LA SOMBRA DEL TODOPODEROSO

Este artículo es un vistazo a la vida de un joven cristiano, Jim Elliot, quien estaba por dar su vida para Cristo en las selvas del Ecuador.


Fue una vez durante sus primeros dos años de estudiante en el Wheaton College que a Jim Elliot se le hizo saber por el Señor que el mandato de Cristo de ir por todo el mundo con el evangelio contenía una dirección personal para él. Tenía que ser uno para ir y contarles a los que nunca antes habían escuchado la historia bendita del Salvador que vino para redimir sus almas. Después de pasar algún tiempo con misioneros en México un verano, sintió que quizás ir a Latinoamérica fue lo indicado. Compartiendo de sus diarios personales y del corazón de ella, Elisabeth Elliot traza los pasos de Jim a la orilla del río en el Ecuador donde su sangre se mezclaba con aquella de otros santos nobles por los años quienes han sido muertos en su ministerio de amor a Cristo.


 «"Algunos de ustedes que no tienen conocimiento de Dios; para vergüenza de ustedes lo digo,"» (1 Corintios 15:34) Jim escribía citando a Pablo. «Y ellos deben escuchar. El Señor está despertando fuertemente en mí la necesidad de alcanzar a millones en el Asia central. ¿Por qué la Iglesia no despierta? Qué alto el llamado que se le ofrece a todo el que ore diciendo: "Envíame a mí"....»


Jim era miembro de la Comisión Estudiantil de misiones en el Extranjero (en Wheaton), y asistía a las reuniones de oración a primeras horas de la mañana. A menudo trabajaba hasta tarde en la noche, preparando paquetes de ayuda para Europa. Pero su visión de la necesidad del mundo incluía a aquellos que estaban a su puerta también, y los domingos por la tarde viajaba a Chicago para hablarles de Cristo a aquellos que esperaban el tren en las estaciones de ferrocarril.


 «Sin fruto aun,» escribió. «¿Por qué seré tan poco productivo? No puedo recordar haber guiado a más de uno o dos al reino. Seguramente esta no es la forma en que se manifiesta el poder de la Resurrección. Me siento como Raquel, "¡Dame hijos! Si no me los das, ¡me muero!"» (Génesis 30:1).


Jim creía que el amor a Dios debe ser manifestado en el amor, no solo por aquellos que no conocen a Dios, sino además por aquellos que confiesan Su nombre. «Si alguien afirma: "Yo amo a Dios,"» escribió Juan en su primera epístola, «pero odia a su hermano, es un mentiroso.» En un pueblo cercano, había un pequeño grupo de cristianos que se reunía regularmente de acuerdo al Nuevo Testamento. Jim se unía a ellos, en la esperanza de ser de alguna ayuda. Sus diarios muestran que sintió allí el mismo desánimo que sentía en sus esfuerzos en las estaciones de ferrocarril de Chicago: «"La vara que retoñe será la de mi elegido" (Números 17:1-5). Si Tú me has elegido, Padre, entonces yo tendría que retoñar, florecer, llevar fruto para Ti.»


Sus deseos no parecen haber sido visiblemente cumplidos, pero al menos el ejercicio del alma preservó a Jim de lo que a menudo es una vida de egoísmo absoluto para el común de los estudiantes universitarios. Buscaba la ayuda de cristianos mayores que él, con el fin de aprender a vivir para Dios, y hubo ocasiones en que les pidió que oraran por él. De una de estas peticiones, escribió: «Estuve en comunión orando con el hermano Harper y hablando de las cosas de Dios. Una experiencia feliz. Dios mío, te pido que le prendas candela a esa leña inútil de mi vida, a fin de que arda para Ti. Consume mi vida, mi Dios, porque es Tuya. No busco una vida larga, sino llena, como la Tuya, Señor Jesús.»


Otros extractos del cuaderno de ese último año de la universidad muestran su infatigable búsqueda de Dios:


    3 de febrero. «Dios mío, sálvame de una vida de esterilidad, de seguir un esquema ético formal; concédeme a cambio un contacto vital de mi alma con Tu vida divina que pueda producir fruto, y que la vida abundante pueda ser conocida otra vez como la prueba final del mensaje y la obra de Cristo.»


    10 de marzo. «Salvador, sé que Tú me has concedido la libertad absoluta de servirte o de hacer mi propia voluntad. Siempre Te serviré, porque Te amo, dueño mío. No quiero ser libre. Marca mi oreja, Señor, para que solo pueda responder a Tu voz.»


    16 de abril. «Oh, Cordero de Dios, ¡qué sacrificio has hecho! ¿Qué sangre podría haber servido como la tuya? La sangre de un carnero no podía limpiar, porque los animales son amorales. La mía no habría servido, porque soy inmoral. Solo la Tuya es perfectamente moral, y solo Tu sangre podía producir un efecto.»




Preservado para un propósito


Un día, Jim estaba viajando con otros estudiantes más, como parte de un equipo evangelístico. Mientras cruzaban una vía de ferrocarril, el auto se atascó y fue destrozado por un tren de mercancías que chocó con él unos pocos segundos después que ellos se pusieran a salvo. Jim les envió el recorte de un periódico a sus padres con el siguiente comentario:  «Los detalles son bastante veraces, pero el periodista no sabe nada de los espíritus ministradores enviados por el Rey del Universo para ministrarles a aquellos que han de ser herederos de la salvación. Me asombré considerablemente al pensar que el Señor me hubiera protegido del peligro. Ciertamente, Él tiene una tarea para mí en algún lado. Oh, que pueda "alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí"» (Filipenses 3:12).


Por lo tanto, Jim escapó de una muerte accidental al menos por segunda vez – la primera había sido la bala que pasó rozándoles el cabello – y Dios le permitió seguir adelante por unos cuantos años más, para padecer una clase de muerte muy diferente, la cual parece haber profetizado él mismo en su diario, en una anotación que hizo dos días después del accidente en la vía del ferrocarril.


«"Si cualquier varón...comiere alguna sangre, yo pondré mi rostro contra la persona que comiere sangre" (Levítico 17:10). El que coma sangre, siempre tendrá a Dios en contra de mis propósitos. Padre, toma mi vida; sí, mi sangre, si es Tu voluntad, y consúmela con Tu fuego que todo lo envuelve. Yo no la voy a retener, porque no es mía. Tómala, Señor, tómala toda. Derrama mi vida como una oblación para el mundo. La sangre tiene valor solo si corre delante de Tu altar.»


 Casi había terminado el año lectivo cuando un día, Jim me paró (Elisabeth Howard en ese tiempo) en la universidad entre clases. Me entregó un pequeño libro con tapas de cuero negro, que llevé al dormitorio, donde vi que era un himnario. En la hoja de guarda había escrito, primero con su letra caligráfica distintiva y fluida, y luego en una pequeña y clara letra de imprenta, algunas palabras, un versículo en griego y la anotación «Himno número 46.» Busqué enseguida ese número, y encontré estas palabras:


«¿Existe algún objeto, Señor,


que separe de Ti mi corazón;


que desvíe Su constante fluir


en respuesta a Tu tesón?


Oh, enséñame pronto a volver,


Y haz que mi corazón vuelva a arder.




«¿Habrá esperanza alguna


que aplace Tu venida, Señor;


que retenga mi espíritu en este lugar


donde gozo duradero no hay?


De esto hazme libre, mi Salvador


para mirar y anhelar, y por Ti esperar.




«Que el objeto claro y radiante seas Tú, Señor,


que llene y satisfaga mi corazón;


mi esperanza de encontrarte en los cielos


y nunca apartarme de Ti;


distraerme no quiero


sino seguir, servir y esperar en Ti.»


– G. W. Frazer




Cuando me dio aquel libro, solo hacía unas pocas semanas que sospechaba que Jim estuviera interesado en mí. Sin embargo, si yo alguna vez había abrigado alguna esperanza, la elección era clara para ambos ahora. Se trataba de Cristo solamente.


 Salimos a caminar una tarde, y hablamos de lo que nos parecía a nosotros un extraño sendero por el cual el Señor nos había conducido. Habíamos salido juntos solo una vez, hacía un mes, a una reunión misionera en Chicago. Habíamos pasado mucho tiempo estudiando y conversando juntos, pero no habíamos reconocido nada más allá de una amistad muy noble. Ahora nos enfrentábamos a la simple verdad: nos amábamos.


 Apenas conscientes del rumbo que llevábamos, atravesamos un pórtico y nos encontramos en un cementerio. Sentado sobre una losa de piedra, Jim me dijo que me había entregado a Dios como Abraham había hecho con su hijo Isaac. Esto me sacudió, porque era exactamente la imagen que había estado en mi mente durante varias semanas mientras meditaba en nuestra relación. Estuvimos de acuerdo en que Dios estaba dirigiéndonos. Nuestras vidas le pertenecían completamente a Él, quien debería aceptar el «sacrificio» y consumirlo, de manera que decidimos no hacer nada para recuperarlo. No había nada más que decir.


Nos quedamos sentados allí en silencio. De repente, nos dimos cuenta de que la luna, que se había levantado detrás de nosotros, estaba proyectando la sombra de una gran cruz de piedra en medio de nosotros.


La fecha de aquella noche está marcada en el himnario de Jim, junto a las líneas siguientes:




«Si me hicieras renunciar


a lo que yo más valoro, y nunca mío fue


solo te estaría entregando algo que es Tuyo:


¡Sea hecha Tu voluntad!»


– Charlotte Elliot




El propósito revelado


 El final del año 1948 encontró a Jim en la Universidad de Illinois, asistiendo a la Convención Internacional de Estudiantes Misioneros...Jim me escribió a mí personalmente sobre la importancia que tenía aquella convención para él: «El Señor ha hecho lo que yo quería que Él hiciera por mí esta semana. Yo quería principalmente sentir paz con respecto a ser pionero en la obra de la India. Ahora, al analizar mis sentimientos, siento bastante paz al decir que el trabajo en las tribus de las selvas de América del Sur es la dirección general de mi llamado misionero. Además, tengo la seguridad de que Dios quiere que comience soltero la labor en la selva. Son bastantes asunto de importancia para tenerlos ya resueltos finalmente en una semana.»


«Queridísima Betty,» (le escribió a Elisabeth un rato después) «te encomiendo en nombre de Nuestro Amigo fiel que descartes toda duda, desconcierto y extrañeza. Tú has apostado por una cruz. Véncelo todo en la seguridad de tu unión con Él, para que al contemplar la prueba y soportar la persecución o la soledad, puedas conocer como Jesús, las bendiciones del "gozo que le esperaba" (Hebreos 12:2).


«"Somos...ovejas de Su prado. Entren por Sus puertas con acción de gracias; vengan a Sus atrios con himnos de alabanza" (Salmo 100:3-4). Y ¿qué están haciendo las ovejas al pasar por las puertas? ¿Cuál es la razón de que estén dentro del atrio? ¿Balar melodías y disfrutar de la compañía de las demás ovejas? No. Esas ovejas están destinadas al altar. Han sido alimentadas en los prados con un propósito: ponerlas a prueba y engordarlas para el sacrificio sangriento. Por consiguiente, dale gracias a Él por haberte hallado digna de Su altar. Entra en sus obras con alabanza.»




El propósito puesto a la prueba


Los tres años después de la graduación de Jim de Wheaton se pasaron en varios locales y actividades diversas. Eran días de prueba, días de crecimiento – leyendo, enseñando, sirviendo, edificando, a veces al parecer esperando solamente. Su rostro fue puesto resueltamente hacia los millones en las regiones lejanas, y éste fue tiempo bien gastado en la Escuela de Dios de preparación para la vida misionera.


En cuanto el enero del 1950 marcó el comienzo de la segunda mitad del Siglo XX, escribió: «¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué importancia tiene que yo sea uno de los elegidos sobre los cuales ha venido el final de los tiempos? Me da una sensación de "destino," como le escuché decir a C. Stacey Woods, pensar que vivo en unos días tan cercanos a la Gran Precipitación...Esta noche, en la cena, papá dijo: "Los niños que nacen hoy, van a ver la culminación del siglo."


«Yo prefiero considerar esto lentamente, Bets, a base de pequeños momentos a la vez. ¿Qué relación tengo, prácticamente, con el final del siglo? ¡Oh!, es apasionante pensar que nuestros ojos vayan a ser tan bendecidos que vean a Jesús, que "vendrá otra vez de la misma manera que lo han visto irse." ¿Qué significa la enormidad de la fe en un Cristo que regresa en un momento semejante? Cuán malo parecerá todo, a excepción de la fe puesta en la persona de Cristo, cuando Él venga. ¡Ay! ¡Qué pérdida es la vida vivida bajo el resplandor de cualquier otra luz!»


Unos meses después escribió Jim: «La otra noche fui a dar un paseo por la colina. Me encontré otra vez consagrando el barro de mi vida; pidiendo la presencia de Dios de forma más continua. Medité de nuevo y repudié mi deseo aplazado de hacer algo para Dios a la vista de los hombres, más que ser algo, sin tener en cuenta los resultados.


«Las nubes que se deslizaban rápidamente hacia el oeste de las colinas, parecían hablarme: "¿Qué es tu vida? Eres como la niebla" (Santiago 4:14). Me vi a mí mismo como la niebla cuando es absorbida por el amplio océano a causa del gran poder del sol, y enviada a la tierra por el viento. El derramamiento de bendiciones sobre la tierra debe ser como la lluvia, preparada primero por Dios, traída por Su Espíritu, derramada por Sus propios medios y en Su propio lugar, y corriendo de vuelta hacia el mar. "Como agua he sido derramado." Por lo tanto, mi debilidad será una oportunidad para que Dios refresque la tierra. Desearía que esto fuera como él me lo ha mostrado.»


La oración que Jim Elliot hizo en abril para pedirle a Dios que lo dirigiera con respecto a la asistencia al Instituto de Lingüística de Verano, fue respondida afirmativamente el 2 de junio de 1950, de manera que se encontró en Wheaton otra vez, de camino a Oklahoma...En la Universidad de Oklahoma, Jim, junto con varios centenares de candidatos a misioneros, o misioneros de regreso, pasó diez semanas aprendiendo cómo estudiar un idioma no escrito; cómo escribirlo y analizarlo. Con la fonética, el estudio de los sonidos, no tuvo dificultad por su capacidad innata de imitar el acento y el habla de los demás. El curso también le daba a cada estudiante la oportunidad de practicar en un simulacro de campo misionero....


Habían llevado a algunos informantes de varios idiomas a la Universidad, y los estudiantes trabajaban con ellos de manera individual, recolectando y organizando los datos del idioma, de la misma manera que harían en una zona donde el idioma aun no hubiera sido escrito. Para este estudio, a Jim se le permitió usar como informante a un ex misionero en la selva ecuatoriana de los quechuas. Aquello fue una excelente oportunidad para comenzar con un idioma en particular, en cuanto al cual Jim estaba comenzando a sentir que sería su misión en el futuro.




El propósito encendido


El misionero del Ecuador fue el primero en hablarle a Jim de los aucas. El corazón de Jim se encendió en fuego inmediatamente. ¿Una tribu que no ha sido tocada por la civilización? ¿Un pueblo que ha rechazado todos los intentos del hombre blanco por establecer contactos con él? El espíritu pionero que había en él se despertó con solo pensarlo...


El 14 de julio escribió: «Pedí diez días atrás una palabra de Dios que me alentara a ir al Ecuador. La recibí esta mañana en un lugar inesperado. Estaba leyendo de manera informal Éxodo 23, cuando el versículo 20 se destacó con gran fuerza. "Yo envío mi ángel delante de ti, para que te proteja en el camino y te lleve al lugar que te he preparado." Por la forma en que recibí esta palabra, acompañada del sentimiento y creyendo simplemente en la promesa, tomo esto como señal de Dios de que le debo escribir a Tidmarsh para decirle que iré al Ecuador en la voluntad de Dios.»


Los padres de Jim, junto a otros que lo conocían bien, no pudieron resistir el preguntarle si tal vez su ministerio no estaría entre la gente joven de los Estados Unidos. Su don para la enseñanza de la Biblia y la predicación era algo poco frecuente, como había quedado en evidencia por sus labores siendo aún estudiante de la universidad, en la predicación radial y en las reuniones evangelísticas. Ellos le escribieron comentándole lo que sentían y mencionando también su propia sensación de pérdida al verlo dejar el hogar de manera permanente.


«No me asombro de que estén tristes con la noticia de mi partida hacia la América del Sur,» les respondió el 8 de agosto. «Esto no es nada más que lo que el Señor Jesús nos advirtió cuando les dijo a los discípulos que debían comprometerse con el reino y seguirlo de tal manera, que ya no le pudieran ser leales a nadie más. Y nunca excluyó los lazos familiares. De hecho, aquellos amores que consideramos los más cercanos, Él nos dijo que debemos odiarlos, en comparación con nuestro anhelo por apoyar Su causa.


«Entonces, no lloren si sus hijos parecen abandonarlos, sino más bien regocíjense, viendo que están cumpliendo de muy buen grado con la voluntad de Dios. ¿Recuerdan cómo describía el salmista a sus hijos? Decía que eran como una herencia recibida del Señor, y que cada hombre debía sentirse feliz por tener su aljaba llena de ellos. ¿Y de qué está llena una aljaba, sino de flechas? ¿Y para qué están hechas las flechas, sino para dispararlas? Así que, con los fuertes brazos de la oración, tensen el arco y dejen que las flechas vuelen todas directamente al campo del enemigo.


«"Ofrenda a tus hijos para que lleven el mensaje glorioso;


ofrenda tus riquezas para proveerles en su caminar;


derrama tu corazón por ellos en oración victoriosa,


y todo lo que pierdas, Jesús te lo devolverá."


«¿Suena duro, por así decirlo? Seguramente, aquellos que conocen el gran corazón apasionado de Jehová deben negarse sus propios amores para compartirlos con Él. Consideren el llamado desde el Trono: "Vayan," y desde la tierra: "Pasa...y ayúdanos," e incluso el llamado de las almas desde debajo de la tierra: "Te ruego...que mandes a Lázaro a la casa de mi padre, para que...no vengan ellos también a este lugar de tormento." Entonces, movido por estas voces, no me atrevo a quedarme en casa mientras los quechuas perecen....»




El propósito confirmado


 1º de enero de 1952 escribió: «Este ha sido un buen día, lleno de visitas y charlas, descanso y recuerdos. No tuve ni la más mínima señal que confirme mi ida al Ecuador en Santa Juana. He estado pidiéndole a Dios que selle mi partida, sin saber qué esperar. Ayer recibí varios cheques por correo, e intenté cobrarlos y enviarle un cheque a Kelly, mi agente de viajes, para pagarle mi pasaje. Pero el banco ya estaba cerrado cuando por fin encontré un lugar donde estacionar y terminé otras cosas urgentes ayer por la tarde. Hoy, cuando recogí algunas compras de Tommy Dryden, él me dio un cheque de cincuenta dólares. No lo había notado hasta que llegué a casa y lo puse con los cheques que recibí en el correo ayer. Después descubrí que sumaban trescientos quince dólares, ¡la tarifa exacta de mi pasaje a Guayaquil! Todo en veinticuatro horas, y de cinco fuentes distintas. Este es el primero de los milagros que he estado esperando. ¡Aleluya! Alabado sea el Rey de las arcas del cielo...»


Así comenzaba el diario de Jim el 4 de febrero de 1952: «Dejamos nuestro atracadero en el muelle exterior del puerto de San Pedro, California, a las 2:06 p.m. del día de hoy. Mamá y papá estaban de pie juntos, mirando junto al muelle. Mientras nos alejábamos, me vino a la mente el Salmo 60:12: "Con Dios obtendremos la victoria." Ellos lloraron un poco. Yo no entiendo cómo me hizo Dios. Ni siquiera sentí deseos de llorar, y tampoco ahora los siento. Gozo, un gozo puro y una sensación de gratitud me llenan y me rodean.»


En la primera carta les escribió a sus padres en el viaje, Jim dijo: «Por supuesto que alabo a Dios por la forma tan valerosa en que ustedes dos se comportaron durante mi partida. Es verdad que no puedo comprender muy bien lo que ustedes sienten al verme partir. Todo lo que entiendo es que debe ser muy difícil, duro y estrechamente ligado a todo lo que esta vida significa para ustedes. Oro por ustedes cada vez que me vienen a la mente, para que ambos puedan decir: "Mi ayuda proviene del Señor." Ustedes también son para mí un constante motivo de alabanza por todo lo que han dado de sí mismos para mi causa.»


«La voluntad de Dios es siempre algo más grande de lo que podemos contar, pero debemos creer que cualquier cosa que ella comprenda, es buena, agradable y perfecta.»


Desde los primeros días de Jim Elliot en el Ecuador vienen estas líneas de su diario: «Betty debería llegar al Ecuador en una semana, con el favor de Dios. Es raro que pronto podamos estar juntos; ¡maravillosamente raro! Esto dará lugar a habladurías, sobre todo en los Estados Unidos, pero no me preocupo mucho por eso aquí. Que hablen, que Dios nos defenderá. La fe hace que la vida sea tan pacífica; nos da tanta seguridad en nuestros movimientos, que las palabras de los hombres son como el viento...»


«Tú entiendes, Señor. No es fácil, pero ya lo hemos intentado muchas veces. Me mantengo en lo que te he dicho. Mientras pueda hacer el trabajo de alcanzar a un pueblo primitivo mejor como hombre soltero, me quedaré soltero. Y esto me lleva a otra cosa que hemos estado pensando: Los aucas. Mi Dios, ¿quién es suficiente para ellos?...»


«Me entregué al trabajo con los aucas con mayor firmeza que nunca, pidiendo entereza espiritual, buen español y una dirección divina clara y milagrosa, entre otras cosas...»




El propósito profundizado


«¡Qué bien veo ahora que Él está queriendo hacer algo en mí! Porque muchos misioneros, cuando intentan hacer algo, se olvidan de que la tarea principal de Dios es hacer algo en ellos, no simplemente hacer una tarea por medio de sus rígidos y torpes dedos. Enséñame, Señor Jesús, a vivir con sencillez y amar con pureza como un niño, y saber que Tú no alteras Tus actitudes y tus acciones hacia mí. Ayúdame a no estar ansioso por lo "extraño, raro y peculiar," cuando lo común, ordinario y regular, correctamente tomado, es suficiente para alimentar y satisfacer el alma. Tráeme luchas cuando las necesite; quítame la comodidad cuando Te plazca.»


Después de 5 meses en la ciudad de Quito, Jim y su compañero, Pete Fleming, viajaron a una estación misionera en las selvas, y comenzaron la vida rigurosa de misionero al pueblo primitivo en Shandia.


Elisabeth Elliot escribe: Los indios quechua pronto se ganaron su corazón; en realidad, ya se lo habían ganado años antes de conocerlos. Pero ahora, al vivir con ellos, conoció un amor más grande, como el de Jesús, que «al ver a las multitudes,» tuvo compasión. Son bajos y robustos, con una hermosa piel bronceada, una gruesa cabellera negra y pómulos elevados. Viven en casas de una sola habitación, con techo de paja y paredes de bambú o de tablas de palma, si es que tienen paredes. No hay aldeas, factor que incrementa grandemente la dificultad para alcanzarlos. Sus casas están ubicadas una aquí y la otra allí, a lo largo de la ribera de los ríos, y están conectadas por senderos que varían desde un mar de lodo que con frecuencia llega hasta las rodillas, hasta un lodo arcilloso que solo mancha hasta el borde superior del zapato. Después de los primeros seis meses en la selva, los pares de zapatillas tenis que Jim había llevado de los Estado Unidos se habían podrido.


«Estos días son provechosos, plenos y felices,» escribió Jim de su vida y su ministerio en Shandia.


Luego tragedia cayó, y se destruyó la estación de misiones en Shandia a causa de una inundación. Presintiendo que quizás el Señor por medio de la destrucción de Shandia les estaba animando a ubicarse en otra parte, los hombres misioneros hicieron un itinerario de tres semanas para explorar las posibilidades. En un lugar un indio con quince hijos les rogó que vinieran a vivir entre ellos y que establecieran una escuela. Hacía falta un matrimonio para abrir la obra nueva. Jim y Elisabeth se casaron el 8 de octubre.


Luego de un mes más o menos llegaron en Puyupungu, levantando una tienda de campaña para vivir hasta poder construir una vivienda sencilla. Sin esperarlo, la tienda se transformó en su hogar por cinco meses porque Jim se había sucumbido a una fiebre que lo dejó incapacitado. A medida que la fuerza se le devolvía se construyó la pequeña casa.


En una carta pidiendo oración, Jim Elliot escribió, «En realidad, aquí no necesitamos más fondos, ni más obreros. Lo que necesitamos es poder espiritual y vigor en el alma. Nuestro enemigo maneja bien sus armas, y las suyas, no menos que las nuestras, son armas espirituales, para la defensa de aquellas mismas fortalezas que nosotros estamos equipados para derribar...»


Otra entrada en su diario dice, «La vida matrimonial es una vida abundante, como siempre he sabido que es la vida, pero más abundante aun en su complejidad. No hemos conocido nada más que armonía. El "ajuste matrimonial" es algo que, si existe, yo estoy atravesando sin esfuerzo y hasta de manera inconsciente. Así es el amor que nosotros conocemos.»


La entrada del 1º de abril dice: «Estoy en medio de una pausa al final de una tarde lluviosa. Estoy agradecido a Dios, porque en este momento hace ya una semana que nos establecimos en nuestro hogar de Puyupungu. Dios ha sido fiel, aunque Satanás ha peleado para desanimarnos con largas semanas de lluvia. Vinieron hombres de Pano para ayudar; de otro modo, nunca habría terminado la pista de aterrizaje. El avión aterrizó sobre menos de trescientos metros de pista ayer, pero este extremo todavía está demasiado húmedo para despegar.»


De vuelta en Shandia por un tiempo, donde se construía otra vez la estación después de la inundación, escribió el 8 de octubre, «Hoy es nuestro día de aniversario. Ha sido el año más feliz y más ocupado de mi vida. Espero que para la próxima semana nos podamos mudar a nuestra tercera casa desde que nos casamos; ¡primero fue la carpa, después la choza de techo de paja en Puyupungu y ahora una de tablones, hormigón y aluminio!...»




El propósito cumplido


Los meses consiguientes se consistían de más construcción, predicación, enseñanza, consejería – seguidos luego por bautizar, compartir la Santa cena, traducir, entrenar a predicar a los nuevos convertidos, viajar a las estaciones recién establecidas.


Jim escribió: «Sin duda, emociona anunciarle el Evangelio a una gente que nunca lo ha escuchado (aunque uno esté tan afónico como yo), y pienso que esto ayuda a ir directo al grano, dejando de lado los detalles secundarios. Cuando uno sale a estos lugares, siente como si la Palabra se estuviera cumpliendo al pie de la letra: "Este evangelio será predicado en el mundo entero"» (Mateo 24:14).


Escribiendo sobre este tiempo en Shandia, Elisabeth Elliot dice, esto le trae a uno a la mente la forma en que el Señor Jesús era seguido constantemente por una «multitud»; los escritores de los Evangelios han dejado a nuestra imaginación todo lo que significaba aquello para Él. Sin embargo, a pesar de todo, había unos pocos que venían en busca de algo más que los panes y los peces. Estos escuchaban Su Palabra y lo seguían. Y así ha sido en Shandia. Ha habido algunos que, aparentemente, viendo a Dios que es invisible en medio de todas las distracciones visibles y audibles, han creído y han seguido. Por estos era por quienes Jim diariamente entregaba su vida. «Así también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos» (1 Juan 3:16).


Comenzando el último capítulo de la vida de Jim, Elisabeth Elliot escribe: Un día del mes de septiembre de 1955, los McCully nos dieron la noticia más emocionante que habríamos podido esperar: Ed (McCully) y Nate (Saint), los pilotos misioneros, habían divisado finalmente algunas cabañas de los aucas a no muchos minutos de vuelo desde Arajuno. A partir de aquel momento, Jim estuvo, como dice el refrán español, «con un pie en el estribo.» Su oración, su compromiso personal y sus esperanzas de poder trabajar con los aucas desde hacía algunos años, no habían sido en vano. Tal vez Dios le iba a hacer compartir esa labor con Ed.


Ed y Nate habían comenzado un programa regular que consistía en arrojar de la avioneta regalos cerca de las chozas de los indios, esperando lograr así amistad con ellos y más tarde aproximarse a los salvajes por tierra. Ellos conocían bien la forma en que habían fracasado otros intentos para alcanzar a estos indios, pero también conocían al que dijo: «Se me ha dado autoridad... Por tanto, vayan...» (Mateo 28:18-19).


Después de que Jim pudiera recoger algunas frases de los auca de una mujer que había dejado la tribu, Elisabeth Elliot escribió: Jim tenía las frases auca escritas en pequeñas tarjetas en los bolsillos, y las sacaba de vez en cuando para aprenderlas de memoria. Por la noche, se las llevaba a la cama para darles un último repaso antes de dormir. Cuando regresaba de hacer un vuelo a los aucas con Nate, estaba tan emocionado que apenas podía comer; estoy segura que si le hubiera dado a comer heno, ni lo hubiera notado. Entonces, supe que había llegado lo definitivo. Aquellos votos hechos a Dios años antes, aquellas declaraciones de que estaba dispuesto a ir hasta el final; este era el campo de pruebas. Comencé a tener ciertas dudas que me inquietaban. ¿De veras era este el plan de Dios? ¿No habría ido Jim tal vez más allá de lo debido? ¿Quería Dios realmente que él dejara la obra de Shandia tan pronto?


Tener la visión es una cosa, y llevarla a cabo es otra. Ahora nos veíamos enfrentados a unos hechos palpables. Estos hombres habían visto a los aucas. Ya los conocían; sabían que al parecer, les gustaba matar por deporte; conocían su desdén por el hombre blanco y todo lo que representaba. Pero ahora, los habían visto, les habían gritado; habían visto a los aucas hacerles un gesto y sonreírles, y habían recibido peines, coronas de plumas y brazaletes hechos por las mismas manos de los aucas. Y esa gente, esos aucas desnudos, seguían estando ajenos al mensaje que estos hombres llevaban en sus manos....


Yo tenía dudas de estar dispuesta a dejarlo ir, continúa Elisabeth Elliot, hasta que lo desafié con la pregunta que me estaba quemando por dentro.


«Jim,» comencé a decirle, «¿estás seguro que eres tú el que debe ir?»


Entonces él se limitó responder: «Yo he sido llamado.» Así que todo estaba bien. Concordaban los principios bíblicos, la forma en que Dios estaba dirigiendo las circunstancias y la propia seguridad interior que sentía Jim. Entonces, yo podía formar parte de todo aquello; lo podía ayudar con felicidad a hacer sus planes.


«Si Dios lo quiere de esa manera, mi amor,» Jim le dijo a Elisabeth, «estoy listo para morir por la salvación de los aucas.»


 


El propósito consumado


El 2 de enero de 1956 Jim y cuatro compañeros emprendieron su viaje por avión hasta el territorio Auca. El viernes, el 6, la emoción de toda la vida se le dio a Jim. Se tomó de la mano a un Auca. Por fin se encontraron los dos. Cinco hombres americanos, tres salvajes desnudos.


Dos días después, el domingo, el 8 de enero de 1956, los hombres para quienes Jim había orado por seis años los mataron a él y sus cuatro compañeros.


Jim había escrito durante sus días estudiantiles en Wheaton «No es tonto el que da lo que no puede retener para ganar lo que no puede perder.»


Jesús dijo, «El que no toma su cruz y sigue en pos de Mí, no es digno de Mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de Mí, la hallará» (Mateo 10:38-39).


Extraído del libro A la sombra del Todopoderoso publicado por Editorial Vida. ©2007.


 


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