EL ESPÍRITU SANTO, GUÍA FIEL E INFALIBLE


Esteban Grellet era un fiel predicador de la Sociedad de los Amigos. Era hombre de fe que andaba en obediencia a las órdenes de Dios. Un día, después de haber suplicado que el Señor le revelara su trabajo, fue dirigido por el Espíritu a hacer un viaje a las profundidades de la montaña para predicar el evangelio a los trabajadores de un campamento de madereros. Guiado por el Espíritu, hizo el viaje, gozando gran paz y gozo en su alma. Llegó exactamente al lugar que le fue señalado en su oración.
Ciertamente, encontró el campamento, pero ¿cuál fue su sorpresa? ¡Estaba abandonado! Los leñadores y madereros se habían trasladado más allá en la selva. Esteban estaba segurísimo que traía un mensaje dado por Dios. Entró en un edificio abandonado que había servido de comedor para los trabajadores. Pasó adelante, predicó su mensaje y al terminar sintiéndose sumamente feliz, regresó a su casa habiendo cumplido la voluntad de su Padre Celestial.
Muchos años pasaron y Esteban no sabía de ningún fruto de aquella predicación.
Solamente sabía que había obedecido la voz del Espíritu.
Un día una persona desconocida se le acercó y le saludó con las palabras: “Por fin le encontré.” “Pero, Amigo,” dijo Esteban. “Creo que te equivocas. Estás equivocado.”
“Pero no estoy equivocado”, insistió del desconocido. “¿No predicó usted en una cierta ocasión en el campamento abandonado en la montaña?”
“Cómo no”, respondió el siervo de Dios, “pero yo no vi a persona alguna que me escuchara.”
“Yo estuve presente” contestó el desconocido. “Yo era el caporal de la cuadrilla de los madereros. Habíamos traslado el campamento a un lugar más metido en la selva, y estábamos levantando nuestras chozas, cuando me di cuenta que había dejado mi barreta en el campamento viejo. Después de encaminar los trabajos, yo solito regresé para traer mi barreta. Y al acercarme al lugar me puse a temblar y sentirme muy nervioso. Por las hendiduras entre las lepas del comedor abandonado, me quedé escuchándole, y fui profundamente convencido de mi pecado.
Cuando regresé y me junté con mis compañeros, llevé una flecha de la Palabra de Dios bien prendida en mi corazón. Yo me puse muy triste por mi pecado y sufrí hondamente por su causa.
No tenía Biblia, tampoco ningún buen libro ni persona con quien hablar de las cosas espirituales.
“Mis compañeros eran hombres muy perversos. Mi tristeza y pesar aumentaban con el paso del tiempo. Por fin logré un tesoro sagrado, una Biblia. Comencé a leerla y seguí leyéndola hasta encontrar las palabras con que logré la vida eterna. Conté las buenas nuevas a mis compañeros y todos se convirtieron. Tres llegaron a ser misioneros y fueron usados grandemente por el Espíritu Santo en conducir pecadores al Salvador, y yo”, agregó el desconocido, “he tenido gran deseo de verle para contarle que su mensaje en aquel comedor abandonado ha sido el medio usado por Dios en la conversión de no menos que mil almas.”
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