¡SÓLO UNA VOZ!

En tiempos en que no había televisión ni Internet, y en lugares donde nunca se había oído el evangelio en su propio idioma, una joven norteamericana tuvo un sueño que permitió que muchos miles de analfabetos oyeran de Cristo en más de 5.500 lenguas y dialectos, mediante grabaciones de audio.

Los mensajeros 

La misionera Joy Ridderhof se hallaba en cama, en su casa de Los Ángeles, USA, extremadamente debilitada por la malaria, después de seis años de servir al Señor entre los indígenas de Honduras. Transcurría el año 1937. Por las ventanas de su habitación entraba el cálido sol del Pacífico, que ella disfrutaba en este descanso obligado, pero su pensamiento estaba lejos, muy lejos. 

Aquellos nativos de Honduras, a quienes había compartido, llenaban su corazón de amor y compasión. Especialmente aquella viuda a quien había visitado un par de veces. Las condiciones para la edificación de esos cristianos eran muy precarias, porque la mayoría de ellos no sabían leer. En su última visita no había logrado que ella memorizara un versículo, pese a la paciencia y empeño que había puesto en la repetición. ¿En qué se apoyaría su fe si la Palabra de Dios no era conocida entre ellos?

Surge una visión

Todavía ahora, acostada en su lecho, en su hogar de infancia, Joy recordaba el dolor de su corazón al abandonar aquella lejana casita de la montaña. ¡Si ella hubiera podido dejar su voz para repetir el versículo una y otra vez hasta fijarlo bien en la memoria de aquella pobre mujer! ¡Su voz! ¡Una voz! Eso era lo que necesitaba. Sólo una voz para repetir constantemente la misma cosa. Pero la única voz de la que podía disponer era sólo su propia voz y no podía separarla de su propio cuerpo.

Tras algunos meses de guardar cama, se hacía evidente que no podría volver a Honduras. Un sentimiento de fracaso amenazaba con vencerla. Pero ya se había acostumbrado a enfrentarse con obstáculos, convencida de que a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien. Por lo tanto, tampoco esta vez iba a dejar de sentirse gozosa. 

Cuando el informe médico adverso confirmó su extrema debilidad física, Joy pensó: “Ahora también puedo y debo regocijarme. Creo que Dios ha de hacer algo maravilloso”. Y entonces la necesidad de esos cristianos hondureños se transformó en una visión. De pronto recordó la áspera voz de los gramófonos que sonaban en las tabernas y comercios de Honduras. Recordó también su propio gramófono con el cual solía escuchar himnos ingleses. Un amigo misionero, al escucharlos, había dicho en tono reflexivo: “Deberíamos tener discos con el evangelio grabado en castellano”.

En forma lenta e imperceptible, una palabra fue tomando forma en el cerebro de Joy: “¡Discos!”. Los discos pueden reproducir una voz, ¿cien?, ¡miles de veces! Los discos pueden decir lo mismo durante mucho tiempo, sin fatiga alguna. ¡Si alguien pudiese grabar discos con himnos y pláticas del evangelio en castellano …!

Un encuentro casual con un hombre que tenía conocimiento técnicos sobre la materia, fueron confirmando la idea. Luego hizo de esto un motivo preciso de oración y compartió su sueño con algunos amigos. Decidió aprender a tocar guitarra para acompañar algunos cánticos, por si tuviera que grabar ella misma. El encuentro con un misionero que estaba instalando un equipo de grabación fue la confirmación final. 

El 31 de diciembre de 1938, Joy Ridderhof grabó su primer disco evangélico en español, de tres minutos y medio por cada lado, con palabras y cánticos que podrían ser reproducidos centenares de veces. La suma pagada fue 15 dólares, que habían sido reunidos en ofrendas de amigos en los ocho meses que la idea había tardado en realizarse.

Nada hacía suponer que ese día y en ese lugar se daba comienzo a algo que cobraría tanta importancia y fuerza en los años futuros. Así como los grandes ríos nacen de pequeños manantiales, este fue el débil comienzo de una corriente de vida que habría de abarcar toda la tierra: “Gospel Recordings” (Grabaciones del evangelio).

Cuando Joy escuchó esa primera grabación y pudo apreciar con cuánta fidelidad el disco reproducía la emoción y modulación de la voz, y cuán claras y convincentes sonaban sus palabras, un manantial de gozo se abrió en su corazón, y brotaba de él impetuosamente la gratitud y cierta satisfacción inexplicable.

Era, sin duda, la contestación de Dios a sus oraciones en busca de un medio para esparcir el evangelio rápidamente a través de las aldeas de Honduras. Ya había descubierto la forma por la que los analfabetos e ignorantes podrían aprender a almacenar en sus corazones aquellos tesoros, aun cuando no hubiera nadie cerca para enseñarles. Ahora ya sabía lo que tenía que hacer: producir discos evangélicos en español.

Financiamiento soberano

Comenzó por muy poco. El dormitorio en el desván de su casa le sirvió de oficina y desde allí escribió a los misioneros en Honduras, poniéndolos al tanto de sus nuevas actividades. 

Se puso en contacto con cantores mexicanos, y con algunos nativos para la grabación de los pequeños mensajes. Ella se dio cuenta de que el acento americano limitaría la eficacia del mensaje, así que decidió emplear hablantes nativos para las grabaciones futuras. Ella, por su parte, se encargaría de los libretos.

Convencida de que ésta era, por fin, la tarea que le había sido impuesta, no perdió tiempo pensando en cómo la llevaría a cabo y pagaría los gastos. En realidad, no tenía recursos, y su salud estaba quebrantada. Pero desde hacía tiempo había conocido los escritos de George Müller, acerca del ejercicio práctico de la fe, y desde muy jovencita había confiado sólo en Dios para el sostenimiento de todas sus necesidades materiales y espirituales.

Hubo épocas en que el dinero se acabó, pero siempre éste llegaba oportunamente cuando se presentaba una verdadera necesidad. Así que, confiando en que el Señor era quien guiaba su nuevo proyecto, puso decididamente manos a la obra.

Cierta vez había contratado cantores y locutores de habla española para una sesión de grabación. Todo estaba listo, pero al salir para el estudio advirtió que no tenía dinero ni para la mitad de los gastos. Momentáneamente se sintió desfallecer, porque había dado testimonio a los técnicos de la fidelidad de Dios para el financiamiento, y tenía por principio pagar todo al contado. Pero era demasiado tarde para cancelar la sesión.

“Dios proveerá –se dijo– quizá milagrosamente”. Al terminar la sesión, se acercó a la caja con lentitud, esperando todavía el milagro que no llegaba. En tanto, el técnico, lápiz en mano, hacía sus cálculos, repasando las cifras muy preocupado. Ella esperó tranquilamente, mientras oraba en silencio.

El técnico trazó una línea bajo la suma que había estado repasando, y le dijo: “Señorita Ridderhof, veo que me he equivocado en su factura. Le debo a usted dinero”.

Le dijo la cantidad. Ella comprendió entonces que la cantidad había sido pagada y que su Dios conocía con precisión sus necesidades, porque la suma que le debían era exactamente la que necesitaba para pagar los gastos de esa tarde.

Fortalecida por esta experiencia, se dio a la empresa de producir y despachar más discos con el mensaje de vida y salvación por la fe en Cristo.

Apenas había acabado la primera edición en castellano, le llegó una solicitud para hacer un trabajo similar en el idioma de los indios navajos, de USA. Joy, entonces, entendiendo lo que el Señor había dicho que el evangelio debería ser oído en muchos idiomas, le dijo: “Señor, haré grabaciones en todas las lenguas que tú quieras”.

Comienzan a llegar colaboradores

El desván de Joy comenzó a parecerse cada vez más a una oficina, y por consiguiente, cada vez menos a un dormitorio.

En mayo de 1940 estaban listas once matrices dobles y Joy escribió a varios amigos, a quienes ella había contagiado su entusiasmo por el evangelio en grabación, anunciándoles las novedades. Ella estaba satisfecha con este comienzo, pero ahora soñaba con producir un juego de cincuenta matrices de discos, y luego retornar a su rinconcito misionero de Honduras. 

Durante el transcurso de 1939 y 1940, Joy trabajó activamente en su desván produciendo discos evangélicos en castellano. Desde Honduras llegaban cartas entusiastas acerca de su utilidad, pidiendo nuevas remesas.

A veces se trataba de un pequeño grupo de indígenas de habla española, sencillos creyentes en Cristo, que no tenían pastor ni maestro, y siendo la mayoría analfabetos, un gramófono representaba para ellos la oportunidad de escuchar una y otra vez los versículos de la Escritura que no sabían leer, y de aprender la melodía de los himnos que nunca antes habían oído. Otras veces se trataba de un misionero demasiado ocupado, que debía visitar distintos lugares

Poco tardó para que comenzaran a llegar pedidos de grandes cantidades de discos desde Perú, México, Venezuela, Puerto Rico, Chile y Colombia.

Para enfrentar tan grande demanda, Joy habría de necesitar de colaboradores. Así también lo vio el Señor, quien le envió a Ann Sherwood.

Ann Sherwood era una antigua compañera de colegio y de vocación. Diez años atrás se habían separado para servir en la obra en distintos lugares, pero ahora en 1940, Dios las volvió a unir. Cuando Ann se enteró del proyecto que alentaba Joy, y de cómo crecía, decidió ofrecerle su ayuda. “Joy –le dijo– ¿sería de alguna ayuda para ti que me ocupara de tu correspondencia dos tardes por semana? Si quieres yo puedo escribir mientras tú haces otra cosa.” El ofrecimiento fue aceptado gustosamente. Así fue cómo Ann se hizo cargo, no sólo de la correspondencia, sino de la contabilidad, de la selección de las partituras y hasta de los ensayos. 

“Ann –le dijo un día Joy– estás dedicando casi todo tu tiempo a este trabajo y no sé qué sería de mí sin tu ayuda. Pero tú bien sabes que no dispongo de ningún capital, ni de ingresos. Así que no puedo fijarte ninguna remuneración”. Ann la miró y le preguntó sencillamente: “¿Cómo te las arreglas tú?”. Con la misma sencillez respondió Joy: “Yo miro al Señor. Es Su obra la que estoy haciendo, lo sé con seguridad. Así que yo confío en que Él cubrirá todas mis necesidades. Y Él lo hace así”. “Bueno, dijo Ann, entonces yo puedo esperar que hará también lo mismo conmigo”.

Así quedó zanjado este asunto de índole económica. De la misma manera habría de ocurrir con todos los que más tarde se incorporaron a “Gospel Recording Incorporated”. Todas las donaciones se ocupaban en la producción y despacho de discos, y sólo se retenían aquellas que eran entregadas para gastos personales. 

Poco después se les unió Virginia Millar, quien dejó su bien remunerado empleo para unirse al grupo en las mismas condiciones que Ann.

Un estudio y un técnico

Joy había estado orando por un estudio propio, adecuado a las necesidades. Un día sintió que el Señor le mostró el establo de su padre, en el fondo del sitio. Nunca se le había ocurrido que allí podría instalar su estudio, pues siempre se había utilizado como bodega, sin tener ni siquiera piso pavimentado.

Pero ahora lo vio con otros ojos. Pronto llegó el primer donativo, un donativo inesperado y extraño: una puerta usada. Mientras la transportaba en su viejo Ford, Joy recibió una luz: “He aquí he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar”. Su corazón empezó a cantar. Si el Dios omnipotente había abierto una puerta, ¿habría alguien capaz de cerrarla? 

Calculaba que el costo de este proyecto ascendería a unos trescientos dólares, que a ella le parecían una fortuna. No obstante, pidió los materiales necesarios en plena fe, y aunque a nadie hicieron saber sus necesidades, excepto al Señor, recibieron un cheque por la cantidad exacta, precisamente el día que se necesitaba. Vestidas con ropas viejas, armadas con cubetas y cepillos, martillo y pintura, Joy y sus amigas se dieron a la tarea de limpiar el establo y nivelar el piso de tierra. Después vinieron los carpinteros. Al cabo, el lugar se transformó en una espaciosa oficina a prueba de ruidos.

Fue en este lugar en donde un reducido grupo de mujeres descubrió, día tras día, los asombrosos recursos del Maestro Celestial, que había prometido suplir todas sus necesidades. 

Tal vez la respuesta más notable a sus oraciones en este tiempo fue la llegada de un joven alto y rubio llamado Herman Dyk. Durante algún tiempo el pequeño grupo de obreras había comprendido que necesitaba un técnico con experiencia en equipos eléctricos. A menudo sucedía que cualquier desperfecto en los aparatos les significaba un importante desembolso en un técnico. Necesitaban un electricista capacitado, que se hiciera cargo además de todo el trabajo pesado. “Tiene que ser joven y fuerte –se decían unas a otras– y dispuesto para cualquier tipo de trabajo, difícil o insignificante. Y debe tener buen carácter y ser tolerante. Y sobre todo, capaz de llevarse bien con un grupo de mujeres.”

No pusieron ningún aviso en el periódico, pero presentaron sus súplicas ante Dios, y la respuesta fue el joven Herman Dyk, alto y rubio, quien llenaba realmente todos esos requisitos. Sorprendentemente, el joven venía desde Montana, distante unos tres mil kilómetros de allí. Cuando supo las bases financieras sobre las cuales se operaba, no sólo no se sorprendió, sino que más encima ofreció un donativo. Se sentía seguro de que Dios lo había llevado a “Gospel Recordings”, y eso era lo único que le importaba.

Yendo a ellos: México

En 1943, una carta llegada de “Wycliffe Bible Translators” abrió un nuevo horizonte para el ministerio “Gospel Recordings”: “en este momento nuestra mayor preocupación es la tribu mazahua, en México –decía en parte la carta–. Están tan esparcidos, que la única forma de atraerlos adecuadamente al evangelio sería por medio de los discos, pero lamentablemente no hay ninguno en su lengua. Si lleváramos algunos de los miembros de la tribu a Los Ángeles, ¿estaría usted dispuesta a hacer discos también en su idioma?”. 

La petición fue calurosamente acogida, pero la entrada de los mazahua a Estados Unidos fue impedida a causa de las restricciones que el gobierno había puesto por la Guerra Mundial. Este obstáculo fue la señal que inició una nueva etapa en el ministerio. Hasta entonces las grabaciones se habían efectuado exclusivamente en Los Ángeles, adonde habían acudido cristianos de distintas nacionalidades a grabar los discos, pero ahora Joy entendía que debía trasladarse ella.

Confió sus inquietudes a Ann y al resto del grupo de colaboradores. Todos coincidieron en lo mismo. La lengua mazahua tenía que ser “capturada” y el glorioso evangelio del Dios viviente tenía que ser también proclamado a través de ella por medio de discos.

Oraron juntos y mientras lo hacían les invadía el convencimiento de que era la voluntad de Dios. El mandato era ir a México y a México irían.

Después de salvar milagrosamente innumerables obstáculos –vehículo, cupones para gasolina, permiso para cruzar la frontera– Joy y Ann salieron para México en marzo de 1944. 

Después de unos días de haber llegado a la ciudad tomaron contacto con el dueño de un estudio de grabaciones. “Yo lo ocupo sólo un día por semana. El resto queda a vuestra disposición sin paga alguna”. Allí fue donde los primitivos indígenas traídos por la Wicliffe Bible Translators hicieron las primeras grabaciones en su lengua natal.

Desde ciudad de México, tuvieron ocasión de visitar otros lugares del país e incluso otras naciones de América central. El Señor le concedió a Joy la oportunidad de viajar incluso a Honduras y estar un par de semanas entre sus antiguos conocidos, y cumplir así una promesa que les hiciera ocho años atrás. 

Algunos meses después regresaron a Estados Unidos con su vehículo cargado de matrices de grabaciones hechas en diversas lenguas indígenas. Entre tanto, desde Los Ángeles la obra evangelizadora también prosperaba. Se grababan programas en español, reproducidos luego por más de cuarenta emisoras de radio en onda corta y larga en América Latina, mientras que el número de discos enviados a los campos misioneros llegaba a casi veinte mil. 

A ello se agregó una satisfacción no menor: la adquisición de una casa para la instalación de salas de grabación y oficinas. 

Alaska y Filipinas

Las necesidades morales y espirituales de Alaska eran muy grandes, no solamente por la degradación que el alcoholismo provocaba entre los habitantes de las aldeas y entre los leñadores, sino también por el aislamiento en que vivían las tribus aborígenes y esquimales, cuyas lenguas eran casi desconocidas para los misioneros.

Durante los largos meses del invierno, acurrucados en sus pequeñas casas subterráneas o en sus diminutas chozas, sin libros que leer, ni audiciones de radio que escuchar en su propia lengua, ¿cómo podrían ser convertidos, esparcidos por montes y llanuras heladas?

El gramófono y los discos grabados en su propia lengua eran la respuesta para ellos. Así que, una vez más, Joy y Ann hicieron planes, sin saber si se iban a cumplir. Nuevamente emprendieron el viaje sólo con el dinero suficiente para sus necesidades personales inmediatas. Lo que más necesitaban ya lo tenían con la provisión de un nuevo auto sedán. Los asientos les servían de cama por la noche. Estaba repleto de equipaje, incluidas bolsas de campaña para dormir, utensilios para cocinar y el pesado equipo de grabación.

Cruzaron la frontera entrando en el Canadá. Recorrieron un trayecto de 6.500 kilómetros sin tener ningún contratiempo. Un joven matrimonio les estaba esperando. 

Los aborígenes eran tímidos y desconfiados, poco dispuestos a acercarse a las ciudades o campamentos, prefiriendo vivir aislados, así que el único camino parecía ser ir a ellos.

Los distintos grupos esquimales de Alaska eran numerosos y era necesario “capturar” sus variados dialectos. Localizarlos a todos, persuadir a los miembros bilingües de cada tribu para hacer grabaciones, diseñar los programas según los tiempos disponibles, exigía el máximo de concentración y un gran trabajo. Tras varios meses, las misioneras regresaron a Los Ángeles con casi veinte dialectos en grabaciones. El trabajo se había facilitado por la reciente adquisición de una pequeña y eficiente grabadora de cinta, el último adelanto en materia de grabaciones. 

Durante los años siguientes habrían de surgir nuevas posibilidades para la “captura” de otras lenguas pertenecientes a pequeñas tribus que aún existían en el subcontinente norteamericano.

Sin embargo, el próximo llamado vino de Filipinas. El huésped de las misioneras en Alaska había estado en Filipinas como soldado en la Segunda Guerra Mundial, y les hizo ver la gran necesidad que las tribus nativas tenían del evangelio. Había allí innumerables islas y montañas densamente pobladas por gentes ignorantes de la gracia de Dios. 

Pero no tenían dinero para realizar el proyecto. Aun así, comenzaron a trazar planes como si realmente contaran con él. Muy luego comenzó a ocurrir una serie de milagros, que permitieron ir financiando paso a paso la empresa. Pasaportes, pasajes, contactos, recepción en Manila, todo fue escrupulosamente ordenado por Dios para que nada les faltase. 

Joy y Ann estuvieron casi un año en Filipinas. Obtuvieron grabaciones de noventa y dos lenguas y dialectos. La mayor parte de la obra fue realizada con la ayuda de misioneros, sin cuyo conocimiento y experiencia hubiese sido imposible. Sin embargo, hubo ocasiones en que debieron aventurarse por sitios totalmente nuevos, recorrer ardientes caminos polvorientos; navegar por aguas torrentosas en embarcaciones frágiles, y dormir en chozas de bambúes. Acabado el trabajo de “captura” hubo de dedicar muchas horas para ordenar el material grabado, realizar los cortes necesarios, y dejar las cintas en condiciones de ser enviadas a Los Ángeles para su impresión.

Fábrica productora propia

Allí, ahora ya contaban con su primera fábrica productora. No necesitaban depender de firmas comerciales para la producción de discos. Teniendo preparado el disco matriz, con sólo un operador de “Gospel Recordings” manejando la prensa, miles y miles de discos podrían producirse cada mes y en el orden que se creyera más conveniente.

A fines de 1949 había grabaciones en un total de 230 lenguas y dialectos. A fines de 1950 esta cantidad había aumentado a 350, y se habían producido unos 400.000 discos. 

Varios de ellos se debieron a Sanna Barlow, una nueva colaboradora, quien desde 1948, realizó viajes de grabación por diversos países de América. También los misioneros, comprendiendo la importancia de esta tarea, habían contribuido desde sus respectivos campos de acción. 

Todo esto exigía un número mayor de colaboradores, unos para trasladarse a los lugares necesitados y grabar, y otros para llevar a cabo los trabajos en la casa central.

Sin embargo, el próximo gran desafío que habrían de enfrentar era el de mejorar la sencillez y calidad de los equipos reproductores: los gramófonos. El gramófono había penetrado de un modo notable más allá de los confines de la civilización moderna y podía encontrárselo en los sitios más apartados, pero solía presentarse un problema. A veces se producían desperfectos en su mecanismo sin que nadie supiese repararlos. Continuamente llegaban noticias de la imposibilidad de escuchar los discos, porque la caja que habla se negaba a funcionar.

Joy comprobó que para la gente primitiva, aun el gramófono corriente era un instrumento demasiado delicado y complejo. Entonces escribió a Los Ángeles: “Por favor, es necesario orar hasta que Dios nos conceda disponer de un fonógrafo de mano, barato, sin motor, factible de ser manejado por cualquier persona y que no tenga ninguna parte mecánica capaz de fallar.”

Ciertamente, parecían estar pidiendo demasiado. ¿Dónde estaba la solución?

Australia

La solución vendría de Australia. Joy, Ann y Sanna viajaron a Australia para recoger material en los idiomas nativos, incluyendo a Nueva Guinea. Allí tomaron contacto con Suart Mill, un misionero retirado, que era también un experto ingeniero. Éste, después de conocer la importancia y las proyecciones de esta obra, se ofreció para servir como representante en Australia. Y de paso, se dedicó a diseñar un nuevo gramófono. Pronto se unieron algunos colaboradores.

Al finalizar el primer año, la sucursal australiana producía dos tipos diferentes de gramófonos y los embarcaba para distintas parte del mundo. 

Poco más adelante pudieron producir sus propios discos. No obstante, hacia el año 1955 la producción de megáfonos era del todo insuficiente para satisfacer la demanda. Se hacía imprescindible contar con más espacio y un terreno propio donde levantar una fábrica.

Después de orar algún tiempo al respecto, recibieron una importante donación con la cual pudieron adquirir un lote en Eastwood, a 11 kilómetros de Sydney. Gracias a las numerosas donaciones recibidas, en sólo un año pudieron construir la fábrica de “Gospel Recordings” en ese lugar.

En 1957, después de la fabricación de varios modelos de gramófonos, llegaron al modelo que era una pequeña maravilla: un gramófono pequeño, económico, fuerte, sin motor, liviano, con un platillo que giraba a 78 revoluciones por minuto, cualquiera fuese la rapidez con que se diera vuelta a la manivela.

El canto llega hasta los confines de la tierra

En 1952, el equipo de colaboradores se repartió para la captura de de otras muchas lenguas. Mientras Joy, Ann y Sanna fueron a Australia, Vaughn Collins fue a Indonesia, y unos meses más tarde Don Ritcher partió hacia el hemisferio Sur. Poco a poco empezaron a llegar cintas con “capturas” desde los lugares más remotos a “Gospel Recordings”. Al finalizar 1952 otras 52 lenguas se habían agregado a las ya existentes. En 1955 se superó el millón de discos enviados, a 140 países. Para entonces el total de lenguas y dialectos grabados era de 1401. Y se incorporó Elvie Nicoll, de nacionalidad australiana, para colaborar en la India. Ese mismo año surgió la sucursal en Londres. En 1957 se incorporó Bob Wayte, un colaborador para el Congo.

A fines de 1957 y comienzos de 1958, Joy, Ann y Sanna, estaban física y mentalmente exhaustas. Después de cinco años de continuo viajar, regresaron a Los Ángeles. 

Allí se encontraba lo que para ellas representaba el “hogar”, mientras atravesaban continentes y a ese preciso lugar habían sido dirigidos constantemente los pensamientos, las cartas y las cintas grabadas. ¡Cómo había crecido! ¡La nueva fábrica, el nuevo depósito, el local ampliado …! Lanzaban exclamaciones llenas de entusiasmo al entrar en los talleres de prensado y ver las cuadrillas de obreros voluntarios trabajando en cada una de las máquinas, manejando con pericia las blandas galletas negras que, segundos más tarde, se retirarían transformadas en discos grabados, conteniendo las gloriosas nuevas de salvación en idiomas y lenguas desconocidas.

Y sobre todo, revisaron las innumerables cartas, conteniendo testimonios concretos de la obra del Espíritu Santo a través de aquellos mensajeros negros. En ellas una frase se repetía con insistencia: “Los discos llegan a aquellos que de otra manera nunca habrían podido oír”. 

Según la información recogida cuidadosamente de varias fuentes por “Gospel Recordings”, hay en el mundo hoy, alrededor de 4.000 lenguas, y ya en 1.800 se puede escuchar el evangelio grabado. De ellas, 1.400 fueron registradas por Joy y sus cuatro colaboradores en cinco años y medio de ardua tarea.

En 1959 se cumplían 20 años de “Gospel Recordings”. El informe para el año anterior indicaba que el número de discos grabados desde el comienzo de la obra era de dos millones, y el total de lenguas registradas era de 1.904. De diversos rincones del globo seguían llegando registros. Las últimas noticias de Londres y de Sydney eran alentadoras. 

El corazón de Joy rebosaba de gozo, mientras repasaba el pasado y miraba hacia el futuro. En su discurso de celebración dijo cuál era la clave de su éxito. Este era el mensaje que ella necesitaba expresar: “Cantad al Señor un nuevo cántico y su alabanza será escuchada hasta lo último de la tierra.” Y agregó: “Tengo la convicción más profunda que cuando, no importa si escondido o limitado por las circunstancias, un cántico de alabanza asciende sin cesar desde lo íntimo de los corazones amantes en constante agradecimiento por todo lo que de Dios recibimos, a través de pruebas o sufrimientos, este canto ha de llegar hasta lo último de la tierra. No habrá muros que puedan estorbarlo, ni bóveda capaz de retenerlo; ninguna distancia lo demorará, ni lo marchitarán los rayos del sol ardiente, ni los torrentes de agua podrán ahogarlo. Este nuevo canto, hecho más fresco y dulce por las mismas circunstancias que podrían mantenerlo cautivo, llevará su alabanza hasta los confines del mundo.”

Adaptado de “La fe por el oír” de Phyllis Thompson.

Nota: Joy Ridderhof murió el 19 de diciembre de 1984. Sin embargo, la GRN (Global Recordings Network) –nombre actual de la “Gospel Recordings”– ha continuado su trabajo. Con la aparición de las nuevas tecnologías, la GRN ha agilizado su labor. Actualmente, posee 35 oficinas y bases con 400 colaboradores alrededor del mundo. Unos 100 operadores de sonido viajan permanentemente a los rincones más remotos del planeta en busca de nuevas lenguas. Su meta es alcanzar a los grupos de menos de 10.000 habitantes, que son comúnmente pasados por alto por las listas de pueblos no alcanzados, muchos de los cuales no tienen lenguaje escrito.



Comentarios