Por William Gurnall
Tal vez encuentras el deber de tu llamamiento demasiado
pesado para tu débil fe. Busca en Dios la fuerza. Cuando estás harto de tu
trabajo y, como Jonás, dispuesto a huir, aliéntate con las palabras de Dios a
Gedeón: “Ve con esta tu fuerza [...]. ¿No te envío yo?” (Jue. 6:14). Empieza la
obra que Dios te ha dado y tendrás su fuerza de tu parte; huye de tu trabajo, y
la tendrás en tu contra. Él enviará alguna tormenta para devolver a su siervo
fugitivo a casa.
¿Estás llamado a sufrir? No te acobardes. Dios conoce los
límites de tu fuerza. Él puede poner la carga tan equilibradamente sobre tus
hombros que casi no la sentirás. Pero eso no es todo: siempre te vigila, y
cuando tropiezas te recoge —con carga y todo— y te lleva a tu destino
acurrucado en el seno de su promesa: “Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados
más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación
la salida” (1 Co. 10:13).
¿Cómo vas a lamentarte cuando estás envuelto en su pacto?
Tu Padre celestial anhela tanto cuidarte que, mientras tú le pides tímidamente
una migaja de paz y gozo, él desea que abras la boca todo lo que puedas, para
poder llenarla. Cuanto más pidas, mejor; y si más pides, más cariñosamente te
acoge.
Ve pronto ahora. Escudriña tu corazón entero y reúne tus debilidades.
Ponías delante del Todopoderoso, como la viuda liberación de los recursos
inagotables de Dios. Si tuvieras más vasijas para traer, te las llenaría todas.
Dios tiene fuerza bastante para dar, pero no tiene
fuerzas para negar. Lo digo con reverencia: en este aspecto el Todopoderoso es
débil. Hasta un niño, el más débil en la gracia de su familia, que solo puede
susurrar: “Padre”, puede convencerle.
No dejes que la debilidad de tu fe te aleje de la
presencia de Dios. Al ver las pálidas mejillas y el aspecto demacrado de tu fe,
tu amor y tu paciencia, su corazón compasivo se conmoverá y eso será un fuerte
argumento para su ayuda.
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