CREE LO QUE DIOS TE DICE



    Hay una historia sobre un hombre que enseñaba en una clase de escuela dominical llena de niños pequeños. Un día le ofreció a un niño de la clase algo muy preciado: un reloj nuevo. Pero el niño pensó que se trataba de un truco. Temiendo que sus compañeros se rieran de él cuando se descubriera el truco, rechazó el reloj. El maestro se lo ofreció al siguiente niño, pero éste siguió el ejemplo del primero. Uno a uno, todos los niños rechazaron el reloj porque el ofrecimiento parecía demasiado bueno para ser cierto; seguramente, el profesor sólo quería engañarlos. Pero el último se atrevió a aceptar el reloj cuando el maestro se lo ofreció. Cuando el profesor se lo dio, los demás chicos se quedaron asombrados y enfadados. El maestro utilizó este hecho para mostrar a su clase que, por muy bueno que fuera el ofrecimiento que se les hiciera, debían creer en la palabra del que se los daba y recibir el regalo si querían beneficiarse de este.
    En 1829, un hombre de Pensilvania llamado George Wilson fue condenado por el Tribunal de los Estados Unidos a morir en la horca por robo y asesinato. El presidente Andrew Jackson le indultó, pero el preso rechazó el perdón. Wilson insistió en que no era indultado a menos que lo aceptara. Se trataba de una cuestión jurídica nunca antes planteada, y el presidente Jackson pidió al Tribunal Supremo que decidiera. El presidente de la Corte Suprema, John Marshall, dictaminó lo siguiente. “Un indulto es un papel, cuyo valor depende de su aceptación por la persona implicada. Si es rechazado, no es un indulto. George Wilson debe ser ahorcado”. Y así fue.
Aun así, el ofrecimiento de Dios de perdón y salvación en Cristo Jesús se ofrece a muchos, pero sólo aquellos que confían en Dios y en su palabra obtendrán los beneficios de ese perdón.
El día de hoy, ¿por qué no creer simplemente en lo que Dios dice y recibir su don de gracia?
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe (Efesios 2:8-9).

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