por Denny Kenaston
Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. (Deuteronomio 6.6–7)
Amado padre de familia, ¿sabías que tú eres un maestro? Porque eres la cabeza de tu hogar, el líder. Maestro y líder son oficios que están muy ligados el uno al otro. Sí, tú eres un maestro, pues el Señor ha llamado a cada uno de ustedes para que prediquen y enseñen la Palabra de Dios en su hogar. La capacidad de llevar a cabo este trabajo viene a través del llamado, pues al decir Dios que tú “las repetirás”, él te asigna el deber de enseñarles a tus hijos estas cosas. Además, Dios nunca nos manda a hacer algo que sabe que no podemos hacer. ¿Crees esto? Amados hermanos, nosotros tenemos que tener una relación con Dios de tal manera que testifiquemos que nuestro Dios es el que “da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen” (Romanos 4.17).
¿Es que acaso nosotros no comprendemos la vida de fe a la cual hemos sido llamados?
Tal vez tú quieras preguntarme: ¿Cómo puedes ser tan atrevido para referirte a nosotros con tanta firmeza y confianza? Bueno, lo cierto es que la mayoría de los hombres que conozco que se están dando cuenta de las necesidades de su hogar y de su responsabilidad de instruir a sus hijos en los preceptos de Dios, me dicen que no tienen el don de enseñar. Y a razón de esto es que muchos de ellos tienen miedo comenzar a instruir a sus hijos, pensando que no son capaces de enseñar. ¡Eso no es cierto! Decir que un hombre no es capaz de enseñarles a sus hijos los preceptos de Dios es igual a decir que una nuez no tiene la capacidad de llegar a ser un nogal. Si quieres hacer la prueba, siembra una nuez. Con el pasar del tiempo, tú te darás cuenta que en verdad sí llega a ser un árbol. De igual modo, yo he conocido a docenas de hombres que se sentían “incapaces” y hoy han llegado a convertirse en predicadores del evangelio y maestros muy capacitados tanto en su hogar como detrás del púlpito. Por medio de la fe, nosotros miramos a una nuez y decimos: “Esta nuez tiene la capacidad de convertirse en un nogal”. De la misma manera se puede decir de cualquier padre de familia: “Este hombre tiene la capacidad para convertirse en un maestro”.
Cuando Jeremías recibió el llamado para convertirse en un profeta, Dios le dijo: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones”. Jeremías protestó, diciendo: “¡Ah! ¡Ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño”. Dios no hizo caso a su queja, pues no hay nada imposible para Dios. Hermanos, Dios tampoco hará caso a nuestras quejas, pues somos llamados a ser maestros para nuestros hijos. Dios le dijo a Jeremías: “Tú eres profeta” y Jeremías le dijo a Dios: “No puedo, pues soy niño”. ¿Quién estaba en lo correcto, Dios o Jeremías?
Amados hermanos, es necesario creerle a Dios y levantarnos para “entrar en las aguas” de manera que podamos enseñarles a nuestros hijos los preceptos de Dios. Por otra parte, es de considerar que la mayoría de los hombres quienes dicen que no son capaces de enseñar crecieron sin ser enseñados por su padre, y así el ciclo quiere repetirse. Hay que romper la cadena de desobediencia en este asunto para así poder darles a nuestros hijos una herencia al ser enseñados por su propio padre. Si tú confías en Dios en este asunto y empiezas a poner por obra el mandamiento de enseñarles a tus hijos, yo estoy convencido que Dios te sostendrá, te apoyará y te guiará en todo momento. La Biblia está repleta de ejemplos de hombres que no se sentían capaces de cumplir lo que Dios deseaba de ellos, pero ellos avanzaron confiando en Dios a pesar de sus presentimientos.
Cuando Dios deseaba que Moisés construyera el tabernáculo en el desierto, él puso su Espíritu sobre ciertos hombres, capacitándolos con una sabiduría especial y una comprensión ingeniosa. Fue así que se construyó la morada de Dios en el desierto con tales artesanos dotados por medio del poder que Dios les dio. De la misma manera, él obra por medio del Espíritu Santo en la edificación de su templo espiritual hoy día. Dios ya no mora en ningún tabernáculo hecho por los hombres, sino en los corazones consagrados de los hombres y las mujeres de su pueblo. Así nosotros, los padres de familia, somos llamados a colaborar en la obra eterna de edificar templos para Dios. Y al igual que él capacitó a los obreros de la antigüedad, también lo hará con nosotros.
Si deseas que tus hijos busquen el rostro de Dios, sigan por el camino de la justicia y del amor, y que al final sean parte de la descendencia santa de Dios sobre la tierra, entonces tú, padre, tienes que obrar como el maestro que eres. ¡No es una opción, sino que es preciso que lo hagas!
No es necesario que seas un maestro graduado en una universidad para poder comenzar con esta tarea que Dios te ha dado. Solamente necesitas el deseo de infundirle al corazón de tus hijos la Palabra de Dios para librarles de muchos sufrimientos futuros.
Si verdaderamente tienes tal anhelo, Dios te enseñará cómo realizarlo.
En Deuteronomio 6.4–7 se encuentran las siguientes descripciones referentes a un maestro:
Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a
Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con
todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán
sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás
de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al
acostarte, y cuando te levantes.
¡Qué maravillosa porción de las Sagradas Escrituras; contiene una revelación tan detallada del corazón de Dios con relación al papel de nosotros los padres para con nuestros amados hijos!
Te animo a que leas todo el capítulo, empezando desde el primer versículo.
Y tú también puedes llegar a ser, un maestro.
Esto mismo te ocurrirá si tú “entras en las aguas”, amado hermano.
¿Sabías que las aguas del Jordán no se dividirán hasta que entres en ellas? (Véase Josué 3.13.)
¿Hasta cuándo vas a esperar? Dios nos está llamando, diciéndonos: “¡Entren en las aguas! Si ustedes caminan en fe, les ayudaré y les haré maestros.”
Oración
Amado Padre Celestial, yo oro por cada uno de los padres que han leído esta porción. Oro para que tú los bautices con el espíritu de maestría. Llénales de confianza y fortaléceles con la habilidad para ser maestros. Oro por todos los padres temerosos de Dios. Padre amado, concédeles el valor y la osadía que ellos necesitan para que puedan cumplir lo que tú pides de ellos. Oro también por sus esposas, que ellas sean ayudas idóneas a sus esposos y que les apoyen en la enseñanza de sus hijos. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, amén.
Extracto tomado del libro: La búsqueda de una descendencia para Dios por Denny Kenaston
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