Por Sue Bohlin
No existe tal cosa como un dolor sin sentido en la vida de un hijo de Dios. ¡Cómo me ha alentado y fortalecido esto en los valles de sufrimiento y dolor! En este ensayo hablaré sobre el valor del sufrimiento, un elemento desagradable y no negociable de la vida en un mundo caído.
El
sufrimiento nos prepara para ser la esposa de Cristo
Entre las muchas razones por
las que Dios nos permite sufrir, esta es mi favorita personal: nos prepara para
ser la esposa radiante de Cristo. El Señor Jesús tiene que realizar una tarea
muy grande: cambiar su iglesia pordiosera en una novia gloriosa, digna del
Cordero. Efesios 5:26, 27 nos dice que nos está haciendo santos mediante el
lavamiento de la Palabra ,
presentándonos a sí mismo como una iglesia radiante, sin mancha o arruga o
ningún otro defecto. El sufrimiento desarrolla la santidad en personas no
santas. Pero llegar ahí es doloroso, en la "lavandería" del
Señor. Cuando uno usa un blanqueador para sacar las manchas, es un proceso
duro. Liberarse de las arrugas es todavía más doloroso: el planchado es una
combinación de calor y presión. ¡Ay! ¡Con razón duele el sufrimiento! Pero
desarrollar la santidad en nosotros es una meta que vale la pena y sumamente
importante para el Santo, nuestro Esposo divino. Aprendemos en Hebreos 12:10
que se nos permite compartir su santidad a través de la disciplina de la
adversidad duradera. ¡Ay! de nuevo. Afortunadamente, el mismo libro nos asegura
que la disciplina es una señal del amor de Dios (Hebreos 12:6). Oswald Chambers
nos recuerda que "Dios tiene un final destinado para la humanidad: la
santidad. Su meta exclusiva es la producción de santos".
También
es importante para todas las esposas, pero muy especialmente para la futura
esposa del Hijo de Dios, tener un corazón sumiso. El sufrimiento nos hace más
decididos a obedecer a Dios; nos enseña a ser sumisos. El salmista aprendió
esta lección cuando escribió el Salmo 119:67 y 71: "Antes de sufrir anduve
descarriado, pero ahora obedezco tu palabra.... Me hizo bien haber sido
afligido, porque así llegué a conocer tus decretos". El Señor Jesús tuvo
que trabajar duro para purificarnos para sí mismo (Tito 2:14). Reconozcámoslo:
dejados a nuestra propia suerte, somos personas sucias, desordenadas y carnales,
y necesitamos desesperadamente ser hechos puros. Por doloroso que sea, el
sufrimiento puede purificarnos si nos sometemos a Aquel que tiene un plan
amoroso para el dolor.
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