Por Andrew Murray
Una vez estaba predicando, y vino una señora a hablar conmigo. Era una mujer muy religiosa, y yo le pregunté: “¿Cómo le va?”. Su respuesta fue: “Ay, como siempre, a veces luz, a veces tinieblas”. “Mi querida hermana, ¿dónde encontramos eso en la Biblia?”. Ella dijo: “Tenemos el día y la noche en la naturaleza, y así exactamente ocurre con nuestras almas”. “¡No, no! En la Biblia nosotros leemos: ‘Tu sol no se pondrá jamás’. Déjeme creer que soy hijo de Dios, y que el Padre, en Cristo, a través del Espíritu Santo, puso su amor en mí y puedo habitar en su presencia, no sólo esporádicamente, sino permanentemente. El velo fue rasgado; el lugar Santísimo fue abierto. Por la gracia de mi Dios, debo hacer de ese lugar mi habitación, y allí mi Dios me va a enseñar lo que yo nunca podría haber aprendido mientras estuve al lado de afuera. Mi hogar es siempre el amor constante del Padre que está en los cielos.
Una vez estaba predicando, y vino una señora a hablar conmigo. Era una mujer muy religiosa, y yo le pregunté: “¿Cómo le va?”. Su respuesta fue: “Ay, como siempre, a veces luz, a veces tinieblas”. “Mi querida hermana, ¿dónde encontramos eso en la Biblia?”. Ella dijo: “Tenemos el día y la noche en la naturaleza, y así exactamente ocurre con nuestras almas”. “¡No, no! En la Biblia nosotros leemos: ‘Tu sol no se pondrá jamás’. Déjeme creer que soy hijo de Dios, y que el Padre, en Cristo, a través del Espíritu Santo, puso su amor en mí y puedo habitar en su presencia, no sólo esporádicamente, sino permanentemente. El velo fue rasgado; el lugar Santísimo fue abierto. Por la gracia de mi Dios, debo hacer de ese lugar mi habitación, y allí mi Dios me va a enseñar lo que yo nunca podría haber aprendido mientras estuve al lado de afuera. Mi hogar es siempre el amor constante del Padre que está en los cielos.
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