Por Arthur.
W. Pink
Nada escapa a
su atención, nada puede serle escondido, no hay nada que pueda olvidar. Bien
podemos decir con el salmista: (Sal. 139:6). “Tal conocimiento me es
maravilloso; tan alto que no lo puedo alcanzar” Su conocimiento es perfecto;
nunca se equivoca, ni cambia, ni pasa por alto alguna cosa. ¡Sí, tal es Dios al
que tenemos que dar cuenta!
Sal. 139:2-4;
“Tú conoces cuando me siento y cuando me levanto; desde lejos entiendes mi
pensamiento. Mi caminar y mi acostarme has considerado; todos mis caminos te
son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y tú, oh Jehová, ya la
sabes toda”. ¡Qué maravilloso ser es el Dios de la Escritura! Cada uno de sus
gloriosos atributos debería de honrarle en nuestra estimación.
La
comprensión de su omnisciencia debería de inclinarnos ante El en adoración. Con
todo ¡Cuán poco meditamos en su perfección divina! ¿Es ello debido a que, aun
el pensar en ella, nos llena de inquietud?
¡Cuán solemne
es este hecho; nada puede ser escondido a Dios, (Eze. 11:5). “Diles yo he
sabido los pensamientos que suben de vuestros espíritus” Aunque sea invisible
para nosotros, nosotros no lo somos para él. Ni la oscuridad de la noche, ni la
más espesa cortina, ni la más profunda prisión pueden esconder al pecador de
los ojos de la Omnisciencia. Los árboles del huerto fueron incapaces de
esconder a nuestros primeros padres.
Ningún ojo
humano vio a Caín cuando asesinó a su hermano, pero su Creador fue testigo del
crimen. Sara podía reír por su incredulidad oculta en su tienda, mas Jehová la
oyó. Acán robó un lingote de oro que escondió cuidadosamente bajo la tierra pero
Dios lo sacó a la luz (Jos. 7). David se tomó mucho trabajo en esconder su
iniquidad, pero el Dios que todo lo ve no tardó en mandar uno de sus siervos a
decirle: (2Sam. 12). “Tú eres aquel hombre”. Y a las tribus que quedaban al
oriente del Jordán se les dice: (Núm. 32:23). “Pero si no lo hacéis así, he
aquí que habréis pecado contra Jehová, y sabed que vuestro pecado os
alcanzará”.
Si pudieran
los hombres despojarían a la Deidad de su omnisciencia; ¡Qué prueba esta de que
“la intención de la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la
ley de Dios, ni tampoco puede” (Rom. 8:7). Los hombres impíos odian esta
perfección divina que, al mismo tiempo, se ven obligados a admitir.
Desearían que
no existiera el Testigo de sus pecados, el Escudriñador de sus corazones, el
Juez de sus acciones. Intentan quitar de sus pensamientos a un Dios tal: (Os.
7:2).“Y no dicen en su corazón que tengo en la memoria toda su maldad” ¡Cuán
solemne es el octavo versículo del Salmo 90! Todo aquel que rechaza a Cristo
tiene buenas razones para temblar ante él: “Pusiste nuestras maldades delante
de ti, nuestros yerros a la luz de tu rostro.
Pero la
omnisciencia de Dios es una verdad llena de consolación para el creyente. En la
perplejidad, dice a Job: “Más él conoció mi camino” (Job 23:10). Esto puede ser
profundamente misterioso para mí, completamente incomprensible para mis amigos
pero, ¡él conoce nuestra condición; “se acuerda que somos polvo” (Sal. 103:14).
Cuando nos
asalten la duda y la desconfianza acudamos a este mismo atributo, diciendo:
“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos.
Ve si hay en mí camino de perversidad y guíame por el camino eterno” Sal.
139:23,24.
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