Cristo coronado en el ser significa crecimiento y fruto




 Por Martin Wells Knapp
    El crecimiento no viene por un esfuerzo de crecer, pero es un resultado natural de Cristo morando en el alma. La rama crecerá si retiene su unión con la vid. La rama no dice: "Debo poner todo mi esfuerzo para obtener hermoso crecimiento este año", pero mora firmemente en la vid, y llenando todas las funciones que surgen de esa unión, crece como la viña hubiera querido que creciera.
    Ven a la viña. He aquí una rama tratando de crecer. Trata y trata, pero todo en vano. Desea "crecer" y añora crecer, pero se marchita cada día. ¿Por qué? Porque un gusano ha venido a cortar su unión con la vid. El "gusano" de la mundanalidad algunas veces aleja el alma del creyente de la verdadera Vid, con resultados fatales.
    Muchas otras ramas, ya por mucho tiempo divididas de la vida de la vid, están listas para caerse a la llegada del primer ventarrón. Igualmente, algunas veces en la iglesia visible hay aquellos "que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella" (2 Timoteo 3:5). Por alguna razón, que quizá sólo ellos conocen, se han apartado hace mucho tiempo ya de la Vid, se han marchitado, dejado de crecer, decaído; y bajo los primeros aires de persecución del mundo, o vientos fuertes de verdad divina, dejarán la iglesia, y consecuentemente, "cayendo al suelo", revelarán claramente a todos el hecho, aparente para muchos, de su separación de la Vid.
    Algunas de las ramas viejas se aferran con tenacidad a sus lugares de antes, como si pensaran que por el hecho de estar entre las ramas vivientes, que eso sirviera igualmente como la verdadera unión con la vid. Por lo tanto, algunos en la iglesia de hoy parecen trabajar bajo el engaño de que un lugar allí llenará los requisitos de una unión vital con Cristo.
    Como si Jesús no hubiera dicho: "El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden" (Juan 15:6).
    Recordémonos, entonces, que la absoluta condición para un crecimiento espiritual es la unión con Cristo, que mora en el espíritu del creyente, y que nunca se podrá obtener si violamos esta ley inalterable de su reino espiritual. Que el crecimiento en conocimiento puede preceder esta unión nadie lo va a negar, pero el crecimiento del alma, nunca.
    Sin la vida, nada puede crecer. Cristo es nuestra vida espiritual. Por lo consecuente, sin Él en nuestra vida, no puede haber desarrollo espiritual. Con Él allí, hay crecimiento espontáneo, ¡y qué delicioso es!
    Deja, no más, una rama unida a la vid, y la puedes podar y purificarla, atar o estirarla, exponerla al calor y al frío y tempestad — pero no puedes parar su crecimiento permanentemente. De igual manera pasa con el creyente en el cual mora el Salvador. Mire a Pablo y Policarpo y la multitud de héroes como ellos, y vea cómo sus almas se expandieron en medio de sus enemigos que usaban todo su poder para destruirlos. Fíjese en los miles de personas que hoy en día están probando esta misma verdad.
    ¿Quién estaría satisfecho con una viña, que aunque su crecimiento sea muy impresionante, nunca diera fruto? "Este lleva mucho fruto", se dice de cada persona en la cual reina el Salvador. "Llenos de frutos" (Filipenses 1:11); "vuestro fruto la santificación" (Romanos 6:22); "buen fruto" (Lucas 6:43); "fruto del Espíritu" (Gálatas 5:22); "fruto apacible" (Hebreos 12:11); "en la vejez fructificarán" (Salmos 92:14), y muchas expresiones parecidas, se aplican en la Palabra a tales personas.
    Buenos pensamientos, palabras y actos son como las uvas deliciosas que siempre crecen en cada rama de la Vid verdadera. Su ausencia es prueba infalible de que Cristo no ha sido coronado en sus vidas. El fruto es la meta por la que Él viene y une las ramas a Él mismo.
    "Yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto" (Juan 15:16).
    El fruto también es una condición de quedarse, una vez que Él venga. "En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos" (Juan 15:8).
    Para la higuera sin fruto, Cristo no tenía sino maldición (Marcos 11:14).
    Para el siervo inútil que no da fruto, Él no tiene más que "tinieblas de afuera" por la eternidad, y "el lloro y el crujir de dientes" (Mateo 25:30). Si este es el pago para los que no dan fruto, ¿qué será el pago para aquellos cuyas vidas están llenas de frutos de la injusticia (Romanos 1:18-32)?
    No seas engañado; deseos egoístas de querer llegar al cielo, resoluciones inútiles de querer mejorar, esperanzas que no purifican la vida, experiencias del pasado, membresía, bautismo, o posición oficial en la iglesia visible, nunca serán aceptadas por el Maestro en lugar del tener "por vuestro fruto la santificación" (Romanos 6:22), en el cual Él amorosa e indudablemente insiste.
    "Mucho fruto" es el mandamiento de nuestro Señor, y el privilegio clemente de cada creyente. Para esto, Él tiene las provisiones más abundantes y los más grandes alicientes. La única condición es que Él sea coronado y que siempre more en nosotros. "Este lleva mucho fruto" (Juan 15:5).
    Entonces bien, si no tenemos fruto, ¿no es porque no tenemos a Cristo? ¡Qué triste que así sea cuando Él que nos ama más que nadie, hace posible para que el "amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza" (Gálatas 5:22-23) y todas las cosas del Espíritu abunden en nosotros! Estaríamos perplejos hasta la desesperación, si tuviéramos que vigilar cada momento para ver que cada una de estas joyas celestiales estuvieran brillando allí; así que nuestro Rey todo sabio ha dado sólo una condición, y que una vez cumplida, ellas seguirán para siempre.
    Él dice en esencia: "Fija tus ojos en mí, y yo fijaré los míos en ti". "Guárdame, y yo te guardaré". "Habita en mí, y yo moraré en ti, trayendo a la perfección todo el fruto que yo desee". ¿Quiénes son aquéllos de todas las edades los cuales sus crecimientos, bondades, buenas palabras, y buenas obras han sido manifestadas, si no son ellos en los cuales Cristo ha sido el invitado perdurable?
Tú, la Fuente de expansión,
Dador, también, de toda gracia,
mora por siempre en mi corazón,
haciéndolo tu eterna estancia.
   Se dice que el alma que está coronada de Cristo, es como "un jardín bien regado", y Jesús es el Jardinero. En su ausencia las hierbas pronto ahogan sus preciosas plantas (Marcos 4:7). Su jardín una vez fue visto con lástima y aversión por seres puros y santos; pero Él lo redimió del pantano de pecado e incredulidad, limpiándolo completamente de todo lo que impedía el cultivo, plantándolo con frutos y flores del Paraíso, y ahora mora allí dentro para hacerlos que crezcan en belleza y utilidad.
    "Arrepentimiento, fe, humildad, sumisión, negarse a sí mismo, resignación, esperanza, paciencia, amor", y muchos más, deliciosos y hermosos, bajo el cuidado amoroso del Jardinero, son apropiados para el trasplante al reino de luz. Diariamente, Él aplica la grada de la Palabra y voltea la tierra. Para purificar la atmósfera y conservar los frutos y flores frescas y florecientes, Él manda frecuentes baños del Espíritu, que prueban ser el mismo rocío del cielo.
    Cada insecto que daña el crecimiento o el fruto, es desterrado al instante. Contempla este "jardín del Señor" lleno de fragancia espiritual y brillante con el resplandor eterno. En su medio está el Árbol de Vida, lleno de melodía día tras día y noche a noche, pulsando de vida y lleno de toda clase de fruto delicioso, regado con las grandes fuentes del Agua de vida, refrescado con brisas de reinos celestiales, y glorificado por la presencia de su mismo Creador, quien ha venido no simplemente en lo fresco del día para una visita temporal — ¡sino para quedarse y por siempre reinar con amor!

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