EL DERRAMAMIENTO DEL ESPÍRITU SANTO

 



Por Robert Murray M’Cheyne (1813-1843)

 

“Tiempos de refrigerio” (Hch. 3:19) y conversiones extensas y simultáneas han ocurrido repetidamente durante la historia de la Iglesia, dando prueba concluyente de que los avivamientos religiosos y conversiones simultáneas no deben ser considerados exclusivas del día de Pentecostés, sino parte de la obra normal del gran propósito de gracia por parte de Dios para la convicción y conversión de los impíos, y “de llevar muchos hijos a la gloria” (He. 2:10).

La historia de la Iglesia en nuestro propio país [Escocia] da amplio y frecuente testimonio de esta vivificación periódica y avivamiento extraordinario; y desde hace un tiempo, los que profesan ser cristianos, se están despertando bastante de su letargo espiritual por las noticias de que el Espíritu Santo se está manifestado en las multitudes en los Estados Unidos de Norteamérica. Allí continúa el gran despertar.

Parece que el Espíritu de Dios ha descendido con su poder vivificador porque en todas las regiones del país y entre toda las clases sociales, parece haber un anhelo intenso y un movimiento muy general de ir “a implorar el favor de Jehová, y a buscar a Jehová de los ejércitos” (Zac. 8:21).

La religión se ha convertido en el asunto más absorbente y el tema más dominante. La prensa, religiosa, tanto como la secular, está repleta de detalles sobre el poderoso avivamiento. Cientos de miles se han convertido.

Lo que en 1851 dijo en Nueva York un pastor en un sermón sobre los triunfos de la causa de Cristo, se ha cumplido casi al pie de la letra:

“El tiempo vendrá cuando los éxitos de Jesús serán reportados con más rapidez que las victorias de Napoleón; cuando la prensa abundará con noticias de movimientos cristianos en el mundo; cuando las naves cruzarán los mares para anunciar más pronto las nuevas de su poder; cuando los cables eléctricos vibrarán de vida celestial para proclamar de ciudad en ciudad, y de continente en continente, las nuevas de avivamientos religiosos y de que ‘nacerá una nación de una vez’ (Is. 66:8). El reino de Cristo será el tema en el cual se enfocarán los pensamientos en el mundo, en cada mercado, en cada comercio, en cada boletín. En las esquinas de las calles, los hombres hablarán de la gloria de su reino y conversarán unos con otros de su poder, dando a conocer sus actos poderosos y la majestad gloriosa de su reino”.

 “Estas palabras”, dice un periódico norteamericano, “tal como fueron escritas y dichas siete años atrás, y que en ese momento fueron consideradas como retórica apasionada, ahora son una transcripción literal de lo que está sucediendo todos los días delante de nuestros ojos”.

Esperanza es sólo una breve palabra, pero una de apoteósico significado. Es el símbolo verbal de las emociones más poderosas, más gratas y fuertes de la mente humana. También lo penetra todo y, por lo tanto, es tan común como necesaria en este mundo pecador.

Es el sol de la niñez, el sueño de la juventud y la fascinante visión de la incipiente madurez. Es el verano del alma, la palanca que mueve la fortuna, la lámpara del desafortunado y el pronto descanso de la faena cotidiana. Es, en suma, la música deliciosa del futuro que penetra como notas de una flauta en la mente atormentada, desde las soledades desconocidas de los años venideros. ¡La nuestra es una naturaleza expectante!

¡Señor hazlo de nuevo tráenos el avivamiento!

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