AMOR POR LAS ALMAS

        Entre los primeros miembros de su iglesia en la Metrópoli, figuraba una humilde mujer lavandera de color. Su nombre era Sofía. Sus oraciones sinceras llenas de compasión alcanzaban hasta donde había ido el misionero con el mensaje de Cristo. El dinero que ganaba lavando ropa sobre una tabla de rústica madera llegaba hasta los campos necesitados, ella solía dar literalmente "todo lo que tenía" para la extensión del evangelio más allá de los mares. Porque la visión que tenía de un Cristo grande y glorioso para transformar las vidas de hombres y mujeres viviendo en el pecado, era la visión de Sofía. Un día Sofía vino para hablar con su pastor sobre la posibilidad de ir personalmente al campo misionero. Pero Sofía no era ya joven, sino de bastante edad. Además, no tenía preparación alguna y ni siquiera sabía leer. 

        Comprendiendo A.B. Simpson su gran amor y el deseo de ir y comprendiendo también que era imposible que fuera, trató con tacto el asunto. Le habló en términos suaves e inspiradores acerca de cómo podía ella ser una verdadera misionera allí en la ciudad de Nueva York donde vivía. Sofía usaba los tranvías como el medio del transporte para ir al trabajo. Cada tranvía tenía un conductor y un guarda; ella podía hablarles de Cristo. No era fácil hacerlo en una ciudad grande con tanto tráfico y donde había poco tiempo para tratar los asuntos solemnes y sagrados del alma y su Dios. 

        Sin embargo, al día siguiente, Sofía empezó la obra personal. Una obra que dio frutos para vida eterna. Porque cuando Sofía fue llamada a la presencia del Señor unos años más tarde había un sector del tabernáculo reservado para los obreros de la compañía de tranvías que deseaban hacer acto de presencia en la reunión conmemorativa. 

        Cuarenta conductores y guardas entraron reverentemente para tomar sus asientos. Todos ellos habían sido ganados para Cristo por la humilde lavandera. Sofía había sido en verdad una misionera.

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