia -palabras que no había recordado más desde que las aprendí cuando niño-: "Para los hombres es imposible, pero para Dios, todas las cosas son posibles" Y entonces vi, como en un relámpago, que lo que había considerado que no era posible, que había intentado centenares de veces, era lo que Dios había prometido hacer si yo quería ir a Él. Todas las dificultades se amontonaban en mi camino: mis compañeros, mi ambiente, las tentaciones; pero miré hacia arriba y pensé: "Es posible para Dios".

Me arrodillé allí mismo, en mi habitación, y empecé a pedir a Dios que hiciera lo imposible. Tan pronto como empecé a orar, tartamudeando -no había orado desde hacía tres años pensé: "Ahora, pues, Dios me ayudará". No sé cómo me aferré a esta verdad. Aún tardaron nueve días hasta que pude descubrir cómo, y antes de tener ninguna seguridad, paz o descanso para mi alma. Me levanté con la esperanza de que Dios me salvaría. Consideré que era la verdad, y luego se demostró que lo era; por lo cual, doy gracias y gloria a Dios.

Pensé que lo mejor que podía hacer era hallar a alguien con quien hablar sobre el estado de mi alma, y preguntarle cómo podía ser salvo; pues yo era como un pagano, aunque había sido criado tan bien. Salí y estuve deambulando por Londres; y muestra lo poco que conocía el mundo religioso y los lugares de culto el que no pudiera hallar una iglesia wesleyana. Mis padres habían sido wesleyanos, y pensé que podría hallar alguna capilla que perteneciera a esta denominación, pero no pude hallarla. Busqué durante hora y media; esa noche estaba abatido y deprimido; de cuerpo y alma, más de lo que es concebible.

Llegué a mi casa, me fui arriba y pensé: No te irás a la cama hasta que hayas sido salvo. Pero estaba tan débil, no había comido la cantidad usual de alimento, y finalmente pensé que tenía que irme a la cama (aunque no me atrevía), pues de lo contrario, me encontraría verdaderamente mal por la mañana.

Temía que si no lo hacía entonces, por la mañana, cuando despertara descansado y relativamente bien diría: "¡Qué necio fuiste anoche!", por lo que saldría a beber como había hecho antes. Pero de nuevo pensé: "Dios puede hacer lo imposible. Puede hacer lo que no puedo hacer yo". Oré al Señor pidiéndole que me despertara en las mismas condiciones en que había ido a la cama, sintiendo el peso de mis pecados y mi miseria. Luego me fui a dormir. Lo primero que pensé cuando me desperté por la mañana fue: ¿Ha desaparecido ya la convicción de pecado? ¡No!); me sentía aún más desgraciado que la noche antes; parecía raro, aunque era natural; me levanté y di gracias a Dios porque me mantenía ansioso sobre mi alma.

¿Te has sentido así alguna vez? Quizá después de una reunión o alguna conversación con un cristiano, o después de leer la Palabra de Dios, ¿has ido a tu habitación sintiéndote desgraciado y "casi persuadido”

Estuve buscando al Señor durante ocho o nueve días por la ciudad. Por fin el sábado por la mañana decidí ir a una iglesia para contar mi historia. Esto fue difícil. Lo hice con lágrimas y como pude. A un hombre no le gusta llorar delante de otros hombres. Les dije claramente que quería hacerme cristiano y tenía intención de seguir siéndolo. El Señor me ayudó con su promesa: "Todas las cosas son posibles para Dios".

En cuanto a mis conocidos hubo una reacción muy especial. Cuando les hablé de mi decisión un escéptico bajó la cabeza y no dijo nada. Otro amigo, con el cual solía jugar al billar, me dijo: "Me gustaría poder tener el valor de decirlo yo mismo!". Pero el mismo individuo que me había dicho que estaba matándome bebiendo tanto, ahora pasó una hora tratando de convencerme de ir a beber otra vez: "Estás deprimido e indispuesto; un buen vaso de whisky te entonará". Cuando me invitó a ir con él le dije: "Supongo que recuerdas lo que me dijiste antes; ¿ahora trato de no beber y me convidas?". Cuando me acuerdo de esto pienso en las palabras de Dios: "Las entrañas de los malos son crueles".

Y ahora el Señor fue tirando de mí hasta que lo que era un hilo delgado pasó a ser un cable, con el cual salvó mi alma. Hallé a mi Salvador. Él es capaz de salvar a todos, quienquiera que sea, que acudan a Él.

No debo olvidar deciros que me arrodillé ante Dios en mi miseria, mi impotencia, mi pecado, y le confesé que era imposible para mí salvarme; imposible abstenerme de beber; pero desde aquella noche hasta este momento no he sentido el menor deseo de hacerlo otra vez.

Fue también difícil el dejar de fumar. Pero Dios en su gran sabiduría sabía que, si tenía que luchar solo, fracasaría; por ello eliminó por completo todo deseo de beber, y lo mismo el de fumar. Desde entonces odio la bebida.

Si hay alguien aquí que ha perdido la esperanza, que venga al Salvador. Éste es su nombre, porque es "El que salva a su pueblo de sus pecados". A todas partes donde he ido desde entonces, he hallado que Él es mi Salvador. ¡Dios impida que me gloríe! Sería gloriarme en mi vergüenza. Es lastimoso tener que hablar así de uno mismo, pero el Señor es capaz de salvar, y salva.

Amigos cristianos, seguid orando. Es posible que vayáis al cielo antes de que algún hijo vuestro por quien oráis haya sido rescatado para el hogar. Mis padres lo hicieron; y mis hermanas oraron por mí durante años. Pero, ahora, yo puedo ayudar a otros en el camino a Sion. ¡Alabado sea el Señor por sus misericordias para conmigo!

"Recordad; "todo es posible para Dios". Y luego podréis decir como Pablo: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece"» (Filipenses 4:13).

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