EL DULCE TRABAJO DE LA ALABANZA


  Por Ricardo Baxter
    Alabar a Dios es el trabajo de los ángeles y de los santos en el cielo. Será nuestro propio trabajo eterno.
    Si ahora alabamos a Dios, seremos más parecidos a lo que seremos entonces. El emblema más vivo del cielo que conozco sobre la tierra, lo veo cuando el pueblo de Dios, con un sentido profundo de su excelencia y de su generosidad, con corazones que abundan de amor y gozo, se une junto en un solo corazón y en una voz, en cantos melodiosos y de júbilo de alabanzas a Dios. Esas delicias sostienen el testimonio de que ellos son de Dios.
    Poco sabemos de cuán equivocados estamos al suprimir de nuestras oraciones las alabanzas a Dios, o dándoles muy poco tiempo como solemos hacerlo, mientras tenemos muchas confesiones y peticiones. Recuerda esto: deja que las alabanzas tengan más tiempo en nuestros deberes. Mantengamos a la mano y listos, los motivos para alimentar nuestra alabanza, así como los motivos de confesión y petición.
    Estudiemos las excelencias y las bondades del Señor, tan frecuentemente como nuestros propios deseos e indignidades; estudiemos las misericordias que hemos recibido y aquellas que están prometidas, tan seguido como recordamos los pecados que hemos cometido.
    «Es proprio de los íntegros alabar al Señor» (Sal. 33:1); «Quien Me ofrece su gratitude, Me honra . . .» (Sal. 50:23); «Alaben al Señor, porque el Señor es bueno; canten salmos a Su Nombre, porque eso es agradable» (Sal. 135:3); «…ofrezcamos continuamente a Dios, por medio de Jesucristo, un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que confiesan Su Nombre» (Heb. 13:15).
    ¿Acaso algunas veces no elevamos nuestros corazones con la simple lectura del cántico de Moisés y de los salmos de David? Cuánto más nos elevaría y refrescaría nuestros espíritus al ser diestros y frecuentes en alabanza.
    Cuán deplorable es que muchos del pueblo de Dios empapan su espíritu en la tristeza continua y desperdician sus días en quejas y gemidos. Esto los hace incapaces para el trabajo dulce y celestial de la alabanza. En lugar de unirse con el pueblo de Dios en alabanzas, están cuestionando sus méritos y estudiando sus miserias. Roban a Dios de su gloria y a sí mismos de su consolación.
    Sin embargo, el mayor destructor de la alabanza deja que el corazón esté simplemente de ocioso, en lugar de estar alabando a Dios y levantando nuestros propios espíritus.

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