Cómo joven, a mediados del siglo
XIX, Daniel McGilvary tenía la certeza que deseaba ser un ministro de tiempo
completo. Él frecuentemente escuchaba el llamado a las misiones en las iglesias
presbiterianas escocesas en donde había crecido. Pero dudaba de su habilidad
para aprender una lengua extranjera. Durante sus estudios en el Princeton Theological
Seminary (Seminario Teológico de Princeton), McGilvary pasó el verano sirviendo
en Texas, con la esperanza de encontrar un campo misionero en donde él pudiera
llevar el pan de vida a aquellos que perecen sin esperanza. Se sintió desilusionado
al ver que Texas ya había sido alcanzado con el evangelio, y que casi en cada
ciudad y pueblo había cuando menos una iglesia o más.
A su llegada a Princeton,
encontró que un misionero que venía de Siam (ahora conocido como Tailandia) había
dado un informe al cuerpo de estudiantes. El Reino de Siam había sido abierto
recientemente a los misioneros extranjeros por invitación del monarca, el Rey
Mongkut. McGilvary se sintió abrumado
por la oportunidad de poder presentar a Cristo a toda una población, en un país
donde nunca habían oído del Salvador.
Mientras McGilvary consideraba el
llamado a servir en Siam, dos iglesias presbiterianas de Carolina del Sur lo
llamaron ofreciéndole el pastorado. Parece providencial, que durante su primer
año de servicio, MacGilvary tuviera cada vez menos paz. Misioneros de mucho
tiempo en Siam habían regresado recientemente a casa con la salud quebrantada.
¿Quién tomaría sus lugares? McGilvary ayunó, oró y decidió firmemente ir a
Siam.
En el año de 1869, lo que ahora
es el norte de Tailandia estaba bajo el gobierno de los señores feudales.
Daniel McGilvary, sus colegas y su esposa Sofía, nacida en Bangkok, se
asentaron en el pueblo de Chiang Mai. A través de su trabajo, seis hombres
creyeron en el Señor Jesús, incluyendo a dos prominentes monjes budistas, un
oficial bajo el mando del príncipe y un médico de la localidad. El grupo de misioneros
se regocijó, pero el príncipe Kawilorot, que tenía absoluta autoridad en Chiang
Mai echaba chispas.
El príncipe continuó
interactuando cordialmente con los misioneros, pero secretamente ordenó el arresto
y ejecución de los creyentes thai. Para evitar confrontaciones desagradables
durante los arrestos, el príncipe salió por tres días en un viaje de pesca.
Cuando se fue, los empleados de los misioneros huyeron, y dos de los hermanos
de la localidad desaparecieron.
Semanas después, un atemorizado
vecino les susurró la verdad; los dos hombres habían sido victimados por orden
del príncipe. Cuando este regresó, él dijo que los hombres habían sido
ejecutados por haber fallado en cumplir un edicto real. Con mucho valor, al
igual que Moisés ante el Faraón, McGilvary dijo en la audiencia de la corte
real: “Ustedes han mentido. Estos hombres no murieron por ninguna otra razón,
sino por el hecho que eran cristianos”.
Parecía que la obra en el norte
de Siam sería cerrada, y sucedió lo no esperado. El príncipe Kawilorot se enfermó
y pronto murió. El nuevo príncipe fue favorable hacia la gente de Dios y la
obra del evangelio continuó. Bajo el gobierno del nuevo príncipe, Inthanon, McGilvary
inició la obra en otras regiones.
Montado en elefantes a través de
las selvas y valles, él predicó el evangelio, tanto a otros príncipes como a
los aldeanos. Sus viajes a veces lo llevaron dentro del territorio de los shan,
en lo que hoy es la moderna Myanmar. Visitó a los tai leu y las aldeas dai de
la Provincia de Yunnan al sur de China, al igual que el norte de Laos. Muchos escucharon
con entusiasmo el mensaje sobre el Dios que salva del pecado; inclusive muchos
le pidieron que se quedara a vivir con ellos para que les enseñara más cosas
sobre el verdadero Dios viviente.
De regreso en Chiang Mai,
encontró que el número de seguidores había crecido, y se presentó la ocasión para
celebrar la primera boda cristiana. Sin embargo, una de las familias
patriarcales no creyente demandó una ofrenda por la novia para apaciguar a los
espíritus.
El príncipe Inthanon simpatizaba
con el cristianismo, pero no podía oponerse contra el poderoso segundo al
mando, que se oponía vehementemente en contra.
McGilvary apeló ante el rey de
Siam, por lo cual llegó un edicto real que establecía que su majestad aprobaba totalmente
el derecho de todos los ciudadanos siameses de aceptar cualquier religión.
McGilvary había ayudado a establecer una era promisoria de libertad para los
cristianos en Tailandia. Daniel y Sofía McGilvary continuaron predicando el
evangelio y vieron crecer y prosperar a la iglesia a lo largo del norte de
Siam. Vivieron para celebrar su cincuenta aniversario de bodas y de servicio
misionero.
Tomado de: Medio siglo entre los
siameses y lao. Una autobiografía por Daniel McGilvary. Publicado inicialmente
en 1912, reimpreso por White
Lotus Press, 2002.
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