Una
noche durante la guerra revolucionaria en que las colonias americanas peleaban
por independizarse de los británicos, un soldado montañés del ejército británico
fue sorprendido al regresar secretamente a su cuartel. Fue detenido y llevado
delante del comandante donde le acusaron de comunicaciones secretas con el
enemigo.
El
soldado aseguraba que no era así. Que sólo había ido al bosque para orar.
Ésta
era su única defensa. El comandante era también montañés y a la vez cristiano pero
no tuvo nada de compasión para con el acusado.
“Dime”,
demandó el oficial. “¿Tienes tú costumbre de pasar tiempos en oración de esa
forma?”
“Como
no, mi Comandante”, contestó el acusado.
“Entonces
arrodíllate y ora” gritó el oficial. “Jamás en tu vida has tenido tanta necesidad
de orar como en este momento”.
Esperando
ser ejecutado allí mismo, el soldado cayó de rodillas y derramó su alma en una
oración tan sencilla, elocuente y ferviente como sólo puede hacer una persona
acostumbrada a orar inspirado por el Espíritu Santo.
“Anda”,
dijo el comandante al finalizar el soldado su oración. “Creo tu historia. Si no
hubieras estado tan frecuente en el ejercicio, no te habrías presentado tan
diestramente en la revista”.
Si fueras acusado tú, ¿pasarías la prueba
también?
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