Soliloquio del hipócrita

No hay una cosa más apropiada para hacer una capa de ella que la religión; no hay nada más de moda, nada tan provechoso; es una vestimenta con la cual el prudente puede servir a dos señores, a Dios y al mundo, y ganar en el servicio de ambos. Yo sirvo a los dos, y con ello a mí mismo, prevaricando a los dos. Ante el hombre, no hay nadie que sirva a su Dios con una devoción más severa; por lo cual, entre los mejores de los hombres, busco y alcanzo mis objetivos, y me sirvo a mí mismo. En privado, sirvo al mundo; no con una devoción tan estricta, pero con más deleite; cuando cumplo los deseos de sus siervos, procuro mis propios objetivos y me sirvo a mí mismo.

La casa de la oración, ¿quién la frecuenta más que yo? En todos los deberes cristianos, ¿quien se halla más a la vista que yo? Ayuno con los que ayunan y como con los que comen. Hago luto con los que lo observan. No hay mano más abierta a la causa que la mía, y en sus familias no hay nadie que ore más tiempo y más alto. Así, cuando la opinión de una vida santa ha proclamado la bondad de mi conciencia, mi tienda es frecuentada por los parroquianos, mi mercancía tiene buen precio, mis palabras merecen crédito, mis acciones no carecen de alabanza.

Soy avaro, pero se interpreta que soy providente; soy ruin y mezquino, esto es, templado; si melancólico, se me interpreta como piadoso; si amo el jolgorio, se entiende que es gozo espiritual; si soy rico, son las bendiciones de una vida piadosa; si soy pobre, se supone que es el fruto de una conciencia estricta en los tratos; si se habla bien de mí, lo merezco por mi santa conducta; si mal, es malicia de envidiosos.

Así que navego con todos los vientos, y consigo mis fines en todas condiciones. Esta capa en verano me mantiene fresco, caliente en invierno, y esconde el costal de todos mis secretos deseos carnales. Bajo esta capa ando en público en medio del aplauso frecuente, y en privado peco sin temor a ofensa; actúo astutamente sin que se me descubra. Busco cielo y tierra para hacer un prosélito; y una vez lo hago, él me hace a mí. En el ayuno proclamo Ginebra; en una fiesta, Roma.

Si soy pobre, hago ver que tengo abundancia, para salvaguardar mi crédito; si soy rico, lo disimulo, y presento pobreza para que no me echen cargas. Las opiniones más cismáticas son las que hallo más provechosas, pues de ellas aprendo a divulgar y mantener nuevas doctrinas; ellas me sostienen con la cena tres días a la semana. Hago uso de alguna mentira a veces, como una nueva estratagema para defender el evangelio; y execro la opresión con los juicios de Dios ejecutados sobre los malos. La caridad la tengo por un deber extraordinario; por tanto, no la ejecuto de ordinario. Lo que repruebo de cara al público, para mi propio provecho, lo hago secretamente en casa, para mi propio placer.

Pero, alto, veo un escrito en mi corazón que hace desfallecer mi alma.

Las palabras del mismo son: «¡Ay de vosotros, hipócritas!» (Mateo 23:13).

Francis Quarles en Soliloquio del hipócrita.

Comentarios