Nadie hablaba con ella. Nadie se detenía a admirarla. Ni siquiera los pastores cansados querían recostarse bajo sus ramas raquíticas. Después de todo, ¿Quién prestaría atención a una retama seca en medio del desierto? Allí estaba... pequeña, olvidada, rodeada de piedras y viento caliente. No era un roble fuerte ni una palmera elegante. Solo una retama. Una de tantas. Una que nadie contaría. Años habían pasado. Había visto al sol irse y volver millas de veces. Había escuchado el canto del viento y el lamento de los animales nocturnos. Pero nunca una palabra de Dios. Nunca un milagro. Nunca una señal. Era como esos seres que viven sin dejar huella. Existía… pero no vivía.
Hasta que un día, alguien llegó. Venía roto. Sin aliento. Polvo en el rostro, luto en el alma. Era un hombre... pero parecía una sombra. Arrastraba su fe como quien arrastra una capa empapada de fracaso. Y sin mirar alrededor, se desplomó a su sombra. La retama tembló. Nunca nadie la había tocado con tanta desesperación. El hombre lloró. Gritó. Pidió morir. Sus palabras se clavaron en el aire seco: “¡Basta ya, Señor! Quítame la vida…”
La retama no supo qué hacer. Ella, que jamás había dado fruto, ahora sostenía a un profeta. Fue entonces cuando ocurrió lo que nunca pensó que viviría. El cielo se inclinó. Un ángel descendió entre sus ramas. El silencio se volvió sagrado. Y ella —la olvidada, la estéril, la insignificante retama— fue testigo del obrar de Dios. Fue sombra para el hombre que cambiaría el destino de una nación. Allí, bajo sus ramas quebradizas, un profeta fue restaurado. Una misión fue reencendida. Y el fuego de Dios volvió a arder en un corazón que estaba apagado. Desde ese día, la retama ya no se quedó de su anonimato. Había sido parte de un milagro. No se necesitan multitudes, ni flores, ni hojas grandes. Solo necesitaba estar allí. Ser sombra en el momento exacto. Para la persona exacta.
Quizás tú también te sientes como esa retama. Estéril. Invisible. Sin frutos, sin fuego, sin historia. Pero Dios tiene citas en el desierto. Y cuando menos lo esperas… alguien vendrá a refugiarse bajo tu sombra. Ese será tu momento. No para brillar… sino para cubrir. No para predicar...sino para sostener. Y ese instante… hará que toda tu vida haya valido la pena.
Tomado de la web
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