EL CAMINO DEL CORDERO ESTÁ PREPARADO

 


El camino del Cordero es, ante todo, un camino preparado

Los pies santos del Salvador han andado por él. Aunque a veces parezca incierto y oscuro, ya ha sido abierto y preparado por él, y esto nos basta. El camino, por lo tanto no es uno desconocido, porque todo el tiempo vemos en él las propias huellas del Maestro. En todas nuestras dificultades –en el hogar, en el mundo, en la pobreza, en la humildad–en todas partes vemos las huellas de sus pies. Todos nuestros caminos le “son conocidos” (Sal. 139:3). “Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Heb. 2:18). En este camino, el alma ya no se queja: “¡No me comprenden! ¡Me juzgan injustamente!” Él, nuestro Sumo Sacerdote, nos comprende, y esto trae paz a nuestro corazón. Las ovejas no tratan de ser comprendidas por nadie más que su pastor; basta con ver sus huellas y oír su voz. Cuando seguimos al Cordero, nada puede interponerse en nuestro camino ni impedir nuestro progreso. Lo que necesitamos para subir hasta Jerusalén (al Calvario, Mateo 21:1-3), o sea, lo que necesitamos para andar en el camino de la muerte, será, al final de cuentas, una cuestión que nosotros mismos elijamos. 

Si estamos dispuestos a seguir al Cordero, todas nuestras sendas estarán preparadas, porque en cada lugar y por cada camino existe una abundancia de oportunidades para morir al yo. El que procura esto nunca sufrirá una desilusión.  Encontrará lo que busca, y éste es el secreto de la felicidad. El que sigue al Cordero ha renunciado una vez para siempre a su propia voluntad, a sus propios caminos. No tiene propósitos ni intereses propios. Deja que su Pastor cancele sus deseos y planes. Observa y comprende que en este camino ya no hay lugar para una vida egocéntrica; ¡y el que juzga su propia vida y renuncia a ella puede fácilmente ser tolerante hacia la vida de los demás! 

Así, en este camino uno no se ofende con facilidad. Cuando tropezamos por culpa de los demás no estamos caminando en los pasos del Cordero; no somos hijos del día sino de la noche (Juan 11:9, 10). Decir que esta o aquella persona se interpone en mi camino es tan absurdo como decir que esta o aquella persona impide que el sol brille sobre mí. En cuanto a este problema en la vida cristiana, alguien ha dicho: “El cristiano nunca se siente incomprendido, a ningún cristiano auténtico jamás lo han ‘descuidado’. Al contrario, el cristiano sabe que él descuida diariamente muchas cosas en su relación con los demás”.

Aquel que sigue al Cordero no puede esperar que todos lo comprendan. Hay sendas por las que el creyente tiene que andar solo con su Dios. Cuando Abraham fue con su hijo al Monte Moriah, fue solo. Dejó a su esposa en casa y a sus siervos al pie de la montaña. Ninguno de ellos hubiera comprendido la senda por la que tenía que andar. 

Por lo tanto, no les dijo que se iba para ofrecer un sacrificio, sino para adorar al Señor. Pero, ¿qué decimos nosotros en una situación similar? ¡Seamos honestos, y admitamos que ya no comprendemos el Camino del Cordero! Somos como los niños que clamaban “¡Hosanna! ¡Hosanna!” cuando Cristo entró en Jerusalén, pero no se daban cuenta que el Rey tenía que pasar por otra puerta de la ciudad para morir en la cruz, y que nos llama a compartir su vituperio (Heb. 13:13). Los primeros cristianos conocían mucho mejor este camino porque veían a muchos que caminaban por él, algunos que con gozo vendían sus posesiones y repartían a todos, otros que vivían en cuevas y daban no sólo sus posesiones sino también sus vidas. 

La razón era que no querían estar en una posición por encima del Cordero. Identificamos las ramas de la vid por su unión con la vid misma. Hagamos un corte en la vid o la rama en cualquier lugar, y veremos que por todas partes fluye la misma savia que da vida. Lo que hace que nuestra unión con el Salvador y nuestro “permanecer en él” sea tan difícil es que queremos ir por otro camino. No obstante, no hay otro camino más bendecido sobre la tierra que la senda del Cordero donde sus “nubes destilan grosuras” (Sal.65:11).

Por G. Steinberger (1915)


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