por H.C. Van Wormer
Si no somos intercesores que
lloran y agonizan, lo más pronto que confesemos que hemos
perdido el agonizante anhelo de ganar almas, mejor será para la causa de
Cristo.
Fijémonos en el sorprendente hecho inexorable de habernos
acostumbrado a los pesados pasos que dan las almas perdidas, las que vagan por
los caminos, hacia una eternidad sin Cristo.
Parece que hemos perdido el poder de llorar, de luchar, de rogar y
de agonizar por las almas perdidas. Las multitudes que están sin Cristo
no tienen la convicción de su condición de estar perdidas, simplemente porque a
nosotros nos falta la convicción y la clara visión acerca de su estado horrendo
de eterna aflicción.
George Whitefield gritó “Denme almas o tome la mía...”
Existe una pasión por las almas, una carga profunda por los hombres, y, una
solicitud por el rebaño de Dios, la cual mendiga palabras, exhala suspiros y
derrama lágrimas".
Un hombre santo que vivió en época anterior a los días del
automóvil, dijo que un día abandonó su trabajo a eso de la mitad de la tarde,
ensilló su caballo y cabalgó 32 kilómetros para ir a orar con un hombre que se
sentía a la deriva, sin Dios.
Escuchémoslo:
"No pude menos que hacerlo, mi amor e interés por él, eran
tan grandes que no pude descansar hasta que hube hecho lo mejor para llevarlo a
Dios."
Querido hermano, esta agonía por las almas es la que debemos
recuperar.
David Brainerd dijo: "No me importa a dónde voy o cómo
vivo, ni lo que tenga que soportar, con tal que pueda ganar almas para Cristo. Cuando duermo, sueño con ellas, y cuando
despierto, ellas están primero en mi pensamiento...Por mucho que tenga del
logro escolástico, la exposición hábil y profunda, la elocuencia brillante y
vibrante, no pueden satisfacer la ausencia del amor profundo, apasionado y
compasivo por las almas".
John Fletcher, hombre de oración, dijo: "El amor continuo y
universal, el amor ardiente, es el alma de todas la labores de un
ministro".
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