ERES INEFABLEMENTE PRECIOSO A LOS OJOS DE CRISTO

 

«Como el lirio entre las espinas, as! es mi amiga entre las doncellas. Como el manzano entre los árboles silvestres, as! es mi amado entre los mancebos: bajo la sombra del deseado me senté con gran deleite y su fruto fue dulce a mi paladar» (Cantar de los Cantares 2:2-3).

Si una persona no convertida fuese llevada al cielo, donde está Cristo sentado en gloria, y oyese las palabras de amor que Cristo, lleno de admiración, dirige al creyente, no podría comprender cómo Cristo puede descubrir belleza alguna en la despreciable gente religiosa a quien él, en el fondo de su corazón, menosprecia. Y si un inconverso pudiese oír a un cristiano en sus devociones cuando realmente ha transpuesto el velo y se enterase de sus palabras de admiración y amor hacia Cristo, tampoco podría en modo alguno comprenderlas; no le sería posible entender cómo el creyente puede tener tan encendido amor hacia un ser que no ha visto, en quien él mismo no ve atractivo ni hermosura. 

Tan cierto es -las Sagradas Escrituras lo declaran que el hombre natural no conoce las cosas del Espíritu de Dios, ni las puede entender, porque le son locura.

Quizá algunos de los que me oyen sienten un profundo desprecio hacia el pueblo piadoso -¡están tan cargados de manías, tienen escrúpulos de conciencia por tales nimiedades, parecen siempre tan graves y poco amigos de la diversión!- que no pueden soportar su compañía. 

"Como el lirio entre las espinas, así es mi amor entre las doncellas". ¡Cuán diferentes sois vosotros de Cristo! Hay aquí quizá alguno de los que me oyen que no tiene ningún deseo por Cristo, que nunca piensan en Él con placer. Muchos de vosotros no veis en Él atractivo ni hermosura, ni belleza alguna que os le haga desear, ni amáis la melodía de su nombre, ni podéis orar a Él continuamente.

Veamos ahora lo que el creyente piensa de Cristo: "Como el manzano entre los árboles silvestres, así es mi amado entre los mancebos; bajo la sombra del deseado me senté y su fruto fue dulce a mi paladar". ¡Oh, que al pensar vosotros en lo diferentes que sois de Cristo y del creyente, despertarais a la triste realidad de que todavía os encontráis en la condición perdida del hombre natural, del hombre no nacido de nuevo y, por consiguiente, estáis bajo la ira de Dios!

El creyente es inefablemente precioso a los ojos de Cristo y Cristo inefablemente precioso a los ojos del creyente. 

por Robert Murray McCheyne

Comentarios