CULTOS FAMILIARES

Dos hermanos, Roberto y Santiago Haldane, pertenecientes a una familia escocesa influyente y adinerada, quienes de jóvenes prestaron su servicio con distinción en la marina de guerra, se convirtieron al Señor y llegaron a ser estudiantes diligentes de las Escrituras. 

Ellos fueron Roberto y Santiago Haldane

El más joven, Santiago, relata cómo, después de su matrimonio: "Cuando viví por primera vez en mi propia casa, yo comencé a dirigir los cultos familiares los sábados por la noche. Yo no estaba dispuesto a tenerlos más frecuentemente, para no exponerme al ridículo de parte de mis conocidos. Finalmente, una convicción del deber me obligó a comenzar a tenerlos cada mañana, pero por un tiempo reuní a mi familia en un cuarto trasero de la casa, por si entraba alguno. Poco a poco llegué a superar ese temor al hombre, y como deseaba instruir a quienes vivían en mi casa, comencé a exponer las Escrituras. Me di cuenta de que esto resultaba agradable y edificante para mí, y ha sido un método fundamental mediante el cual el Señor me preparó para hablar en público (…) En secreto comencé a desear que se me permitiera predicar el Evangelio, lo cual consideré como el empleo más importante y honorable que se pudiera tener. Comencé a pedirle a Dios que me enviara a su viña y que me capacitara para la obra. Este deseo siguió incrementándose, aunque no tenía la más remota esperanza de que se me concediera. A veces en las oraciones mi corazón incrédulo sugería que no podría ser. Yo no tenía ninguna idea de ir por los caminos y vallados para hablarles a los pecadores acerca del Salvador. Sin embargo, abrigaba una lejana esperanza de que el Señor me dirigiera".

Poco después de esto, él y algunos otros se interesaron por las reuniones para predicar el Evangelio en un marginado pueblo minero y, como no siempre era posible conseguir a un ministro ordenado, algunas veces predicaban los laicos. Una noche no vino el esperado predicador, de manera que Santiago Haldane ocupó su lugar y predicó su primer sermón acerca del Evangelio. Esto fue en 1797, y lo incitó a emprender, junto con otros, la predicación ambulante del Evangelio, que en los años siguientes lo llevó por toda Escocia, y más allá. Los predicadores viajaban en un carruaje y estaban bien provistos de tratados que ellos mismos escribían, imprimían y distribuían. Ellos hablaban en las iglesias cuando se les permitía, en escuelas y en otras instalaciones, pero principalmente al aire libre. Cientos, y a veces miles, de personas se congregaban para escucharlos. Hubo gran poder en su testimonio y muchísimas personas se convertían al Señor. En ese tiempo las necesidades espirituales del país eran enormes, pero la idea de que los laicos ayudaran en la obra fue resentida por muchos; aunque, por otra parte, la novedad de todo esto a menudo atraía a los oyentes, quienes entonces eran afectados por el fervor y la sinceridad de los oradores.

Tomado del Libro "La Iglesia Peregrina"

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