HALLANDO LA LLAVE


Por Rosalind Gofort

Mi marido estaba viajando en una provincia distante, conduciendo reuniones, y, durante ese tiempo, fui invitada por algunos cristianos de un puesto misionero para predicar en una gran presentación teatral, de cuatro días, que atraía numerosas multitudes. Fue un tiempo de inmenso desgaste; por varias horas diariamente, tuve que enfrentar multitudes ingobernables, que iban y venían. Al final de los cuatro días, yo estaba exhausta y sólo podía pensar en volver hacia casa e ir para Wei Hwei, otro puesto, para descansar por algunos días con mis hijos, que estaban en una escuela allí. Andar con ellos, yo sabía, restauraría mis energías más que cualquier otra cosa.

Sin embargo, al llegar a casa, de alguna manera, perdí la llave del cajón donde guardaba el dinero. Era viernes, y el tren para Wei Hwei salía el sábado a las diez horas. Varias personas vinieron a recibir cuentas, pero tuve que dar una disculpa para aplazar el pago. Yo no podía viajar sin dinero ni dejar la casa con aquel dinero en el cajón y la llave perdida en algún lugar.

En la noche, después de la cena, comencé a buscar la llave en todo lugar que podía imaginar. Cajones, espacios, estanterías fueron escudriñados vanamente. Después de buscar por dos horas, hasta ya no tener fuerzas, de pronto me acordé: “Aún no oré a este respecto”. Paré allí donde estaba, cerca de la mesa de la copa, y elevé mi corazón a Dios. “Oh Señor, tú sabes como necesito de un descanso; sabes cuánto deseo ver a mis hijos; ten compasión de mí y guíeme hasta la llave”.

Enseguida, sin perder un paso en dirección errada, pasé por la copa, por la habitación de huéspedes y entré en la oficina de mi marido, en el estante de libros, abrí la puerta, saqué dos libros y allá estaba la llave. Tan cerca estaba el Señor en aquel momento que parecía casi sentir su presencia física. Yo no había recordado de haber puesto la llave allí; fue Él que me guió hacia allá.

¡Sí, yo sé que Dios responde a la oración!

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