Por Samuel Brengle
Hace poco conversaba con un comerciante cristiano quien me dijo la siguiente grande e importante verdad:
“La gente clama a Dios pidiendo que les utilice, pero él no puede hacerlo. No se han entregado a él; no son humildes ni enseñables, ni santos. Hay muchas personas que vienen a pedirme que les emplee en mi negocio, pero yo no puedo utilizarles; no son aptas para mi trabajo. Cuando necesito a alguien tengo que publicar un aviso; algunas veces me paso días buscando a un hombre idóneo para la clase de trabajo que deseo, y aun entonces, cuando lo encuentro, tengo que probarlo y ver si es que sirve o no para la clase de trabajo que quiero que haga”.
El hecho es que Dios está empleando a tantos como puede, y les utiliza hasta el máximo de la idoneidad que tienen para su servicio. De modo que en vez de orar pidiéndole a Dios que les utilice, la gente debiera examinarse y cerciorarse si son usables o no.
Dios no puede utilizar a cualquiera que se presenta, como no lo podía hacer el comerciante a quien acabo de referirme. Únicamente los santificados y preparados para el servicio del Maestro, y aquellos que están listos “para toda buena obra” (2 Timoteo 2:21) son los que él puede bendecir haciéndoles de gran utilidad.
Dios necesita hombres y mujeres, y les busca por todas partes, pero como en el caso del comerciante, tiene que pasar por alto a centenares antes de encontrar a las personas aptas para lo que quiere. La Biblia dice: “Los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él” (2 Crónicas 16:9).
¡Oh, cuánto desea Dios utilizarles! , pero antes de pedirle otra vez que así lo haga, vean si su corazón es perfecto para con él. Si así lo es, pueden ustedes estar seguros que Dios demostrará su poder a favor de ustedes. ¡Alabado sea su bendito nombre!
Cuando Dios busca a un hombre para que trabaje en su viña, no pregunta: “¿Tiene grandes dotes naturales? ¿Es bien instruido? ¿Es buen cantor? ¿Es elocuente orador? ¿Puede hablar mucho?”
Sino más bien, pregunta: “¿Es su corazón perfecto hacia mí? ¿Es santo? ¿Ama mucho? ¿Está dispuesto a andar por la fe y no por la vista? ¿Me ama tanto, y tiene tal confianza en el amor que yo le tengo a él, que puede confiar en que yo le utilice aun cuando no vea ninguna señal de que yo le estoy utilizando? ¿Se cansará y desmayará cuando yo le corrija, con el objeto de hacerle más apto y más útil? ¿O exclamará, como Job: “Aunque él me matare, en él esperaré”? (Job 13:15). ¿Escudriña mi palabra y medita en ella de día y de noche, a fin de obrar de acuerdo con lo que hay escrito en ella? ¿O es porfiado y voluntarioso, como el caballo y la mula, los cuales es menester manejar con freno y riendas (Salmo 32:9), de tal modo que no puedo guiarle, fijando sobre él mis ojos? (Salmo 32:8). ¿Es un hombre que se afana por prender a los hombres, y por servir para esta vida, o está dispuesto a esperar su recompensa, y busca únicamente los honores que vienen de Dios? ¿Predica la Palabra de Dios, a tiempo y fuera de tiempo? (2 Timoteo 4:2). ¿Es humilde y manso de corazón?”
Cuando Dios encuentra a un hombre de esa clase, lo utiliza. Dios y dicho hombre se entenderán tan íntimamente, y mediará entre ambos tal simpatía, amor y confianza, que inmediatamente trabajarán juntos (2 Corintios 6:1).
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