Orar es derramar de modo
sincero, consciente y afectuoso el corazón o alma ante Dios, por medio de
Cristo, en el poder y ayuda del Espíritu Santo, buscando las cosas que Dios ha
prometido, o que son conforme a su Palabra, para bien de la iglesia, con fiel
sumisión a Su voluntad.
Orar es derramar el corazón o alma:
Es derramar de modo sincero el alma ante Dios. La sinceridad es una
gracia que forma parte de todas las demás que Dios nos da, y de todas las
actividades del cristiano, influyendo en ellas, pues de lo contrario Dios no
las miraría. Así ocurre en la oración, como particularmente dice David, hablando
de este tema: "A Él clamé con mi boca, y ensalzado fue con mi lengua. Si
en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me oyera"
(Salmo 66: 17, 18). La sinceridad es parte de la oración, pues sin ella Dios no
la consideraría como tal. "Y me buscaréis y hallaréis, por que me
buscaréis de todo vuestro corazón" (Jeremías 29:13). La falta de
sinceridad hizo que Jehová rechazara las oraciones de que se nos habla -en
Oseas 7:14, donde dice: " Y no clamaron a mí con su corazón" (es decir,
en sinceridad), "cuando aullaron sobre sus camas". Más oran para
simular, para exhibirse hipócritamente, para ser vistos de los hombres y
aplaudidos por ello. La sinceridad es lo que Cristo encomió en Natanael, cuando
éste estaba debajo de la higuera: "He aquí un verdadero israelita, en el
cual no hay engaño". Probablemente este buen hombre había estado
derramando su alma a Dios en oración bajo la higuera, haciéndolo en espíritu
sincero y sin doblez, ante el Señor. La oración que contiene este elemento como
uno de sus ingredientes -principales, es la oración que Dios escucha. Así vemos
que "La oración de los rectos es Su gozo" (Proverbios 15: 8).
¿Por qué ha de ser la sinceridad uno de los
elementos esenciales de la oración que Dios acepta? Porque la sinceridad induce
al alma a abrir – el corazón ante Dios con toda sencillez a presentarle el caso
llanamente, sin equívocos; a reconocer la culpa sin disimulos; a clamar a Dios
desde lo más profundo del corazón, sin palabras huecas y artificiosas.
"Escuchando, he oído a Efraín que se lamentaba: me azotaste, y, fui
castigado como novillo indómito..." La sinceridad es la misma cuando está
acallada en un rincón que cuando se presenta ante el mundo. No sabe llevar -
dos máscaras, una para comparecer- ante los hombres,- y otra para los breves
momentos -que pasa en soledad. Ella se ofrece al ojo escrutador de Dios, y
ansía estar con Él en el deber de la oración. No tiene aprecio por el esfuerzo
de labios, pues sabe que lo que Dios mira es el corazón - de donde brota- para
ver si es la oración que va acompañada de sinceridad.
Por John Bunyan 1660.-
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