LA SOLUCIÓN DE UN BILLÓN DE ALMAS


Se dice que Martín Lutero tenía un amigo íntimo, cuyo nombre era Miconio. Al ver a Lutero sentado días tras días trabajando en el servicio  del Maestro, Miconio quedó apenado y le dijo: “puedo ayudar más, donde estoy; permaneceré aquí orando en cuanto tu perseveras incansablemente en la lucha”. Miconio oró días seguidos por Martín. Pero mientras perseveraba en oración, comenzó a sentir el peso de su propia culpa. Cierta noche soñó con el Salvador, que le mostró las manos y los pies. Le mostró también  la fuente en la cual el purificara todo el pecado. “¡Sígueme!” le dijo el Señor, llevándolo para un alto monte de donde apuntó para el sol naciente. Miconio vio una planicie que se extendía hasta el horizonte distante. Esa vasta planicie estaba cubierta de ovejas, de muchos millares de ovejas blancas. Solamente había un hombre, Martín Lutero, que se esforzaba por apacentarlas a todas. Entonces el Salvador le dijo a Miconio que mirara para el poniente, miró y vio inmensos campos de trigo blancos para la siega. El único segador, que lidiaba para segarlos, estaba casi exhausto, pero igualmente persistía en su tarea. En esa altura, Miconio reconoció al solitario segador, su buen amigo, ¡Martín Lutero! Al despertar del sueño, tomó esta resolución: “¡No puedo quedarme aquí orando mientras Martín se fatiga en la obra del Señor. Las ovejas deber ser pastoreadas; los campos tiene que ser cosechados, Heme aquí, Señor, envíame a mí!” Fue así que Miconio salió para compartir la labor de su fiel amigo.
Jesús nos llama para trabajar y orar. Es de rodillas que la Iglesia de Cristo avanza.

Fue Leonel  Fletcher quien escribió:
“Todos los grandes ganadores de almas a través de los siglos fueron hombres y mujeres incansables en la oración. Conozco como hombres de oración casi todos los predicadores de éxito de la generación actual, tanto como los de la generación próxima pasada, y sé que, igualmente, fueron hombres de intensa oración.
“Cierto evangelista me tocó profundamente el alma cuando yo aun era un joven reportero de un periódico. Ese evangelista  estaba hospedado en casa de un pastor presbiteriano. Golpeé a la puerta y pedí hablar con el evangelista. El pastor, con voz trémula y con el rostro iluminado por extraña luz, respondió:
“Nunca se hospedó un hombre como él en nuestra casa. No sé cuando él duerme. Si entro en su habitación durante la noche para saber si necesita de alguna cosa, lo encuentro orando. Lo vi entrar en el templo temprano en la mañana, y no volvió para la hora de la comida.”
“Fui a la iglesia… entré sigilosamente para no perturbarlo. Lo encontré sin chaqueta y sin sweater. Estaba postrado hacia adelante del púlpito. Oí su voz como agonizante y  conmovida, insistiendo con Dios a favor de aquella ciudad de mineros, para llevar almas al Salvador. Había orado toda la noche, había orado y ayunado el día entero. Me aproximé silenciosamente al lugar donde él oraba postrado, me arrodillé y puse mi mano sobre su hombro. El sudor le caía por el cuerpo. Él nunca me había visto,  más me miró fijamente por un momento y rogó: ¡Ore conmigo, hermano! No puedo vivir si esta ciudad no se acerca a Dios. Estuve allí veinte días sin que hubiera conversiones. Me arrodillé a su lado y oramos juntos. Nunca oí a alguien insistir tanto como él. Me volví hacia el lado asombrado, humillado y estremeciendo.”
“Aquella noche asistí al culto en el templo grande donde el predicó. Ninguno sabía que  él no había comido durante el día entero, que no durmió durante la noche anterior. Pero, al levantarse para predicar, oí diversos yentes decir: ¡La luz de su rostro no es de la tierra! Y no era el mismo. Él era un reconocido maestro bíblico, pero no tenía el don de predicar. Pero, en esa noche, mientras predicaba, el auditorio entero fue tomado por el poder de Dios. Fue la primera gran cosecha de almas que presencié”.


Hay muchos testimonios oculares del hecho de que Dios continúa respondiendo las oraciones como en el tiempo de Lutero, Edwards y Judson. Transcribimos aquí el siguiente comentario publicado en cierto periódico:
“La hermana Dabney es un creyente humilde que se dedica a orar… Su marido, pastor de una iglesia grande, fue llamado para abrir la obra en un suburbio habitado por pobres. En el primer culto no había ningún oyente: solamente él y ella asistieron. Quedaron desmotivados. Era un campo muy difícil: el pueblo no era solamente pore, sino también depravado. La hermana Dabney vio que no había esperanza a no ser clamar al Señor, y resolver dedicarse persistentemente a la oración. Hizo un voto a Dios que. Si Él atraía a los pecadores a los cultos y los salvaba, ella se entregaría a la oración y ayunaría tres días y tres  noches, en el templo, todas las semanas, durante un período de tres años.”
“Luego, que esa esposa de un pastor angustiado comenzó a orar, sola, en el salón de cultos, Dios comenzó a operar, enviando pecadores, a punto de que el salón que abarrotado de oyentes. Su marido le pidió que orase al Señor un salón más grande. Dios movió el corazón de un comerciante para desocupar el predio ubicado al frente al salón, cediéndolo para los cultos. Comtinuó orando y ayunando tres veces por semana, y aconteció que el salón más grande  tampoco soportaba los auditorios. Su marido le rogó nuevamente que orase y pidiese un edifico donde todos cuantos deseasen asistir a los cultos  pudiesen entrar. Ella oró y Dios les dio un templo grande situado en la calle principal de ese suburbio. En el nuevo templo, también la asistencia aumentó al punto de que muchos oyentes fueron obligados a asistir a las predicaciones de pie en la calle. Muchos fueron liberados del pecado y bautizados”.
Cuando los creyentes sienten dolores en la oración, es que renacen almas. “Aquellos que siembran con lágrimas, con júbilo segarán”.
Sintiendo las necesidades de los hombres que perecen sin Cristo, fue que Carlos Inwood escribió lo que leemos:
“La solución d un billón de almas en la tierra me suena en los oídos y conmueve mi corazón, me esfuerzo,  por el auxilio de Dios, para valorar, al menos en parte, las densas tinieblas, la extrema miseria y la indescriptible desesperación de esos mil millones de almas sin Cristo. Medita hermano, sobre el amor de Maestro, amor profundo como el mar, contempla el horripilante espectáculo de la desesperación de los pueblos perdidos, hasta no poder censurar, hasta no pode descansar, hasta no poder dormir”.
En la campaña de Piemonte, Napoleón se dirigió a sus soldados con las siguientes palabras: “¡Ganastes sangrientas batallas, sin cañones, atravesastes caudalosos ríos sin puentes, marchastes increíbles distancias descalzos, acampastes innumerables veces sin cosa alguna para comer, todo gracias a vuestra audaz perseverancia! ¡Más guerreros, es como si no hubiésemos hecho cosa alguna, pues queda mucho para alcanzar!”
Guerreros de la causa santa, nosotros podemos decir lo mismo: es como si no hubiésemos hecho cosa alguna. La audaz perseverancia nos es aun indispensable, hay más almas para salvar actualmente que en el tiempo de Müller, de Livingstone, de Paton, de Spurgeon y de Moody.
“¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio!” 1 Corintios 9:16.

No podemos taparnos los oídos espirituales para no oir el llanto y los suspiros de más de un billón de almas en la tierra que no conocen el camino para la patria celestial.
Extraído del libro “Heróis da Fé” de Orlando Boyer

Traducido por Wiarly Muñoz G. 06 de febrero de 2010

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