John Paton (1824-1907) es poco
conocido entre los cristianos de hoy. Trabajó
durante diez años como pastor en una creciente iglesia de Escocia, pero Dios comenzó a poner carga en su
corazón por las Nuevas Hébridas, un grupo de islas en el Pacífico llenas de pueblos
caníbales sin conocimiento alguno del evangelio.
Puso
su corazón en una isla en particular. Veinte años antes, dos misioneros fueron a esa isla. Los mataron
y se los comieron. Entonces, como es
de suponer, muchos trataron de disuadir a Paton de la simple idea de seguir los pasos de esos misioneros.
Paton escribió: «Entre los muchos que procuraban disuadirme, había un querido anciano
cristiano, cuyo argumento
culminante siempre era: “¡Los caníbales! ¡Los caníbales te comerán!».
John Paton le respondió a este hombre:
«Mr. Dickson, usted está entrado en años ahora, y las probabilidades que tiene es que pronto va a yacer en la tumba y allí se
lo coman los gusanos.
Le confieso que, si puedo vivir y morir honrando al Señor Jesús, no me
importará si me comen los caníbales o los gusanos;
y en el gran día, mi cuerpo resucitado se levantará tan bello como el suyo a semejanza de nuestro Redentor
resucitado».
El anciano salió de la habitación
mientras exclamaba: «¡Después de eso, no tengo nada
más que decir!»
A los treinta y tres años, John Paton
viajó a las Nuevas Hébridas con su esposa.
El viaje no fue fácil. Su esposa y su hijo recién nacido murieron a los pocos meses de haber llegado, y se
encontró solo, cavando las tumbas con
sus propias manos. Enfrentó una amenaza tras otra, pero en los años siguientes, innumerables caníbales en
todas las Nuevas Hébridas llegaron a conocer
la paz de Cristo, y la iglesia en Australia, Escocia y el mundo occidental se vio desafiada a levantarse y
dar a conocer el evangelio entre los pueblos que
son más difíciles de alcanzar.
Comentarios
Publicar un comentario