Por Leonard Ravenhill
“Los que
sembraron con lágrimas, con regocijo segarán.” (Salmos 126:5). Este es el
edicto divino. Se refiere a algo más que una predicación con celo, algo más que
una exposición académica. Esto es algo más que dar simples sermones con
exactitud exegética y perfección homilética. Se refiere al hombre, ya sea
predicador u oyente, que se siente consternado por el poco poder de la Iglesia
en el presente drama de la brutalidad de este mundo.
Tal persona
se contrista con agonía por los hombres que hacen oídos sordos al Evangelio y
exponiéndose voluntariamente al fuego eterno. Bajo esta pesada carga, el
corazón de dicho hombre rompe en lágrimas.
El
verdadero hombre de Dios es un contrito de corazón, afligido por la
mundanalidad de la Iglesia, afligido por la ceguera de la Iglesia, afligido por
la corrupción en la Iglesia, afligido por la tolerancia del pecado en la
Iglesia, afligido por la falta de oración en la Iglesia. Le perturba que las
oraciones de la Iglesia ya no derrumban las fortalezas del diablo. Él está avergonzado
de que la Iglesia ya no clama en su desesperación ante una sociedad enloquecida
por el pecado y conducida por el diablo, “¿Por qué nosotros no pudimos echarlo
fuera?” (Mateo 17:19).
Muchos de
nosotros no tenemos corazones quebrantados por la gloria que antes tuvo la
Iglesia porque nunca hemos sabido lo que es el verdadero avivamiento. Nos
conformamos con la situación actual y dormimos despreocupadamente mientras
nuestra generación avanza rápidamente a la oscuridad eterna del infierno.
¡Vergüenza, vergüenza es lo que deberíamos tener!
Jesús azotó
a algunos cambistas y los corrió del templo; pero antes de azotarlos, lloró por
ellos. Él sabía cuan cerca estaba su juicio.
El Apóstol Pablo envió una carta
escrita con lágrimas a los santos en Filipos, y les dijo: “Porque por ahí andan
muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que
son enemigos de la cruz de Cristo.” (Filipenses 3:18).
Nótese que
no dijo son enemigos de Cristo, sino enemigos de la cruz de Cristo. Ellos niegan
o minimizan los méritos redentores de la cruz.
Como estos
hay muchos hoy en día. La iglesia católica de Roma no se presenta como un
enemigo de Cristo; ella hace énfasis en el santo nombre de Dios. Sin embargo,
niega la cruz al afirmar que la Santa Virgen María es corredentora. Los
mormones usan el nombre de Cristo, pero van por mal camino para la redención.
¿Lloramos por ellos? ¿Los podremos mirar sin avergonzarnos aquel día cuando nos
acusen por nuestra indolencia ante el trono del juicio, diciendo que fueron
nuestros vecinos y una ofensa para nosotros, pero no una carga porque están
perdidos?
¿Los
adeptos del Ejército de Salvación apenas pueden leer la candente historia de su
surgimiento sin llorar por ello? ¿Tiene la gloria del avivamiento de Wesley
dominados los corazones de los metodistas de hoy? ¿Habrán leído de los hombres
bautizados en fuego en el equipo de Wesley? Hombres como John Nelson, Thomas
Walsh y un ejército de muchos otros cuyos nombres están inscritos en el libro
de la vida, hombres perseguidos y aporreados en las calles cuando mantenían
reuniones callejeras. Y aún con todo, mientras la sangre corría por sus
heridas, también las lágrimas salían de sus ojos.
¿Tiene Dios
gente haciendo guardias en las puertas de los salones de belleza para que
ninguna cristiana entre a rizarse el pelo, mientras una cuadra adelante hay un
grupo de prostitutas esforzándose por vender su cuerpo maltrecho por el pecado
sin nadie que les hable del eterno amor de Dios?
¿Acaso los
pentecostales miran hacia atrás con vergüenza mientras recuerdan cuando vivían
en la doctrina correcta, con la gloria del Señor morando entre ellos? Cuando
tuvieron una Iglesia viva, que significó noches de oración, seguidas de señales
y maravillas, diversidad de milagros y genuinos dones del Espíritu Santo.
Cuando no se la pasaban viendo el reloj, sino que tenían reuniones que duraban
horas, saturándose del poder de Dios.
¿Qué acaso
no derramamos lágrimas con estos recuerdos, o sentimos vergüenza al ver que
nuestros hijos nada saben de semejante poder? Otras denominaciones tuvieron sus
días de gloria y avivamiento. Piensa en las poderosas visitaciones de los
presbiterianos en Corea. Recuerda el avivamiento que hizo temblar la tierra en
Shantung. ¿Aquellos días se han ido para siempre? ¿No derramamos lágrimas por
un avivamiento?
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